Discurso a las naciones del mundo
Simón
Bolívar, brigadier de la unión y general en jefe del ejército del norte,
libertador de Venezuela
A las naciones del Mundo.
Los pueblos de estas provincias, después de
haber proclamado su independencia y libertad, fueron subyugados por un
aventurero, que usurpándose una autoridad que no tenia, y aprovechándose de la
consternación de un terremoto que más que sus estragos, le hicieron espantoso
la ignorancia y la superstición, entró en la provincia, derramando la sangre
americana, ,robando a sus habitantes, y cometiendo las más horrendas
atrocidades, que os han de irritar y conmover cuando con documentos suficientes
se publique para vuestra noticia el manifiesto que califique estos hechos.
Entre tanto con el objeto de prevenir la
calumnia de nuestros enemigos, es de nuestro interés y obligación anticiparos
en bosquejo, y sucintamente, porque no es posible de otra manera en las
actuales circunstancias, las razones que justifican nuestra presente conducta,
y que os ponen en la necesidad de aborrecer y detestar la de nuestros
opresores, persiguiéndolos como a enemigos del género humano, y autores de
crímenes los más horrorosos contra la justicia y el derecho de gentes, que han
infringido descaradamente sin que hasta ahora se haya visto el castigo que
debió imponer a estos malvados la nación a que pertenecen, y bajo cuyo nombre
han derramado nuestra sangre, han ultrajado nuestras personas, y desolado el
Estado.
Introducido en ella Monteverde contra las
expresas órdenes del general Miyares, de quien dependía, llegó subyugando los
pueblos consternados y seducidos hasta las cercanías de la ciudad de Caracas
recientemente destruida por el terrible terremoto del 26 de marzo de 1812. La
única fuerza que le contenía estaba por desgracia mandada por un jefe que,
preocupado de ambición y de violentas pasiones, o no conocía el riesgo, o
quería sacrificar a ellas la libertad de su patria: déspota y arbitrario hasta
el exceso, no sólo descontentó a los militares, sino que desconcertando todos
los ramos de administración pública, puso la provincia, o la parte que quedaba
de ella en absoluta nulidad.
Monteverde auxiliado de varios eclesiásticos
ignorantes y desmoralizados que descubrían en nuestra independencia y libertad
la destrucción de su imperio, apuró sus recursos para acabar de seducir a los
más y dejar a los menos sin arbitrios de defensa: destruida la ciudad capital;
su población dispersa por los campos: muriendo las gentes de hambre y de
miseria: atemorizados todos con los asesinato que Antoñanzas, Boves, y otros
satélites que Monteverde esparció en partidas por lo interior de la provincia,
para quitar la vida sin piedad, a sangre fría, sin formalidad, ni proceso a
cuantos tenían el concepto de patriotas: las tropas sin jefe y vacilantes: el
pueblo dudoso de su suerte...
Tal era el infeliz estado de Caracas, cuando
reventó en los valles de la costa al
Este, la revolución de los negros, libres y esclavos, provocada, auxiliada y
sostenida por los emisarios de Monteverde. Esta gente inhumana y atroz,
cebándose en la sangre y bienes de los patrio. tas, de que se les dio una lista
en Curiepe y Caucagua, marchando contra el vecindario de Caracas, cometieron en
aquellos valles, y especialmente en el pueblo de Guatire los más horrendos
asesinatos, robos, violencias y devastaciones. Los rendidos, los pacíficos
labradores, los hombres más honrados, los inocentes, morían a pistoletazos y
sablazos, o eran azotados bárbaramente aun después de haberse publicado el
armisticio. Por todas partes corría la sangre, y los cadáveres eran el ornato
de las calles y plazas de Guatire, Calabozo, San Juan de los Morros, y otros
pueblos habitados por gente labradora y pacífica, que lejos de haber tomado las
armas, huían al acercarse las tropas a los montes, de donde los conducían
atados para quitarles la vida sin más formalidad, audiencia, o juicio, que
hacerlos hincar de rodillas. Cualquiera oficial o soldado estaba autorizado
para dar impunemente muerte al que juzgaba. patriota, o tenía que robar.
En este conflicto, amenazada Caracas al Este
por los negros excitados de los españoles europeos, ya en el pueblo de
Guarenas, ocho leguas distante de la ciudad, y al Oeste por Monteverde, animado
con el suceso de Puerto Cabello, sin otras tropas que combatir que las que estaban,
acantonadas en el pueblo de La
Victoria, desmayadas y casi disueltas por la conducta
arbitraria y violenta de un jefe aborrecido, se trató de capitular, y en efecto
después de varias interlocuciones, se convinieron en los artículos de la
capitulación, por virtud de la cual se entregaron las armas, pertrechos y
municiones a Monteverde, y éste entró pacíficamente en la ciudad, y se apoderó
de todo sin resistencia.
El principal artículo de la capitulación
firmada en San Mateo, a 25 de julio de 1812 fue, que no se tocaría la vida y
bienes de los vecinos: que a nadie se formaría proceso por sus opiniones
políticas anteriores a la capitulación: que no se incomodaría a ninguno: y que
habría un general olvido de todo lo pasado. Un tratado así celebrado con el
jefe de las tropas de una nación civilizada de la Europa, que ha hecho
siempre alarde de su buena fe, descuidaba al hombre más caviloso y tímido, y
todos descansaban de las pasadas fatigas, si no conformes con la suerte que la Providencia les había
destinado, por lo menos tranquilos, y confiados en la fe de los tratados.
Habían procurado sostener su libertad con entusiasmo, si no la habían podido
conservar, se consolaban con la satisfacción de haber empleado los medios que
habían estado a su alcance.
El 29 de julio por la noche entró Monteverde
en Caracas, fué visitado por los europeos, comunidades y personas notables: y
presentándoseles todos con la seguridad que debía inspirar la capitulación,
debió conocer que las conmociones, alteraciones y novedades de la provincia
procedían del despecho a que la habían precipitado las injusticias y excesos
del Gobierno de España y la-execrable conducta de los jefes que éste enviaba
para administrarla y gobernarla. Debió pues conocer que ningún pueblo bien
administrado y gobernado con justicia está descontento, y que el modo de
hacerle olvidar agravios es cumplir exactamente la ley. Monteverde contra estos
principios y lo capitulado comenzó por prender algunas personas de las más
notables, exponerlas en las plazas en cepos a vista de todos, y para esconder
su infracción, hizo esparcir que aquellas prisiones y ultrajes eran por causas
posteriores; y para más acreditar esta voz, publicó una proclama con fecha 3 de
agosto, en que repetía que sus promesas eran sagradas, su palabra inviolable, y
que los procedimientos que se velan, tenían su origen en causas posteriores.
De esta manera el pueblo sin atreverse a
dudar, y menos a creer que Monteverde fuese tan hipócrita, inicuo y descarado,
estaba tímido y vacilante, cuando el 14 del mismo mes, destacadas por la ciudad
y los campos partidas de isleños, catalanes y otros europeos y dirigidas las
órdenes a los satélites del interior de la provincia, comenzaron las prisiones
de los americanos. Viéronse los hombres más condecorados del tiempo de la República arrancados del
seno de sus mujeres, hijos y familias en el silencio de la noche: atados a las
colas de los caballos de los tenderos, bodegueros, y gente la más soez:
conducidos con ignominia a las cárceles: llevados a pié unos y otros en
enjalmas amarrados de pies y manos hasta las bóvedas de La Guaira y Puerto Cabello:
encerrados allí con grillos y cadenas: y entregados a la inhumana vigilancia de
hombres feroces, muchos de ellos perseguidos en el tiempo de la revolución:
colmando la maldad bajo pretexto de que todos estos infelices eran autores de
un proyecto revolucionario contra lo pactado en la capitulación; y de esta
manera quedaba en pie la duda, y todos vacilaban, hasta que asegurados de tan
calumniosa felonía, huyeron a los montes a buscar seguridad entre las fieras,
dejando desiertas las ciudades y pueblos, en cuyas calles y caminos públicos no
se velan sino europeos y canarios cargados de pistolas, sables y trabucos,
echando fieros, vomitando venganzas: haciendo ultrajes; sin distinción de
sexos, y cometiendo los más descarados robos, de tal manera, que no había
oficial de Monteverde que no llevase puesta la camisa, casaca o calzones de
algún americano a quien había despojado, y aun algunos oficiales que hacían de
comandantes de las plazas como el de La Guaira; el atroz Cerveris; entraba en las bóvedas
de aquel puerto con el objeto de cubrir de dicterios a las mismas víctimas de
cuyos despojos se hallaba vestido de los pies a la cabeza.
Hiciéronse estos hombres dueños de todo:
ocuparon las haciendas y casas de los vecinos; y destrozaban, o inutilizaban lo
que no podían poseer. Es imposible dibujar con la brevedad que exigen las
circunstancias el cuadro de esta provincia. Los hombres más honrados; los
padres de familias; niños de catorce años; sacerdotes imitadores del Evangelio,
y verdaderas máximas de Jesucristo; viejos octogenarios; innumerables hombres
que no habían tenido, ni podido tener parte en la revolución, encerrados en
oscuras, húmedas, y calurosas mazmorras, cargados de grillos, y cadenas, y
llenos de miseria: algunos murieron sofocados en las mismas bóvedas, otros no
pudieron resistir el pesar y martirio, y rindieron la vida sin auxilios
corporales, ni espirituales, porque los negaban impíamente, o los concedían cuando
ya estaba sin fuerzas ni acción, ni voz el moribundo. En las calles no se oían
sino clamores de las infelices mujeres por sus maridos, madres por sus hijos,
hermanas por sus hermanos, parientes por sus parientes. La casa del Tirano
resonaba con el alarido y llanto de tantas infelices: él se complacía de este
homenaje, gradado del humo que despedían las víctimas, y sus satélites, en
especial sus paisanos los canarios, lejos de moverse a piedad, las insultaban
con las bárbaras expresiones y groseras sonrisas con que manifestaban cuánta
era la complacencia que recibían en la humillación de la gente del país.
En medio del tumulto de las prisiones
generales cinco o seis personas solamente lograron que Monteverde les diese
pasaporte para salir de la
Provincia. La estupidez del tirano que en sus decretos no
tenía otra regla que la arbitrariedad, o el contentamiento de algún favorito
hizo que yo también le obtuviese. Con él sin perder tiempo pasé en compañía de
mis compatriotas a la isla dé Curazao, y de allí a Cartagena en donde
refiriendo lo que pasaba en Caracas se exaltó la justa indignación de aquel
generoso pueblo. Sus magnates tomaron a su cargo la demanda de los caraqueños,
auxiliaron nuestras pretensiones en el Congreso de la Nueva Granada, y
ciudad de Santa Fe, y entonces se vio cuanto es el interés que toma el
americano por el americano. Los papeles públicos de los granadinos no
respiraban sino la justa indignación que merecían nuestros opresores, y los
representantes de las provincias comunicaron sus clamores a sus comitentes para
que se preparasen auxilios de toda especie a favor de sus hermanos oprimidos.
El entusiasmo de todas era igual al fuego que me devoraba por dar la libertad a
mi patria, y a virtud de mis insinuaciones, y mis loables 5 santos deseos me vi
colocado al frente de unas tropas que aunque poco numerosas eran animadas del
virtuoso deseo de libertar a sus hermanos del insoportable yugo de la tiranía,
de la injusticia, y la violencia- Entré en la provincia derrotando las huestes
de los tiranos tantas cuartas veces se me pusieron, delante. Era imposible
resistir el choque de unos hombres libres y generosos, determinados y
valientes, que habían jurado exterminar a los enemigos de la libertad, a que
con. tantas razones aspiran los pueblos de la América.
Este entusiasmo se aumentaba, y encendía con
mayor fuerza al paso que introduciéndonos en la provincia, se nos hacían
evidentes los horrorosos desastres que causaban los españoles y canarios.
Sabíamos entonces, y veíamos la devastación de las haciendas: destrucción de
los bienes: ultraje de las personas y exterminio de los vecinos. Llorábamos
sobre las ruinas, y juntando nuestras lágrimas a las de tantas viudas y
huérfanos, que aún miraban las reliquias de sus esposos, padres y hermanos, o
colgando de los postes en que los fusilaron, o esparcidos por el campo:
repetíamos el juramento de libertar a nuestros hermanos de las cárceles,
bóvedas y calabozos en que estaban como sepultados, y del infame, cruel yugo de
tan terribles opresores.
Hasta entonces fué nuestro ánimo, y también
nuestra conducta hacer la guerra como se hace entre naciones cultas; pero
instruidos de que el enemigo quitaba la vida a los prisioneros sin otro delito
que ser defensores de la libertad, y darles el epíteto de insurgentes:
confirmada esta verdad con los que don Antonio Tizcar, comandante de las tropas
de Monteverde en Barinas, pasó por las armas, sentenciados por un consejo
compuesto de jueces que no tenían jurisdicción, que no observaron las
formalidades más esenciales requeridas por la naturaleza, y por todos los
códigos del mundo civilizado, y bárbaro, y cuya sentencia se mandó ejecutar, y
ejecutó por quien carecía de autoridad, resolvimos llevar la guerra a muerte
perdonando solamente a los americanos, pues de otro modo era insuperable la
ventaja de nuestros enemigos que a pretexto de titularnos insurgentes mataban a
nuestros prisioneros, cuando nosotros los tratábamos con la decencia propia ole
nuestro carácter, y con todas las consideraciones debidas a la humanidad.
Las consecuencias han acreditado y mostrado la
justicia y necesidad de esta conducta, pues destituidos los españoles y
canarios de la ventaja con que lidiaban, y asegurados de que su surte era igual
entre nosotros, a la nuestra entre ellos: dejaron de considerarse como amos, y
comenzaron a temernos como a hombres. Entonces vimos palpablemente cuán
cobardes son los hombres malos, y que es vano el temor que se tiene a los
tiranos; no es necesario más que hacer frente firme al déspota, para que huya
vergonzosamente. Nosotros hemos visto a estos valientes que en otro tiempo,
haciendo el papel de fieras acometían a los vecinos indefensos, y les pasaban
por los pechos, y daban de sablazos hasta hacerlos pedazos, huir de un puñado
de los nuestros que acometían a sus tropas formadas en número superior. Desde
Cúcuta hasta Caracas sólo se dejaron ver siete veces para ser inmediatamente
derrotados, y su terror ha sido tanto que el famoso Monteverde que se
presentaba en Caracas contrahaciendo a los déspotas de la Asia en sus maneras, estilo y
conducta, abandonó a Valencia dejando un inmenso parque de artillería para
encerrarse en Puerto Cabello precipitadamente, y sin otro recurso que rendirse.
Sin embargo ya cerca de Caracas se nos presentan varios emisarios de su gobernador
con el objeto de capitular, y aunque no podían defenderse, ni oponerse, les
concedimos las vidas y bienes con un absoluto olvido de lo pasado. Pero es
necesario deciros que esta misión fué un artificio para tener tiempo de
embarcarse en La Guaira,
llevándose las armas, los pertrechos de guerra, y clavar la artillería: se
fueron los malvados, sin aguardar la misión con cuantos pudieron, y dejaron a
los españoles y canarios expuestos a nuestra justa venganza.
No es posible pintar la pusilanimidad del
cobarde Fierro ni el desorden, y anarquía en que dejó la ciudad de Caracas
cuando se escapó vergonzosamente. Era menester un fondo de bondad tal, cual se
ha visto siempre en los americanos para no haber encontrado a mi llegada
inundada de sangre esta capital. Los europeos y canarios abandonados a, la
venganza de un pueblo irritado, los almacenes abiertos, y excitando al pillaje
a los mismos que habían sido robados por Monteverde y sus satélites, y sin
embargo guardando moderación. Las mujeres de los europeos y muchos de ellos que
pretendían escaparse cargados de fardos en que conducían sus propiedades y no
obstante respetados en su desgracia. Era tal el desorden y confusión con que
marchaban hacia el puerto vecino, que algunos abandonaban las armas, otros
tiraban sus ropas para correr con más velocidad, creyendo el enemigo a sus
espaldas, y otros en fin se abandonaban a su suerte maldiciendo al tímido e
inhumano jefe que así les había comprometido. Tal es el cuadro de Caracas
cuando me aproximaba a esta capital.
No es ahora la oportunidad de dar al Mundo un
manifiesto de los excesos de nuestros enemigos ni de nuestras operaciones
militares: aquellos resultarán del proceso que debe formarse y para el cual se
están comunicando las correspondientes órdenes: y éstas de los partes que he
dado y debo dar al honorable Congreso de la Nueva Granada para
gloria suya y satisfacción de la América- Nuestro ánimo como se propuso al
principio es sólo combatir la calumnia y dar una idea sucinta de la justicia de
nuestras quejas contra España. Las Cortes y la Regencia de Cádiz no sólo
vieron con indiferencia la insubordinación de Monteverde a su general Millares,
sino que aprobaron el despojo que a éste hizo aquél de su autoridad, y le
revistieron con el carácter de capitán general de Caracas. No sólo vieron con
indiferencia la escandalosa infracción de la capitulación de San Mateo, las
prisiones y ultrajes de los vecinos: el despojo de sus empleos: los robos: los
asesinatos, y las atrocidades que Monteverde, sus oficiales y soldados cometieron,
y han cometido hasta su encierro en Puerto Cabello; sino que todavía anuncian
los diarios, periódicos y papeles públicos, que se discute en las Cortes si
debe o no cumplirse la capitulación; permanecen sin libertad en la Península ocho de los comprendidos
en ella, y entre tanto ha obrado Monteverde, sin rienda, sin temor, por su
capricho y voluntad.
Pero aún hay un hecho que comprueba mejor que
ninguno la criminalidad y complicidad del Gobierno de Cádiz. Forman las Cortes
la constitución del reino, obra por cierto de la ilustración, conocimiento y
experiencia de los que la compusieron. La tuvo guardada Monteverde como cosa
que no importaba, o como opuesta a sus ideas y las- de sus consejeros. Al fin
resuelve publicarla en Caracas. La publica ¿y para qué? No sólo para burlarse
de ella, sino para insultarla, y contradecirla con hechos enteramente
contrarios. Convida a todos: les anuncia tranquilidad: les indica que se ha
presentado el arco de paz: concurren los inocentes vecinos saliendo muchos de las
cavernas en que se ocultaban: le creen de buena fe: y como el fin era
sorprender a los que se le habían escapado: por una parte se publicaba la
constitución española, fundada en los santos derechos de libertad, propiedad, y
seguridad, y por otra el mismo día andaban partidas de españoles y canarios
prendiendo, y conduciendo a las bóvedas ignominiosamente a los incautos que
habían concurrido a presenciar y celebrar la publicación.
Es esto un hecho tan notorio como lo son todos
los que se han indicado en este papel, y se explanarán en el manifiesto que se
ofrece. En la provincia de Caracas de nada vale la constitución española: los
mismos españoles se burlan de ella, y la insultan. Después de ella se hacen
prisiones sin sumaria información: se ponen grillos y cadenas, al arbitrio de
los comandantes y jueces: se quita la vida sin formalidades, ni procesos como
lo hizo Tizcar en Barinas en mayo de este año: Zuazola en Aragua, y Boves en
Espino, remitiendo partidas de presos a cárceles, bóvedas y presidios, y la Audiencia territorial de
acuerdo con Monteverde estableció un modo de proceder, y una conducta
diametralmente opuesta al espíritu y letra de la constitución. A vista de esto
y de la indiferencia o tácito consentimiento del gobierno español ¿tendrá
esperanza la América
de mejorar su suerte dependiendo de aquella península? ¿Podrá argüírsele de
criminal e insurgente en los esfuerzos que hace para recuperar su libertad? y
con respecto a Caracas ¿habrá quien tache la resolución y conducta del
brigadier Simón Bolívar y de sus compatriotas, y compañeros de armas,
emprendiendo sacar a sus hermanos, amigos y parientes de las cárceles,
calabozos, bóvedas, y encierros en que yacían oprimidos vejados, y ultrajados?
Prescindimos aquí de los fundamentos con que Venezuela proclamó su libertad, e
independencia: únicamente nos hemos hecho cargo de las razones que tuvimos para
emprender, romper el yugo de sus actuales opresores, justificando nuestra
conducta con un bosquejo imperfecto y diminuto de los insultos, atrocidades y
crímenes de Monteverde, y sus cómplices, particularmente sus paisanos los
canarios. Ellos pueden reducirse a pocos artículos: la escandalosa infracción
de la capitulación de San Mateo: las muertes perpetradas en toda la provincia
en prisioneros de guerra, en rendidos, desarmados, labradores, vecinos
pacíficos, y en aprisionados en las cárceles: el trato inhumano, ignominioso,
cruel y grosero dado a personas notables y condecoradas: la ocupación de las
haciendas y bienes: robos consentidos y autorizados; despojo de los empleos que
ocupaban los americanos sin causa ni proceso: sufrimiento de tantas familias
desoladas: desamparo, tristeza y llanto de las mujeres más principales de los
pueblos, que vagaban por las calles expuestas a la deshonesta insolencia, y
bárbaro tratamiento de los canarios, curros, marineros y soldados.
Esta es, Naciones del Mundo, la idea sucinta
que puedo daros ahora de mi conducta en la empresa que concebí de libertar a
Caracas del tirano Monteverde, bajo los auspicios del virtuoso, humano, y
generoso pueblo de la
Nueva Granada. Aun estoy con las armas en las manos, y no las
soltaré hasta no dejar absolutamente libres de españoles a las provincia! de
Venezuela que son las que más recientemente han conocido el exceso de su
tiranía, de su injusticia, de su perfidia y de sus atrocidades. Yo llenaré con
gloria la carrera que he emprendido por la salud de mi patria, la felicidad de
mis conciudadanos, o moriré en la demanda manifestando al orbe entero, que no
se desprecia, y vilipendia impunemente a los americanos.
Naciones del Mundo: que Venezuela os deba la
justicia de no dejaros preocupar de las falsas, y artificiosas relaciones que
os harán estos malvados para desacreditar nuestra conducta. Muy pronto se
publicará documentado el manifiesto exacto de todo lo ocurrido en el año de
1812, y el corriente en estas provincias. Suspended a lo menos el juicio, y si
por vosotros mismos buscáis la verdad, Caracas no sólo ha convidado, sino que
desea ver entrar por sus puertos a todos los hombres útiles que vengan a buscar
un asilo entre nosotros, y a ayudarnos con su industria y sus conocimientos,
sin inquirir cuál sea la parte del mundo que les haya dado la vida.
Cuartel General de Valencia, a 20 de setiembre
de 1813, 3° y 1°
SIMÓN BOLÍVAR.