Lima, 8 de agosto de 1826.
A s. E. el general F. de P. Santander.
Mi querido general:
Cuando yo esperaba este correo con una
impaciencia mortal para que me informase del verdadero estado de las cosas en
Venezuela, me encuentro con que Vd. no sabe más que lo que yo sé veinte días
ha. Hace cien días, por lo menos, que han tenido lugar los sucesos de Páez en
Valencia, y todavía no he podido recibir un parte oficial sobre un
acontecimiento tan peligroso a la seguridad de Colombia.
Desde que recibí el primer aviso de la
conmoción de Valencia, calculé todos los males que nos va a causar y me
preparaba ya a embarcarme, cuando se ha descubierto en esta capital una
conspiración tramada por los argentinos y los partidarios de Riva Agüero contra
el gobierno. Este incidente tan desagradable me ha retenido, bien a mi pesar,
con el objeto de ahogar este inicuo proyecto, tomar todas aquellas medidas de
seguridad que sean necesarias a la tranquilidad de este país y aguardar al
general Santa Cruz, que ha ido a la sierra a poner en orden todo aquel país,
que había sido inquietado con la sublevación de dos escuadrones de Húsares de
Junín que venían a esta capital. Ya he mandado llamar al general Santa Cruz
para que venga a ponerse a la cabeza del gobierno y entonces ya nada me
detiene: me embarco y me voy a Guayaquil. Desde allí podré escribir a Vd. con
más extensión, porque veré las cosas más de cerca, con más tranquilidad y
conoceré con más exactitud el remedio que se pueda aplicar. No obstante, me
adelanto a decir a Vd. que yo no encuentro otro modo de conciliar las
voluntades y los intereses encontrados de nuestros conciudadanos que el
presentar a Colombia la constitución boliviana, porque ella reúne a los
encantos de la federación, la fuerza del centralismo; a la libertad del pueblo,
la energía del gobierno; y en fin a mi modo de ver las cosas, yo que las peso
en mi corazón, no encuentro otro arbitrio de conciliación que la constitución
boliviana, la que contemplo como la arca donde únicamente podemos salvar la
gloria de quince años de victorias y desastres, y, últimamente, yo presentaré a
Colombia esta medida de salvación como mi último pensamiento. Yo iré, pues, a
Colombia y prometo hacer cuanto dependa de mí por allegar las cosas, y entienda
Vd. que este sacrificio lo emprendo más bien por salir de este Perú que por el
gusto de ir a Colombia.
Mañana saldrá de aquí mi edecán, el coronel
Demarquet, con dirección a Quito a aconsejar a todos aquellos señores que se
mantengan quietos; que no cometan desatinos, y, en fin, que aguarden a que yo
vaya.
También vuelve Guzmán a Venezuela a llevar mis
consejos al general Páez y a indicarle mis pensamientos con respecto a la
constitución boliviana de que he hablado ya. Este Guzmán es un excelente
muchacho; tiene mucho talento y si no dígalo la Ojeada de la constitución
que es escrita por él. Además está cordialmente adicto a mí y puede servir muy
bien empleándolo. Aunque él se ocupó en Venezuela contra Vd., fue, no por
malignidad, sino porque venía lleno de las ideas liberales de España, y porque
en Caracas era moda pensar todos mal contra el gobierno. Por medio de Guzmán
escribo a Páez un cuadro horroroso de lo que nos espera. Yo no ahorro los
colores más fuertes, porque estoy tan penetrado de horror y de desesperación
que nada espero de bueno.
Vd. se sorprenderá de la inconsecuencia que
notará en esta carta. Me explicaré, todo lo que antecede lo ha dicho Pérez y yo
digo lo que sigue.
No creo que se salve Colombia con la
constitución boliviana, ni con la federación, ni con el imperio. Ya estoy
mirando venir el Africa a apoderarse de la América y todas las legiones infernales
establecerse en nuestro país. Si yo quisiera imitar a Sila pudiera retardar
quizás algún tanto nuestra pérdida, pero después de haber hecho el Nerón contra
los españoles me basta de sangre. Me servirá de disculpa el llamarlos tiranos,
pero contra los patriotas no valdrá esta excusa. Napoleón no ha mandado al otro
mundo tantos como yo, es decir, por mi orden. Ahora, si añado a los pobres
patriotas que será necesario exterminar para restablecer el orden, no habrá
término para mis desgracias, pues qué mayor desgracia que la de matar. No,
amigo, no más sacrificios, estoy cansado de mandar, de sufrir y de quejas
contra mí. El amor a la libertad me puso las armas en la mano, y esta misma
libertad me ha forzado a seguir un oficio contrario a todos mis sentimientos.
Estoy desesperado por irme para Colombia, pero
no más que por salir de aquí; en llegando a Guayaquil diré a los colombianos
que he vuelto, que estoy a sus órdenes, pero que no quiero mandar más y aunque
el diablo se los lleve a todos no cambiaré de resolución. Prefiero perecer de
miseria a ser víctima de las pasiones y de las facciones ajenas. No sería malo
llamarme jefe mientras que tuviera que lisonjear bajamente a más de cuatro
infames canallas que dispondrán de los cuatro ángulos de Colombia con demasiada
facilidad. Créalo Vd., mi querido general, las costas van a dar la ley a esas
pobres provincias de la sierra que no merecen ser víctimas de esas hordas africanas....,
pero lo serán. Mis temores son los presagios del destino; los oráculos de la
fatalidad.
Soy de Vd. su mejor amigo.
BOLÍVAR
P. D. - Cerrada ya esta carta la he abierto
para anunciar a Vd. que en este instante recibo carta de Ibarra y de Urbaneja, de
Payta, participándome que venían comisionados por el general Páez cerca de mí y
a instarme a que me restituyese a Colombia. Ellos se volvieron a Guayaquil;
porque un maldito capitán les dijo que yo salía del Callao para Guayaquil el 12
del pasado, por lo cual regresaron estos señores a aguardarme allí. Así, pues,
yo estoy resuelto y muy resuelto a irme dentro de muy pocos días.
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