Retrato de Bolívar por Bartolomé Mitre
En 1810, al hacer su primera aparición en el
escenario americano, que debía llenar con su gran figura histórica, Bolívar
contaba 27 años de edad. Nada en su
estructura física prometía héroe. Era de baja estatura, 5 pies y 6 pulgadas inglesas, de
pecho angosto, delgado de cuerpo y de piernas cortas y flacas. Esta armazón
desequilibrada, tenia por coronamiento una cabeza enérgica y expresiva, de
ovalo alongado y contornos irregulares en que se modelaban incorrectamente
facciones acentuadas, revestidas de una tez pálida, morena y áspera. Su extraña
fisonomía producía impresión a primera vista, pero no despertaba la simpatía.
Una cabellera renegrida, crespa y fina,
con bigotes y patillas que tiraban a rubio en su primera época, una frente
alta, pero angosta por la depresión de los parietales, con prematuras arrugas
que la surcaban horizontalmente en formas de pliegues; los pómulos salientes,
las mejillas marchitas y hundidas, una boca de corte
duro con hermosos dientes y labios gruesos y sensuales y en el fondo de
cuencas profundas, unos ojos negros, grandes y rasgados de brillo
intermitente y de mirar inquieto y de
gacho, que tenían caricias y amenazas cuando no se cubrían con el velo del
disimulo: tales eran sus rasgos que en
sus contrastes imprimían un carácter al conjunto.
La nariz, bien dibujada en línea recta,
destacábase en atrevido ángulo saliente, y su distancia al labio superior en el
reposo la idea de una naturaleza
devorada por un fuego interno; en su movilidad compleja, acompañada de una
inquietud constante con ademanes angulosos, reflejaban actividad febril,
apetitos groseros y perseverante. Mirando de frente, sus marcadas antítesis
fisionomícas dadas, pero bien asentadas, la barba tenia signo agudo de la
voluntad y era notable, indicante de nobleza de raza. Las orejas eran grandes
anhelos sublime; una duplicidad vaga o
terrible y una arrogancia, que a veces sabia revestirse de atracciones
irresistibles que imponían o cautivaban.
Mirando el perfil tal cuál; lo ha modelado en bronce eterno el escultor
David, con el cuello erguido como lo llevaba por configuración y por carácter,
sus rasgos característicos delineaban el tipo heroico del varón fuerte de
pensamiento y de acción deliberada, con la cabeza descarnada por fuegos del alma y de las fatigas de la vida, con la
mirada fija en la líneas de un vasto y vago horizonte, con una expresión de
amargura en sus labios contraidos, y esparcido por todo su rostro iluminado por
la gloria, un sentimiento de profunda y
desesperada tristeza a la par que de una resignación impuesta por el destino.
Bajo sus doble aspecto, sus exageradas
proyecciones imaginativas que preponderaban sobre las líneas simétricas del cráneo, le imprimían el sello
de la inspiración sin el equilibrio del juicio reposado y metódico. Tal era el
hombre físico en sus primeros años, tal sería el hombre moral, político y
guerrero.
Bartolomé MITRE.