CARTA DE JAMAICA
SIMON BOLIVAR
Parte 3
Las islas de Puerto Rico y Cuba, que entre ambas pueden
formar una población de 700 a 800,000 almas, son las que más tranquilamente
poseen los españoles, porque están fuera del contacto de los independientes.
Mas ¿no son americanos estos insulares? ¿No son vejados?
¿No desearán su bienestar?
Este cuadro representa una escala militar de 2,000 leguas de
longitud y 900 de latitud en su mayor extensión en que 16,000,000 americanos
defienden sus derechos, o están comprimidos por la nación española, que aunque
fue en algún tiempo el más vasto imperio del mundo, sus restos son ahora
impotentes para dominar el nuevo hemisferio y hasta para mantenerse en el
antiguo. ¿Y la Europa civilizada, comerciante y amante de la libertad, permite
que una vieja serpiente, por sólo satisfacer su saña envenenada, devore la más
bella parte de nuestro globo? ¡Qué! ¿Está la Europa sorda al clamor de su
propio interés? ¿No tiene ya ojos para ver la justicia? ¿Tanto se ha endurecido
para ser de este modo insensible? Estas cuestiones, cuanto más las medito, más
me confunden; llego a pensar que se aspira a que desaparezca la América; pero
es imposible porque toda la Europa no es España.
¡Qué demencia la de nuestra enemiga, pretender reconquistar
la América, sin marina, sin tesoros, y casi sin soldados! Pues los que tiene
apenas son bastantes para retener a su propio pueblo en una violenta obediencia
y defenderse de sus vecinos. Por otra parte, ¿podrá esta nación hacer comercio
exclusivo de la mitad del mundo sin manufacturas, sin producciones
territoriales, sin artes, sin ciencias, sin política?
Lograda que fuese esta loca empresa, y suponiendo más, aun
lograda la pacificación, los hijos de los actuales americanos unidos con los de
los europeos reconquistadores, ¿no volverían a formar dentro de veinte años los
mismos patrióticos designios que ahora se están combatiendo?
La Europa haría un bien a la España en disuadirla de su
obstinada temeridad, porque a lo menos le ahorrará los gastos que expende, y la
sangre que derrama; a fin de que fijando su atención en sus propios recintos,
fundase su prosperidad y poder sobre bases más sólidas que las de inciertas
conquistas, un comercio precario y exacciones violentas en pueblos remotos,
enemigos y poderosos. La Europa misma, por miras de sana política debería haber
preparado y ejecutado el proyecto de la independencia americana, no sólo porque
el equilibrio del mundo así lo exige, sino porque este es el medio legítimo y
seguro de adquirirse establecimientos ultramarinos de comercio. La Europa, que
no se halla agitada por las violentas pasiones de la venganza, ambición y
codicia, como la España, parece que estaba autorizada por todas las leyes de la
equidad a ilustrarla sobre sus bien entendidos intereses.
Cuantos escritores han tratado la materia se acordaban en
esta parte. En consecuencia, nosotros esperábamos con razón que todas las
naciones cultas se apresurarían a auxiliarnos, para que adquiriésemos un bien
cuyas ventajas son recíprocas a entrambos hemisferios. Sin embargo ¡cuán
frustradas esperanzas! No sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del
Norte, se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su
esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas
se han suscitado en los siglos antiguos y modernos; porque ¿hasta dónde se
puede calcular la trascendencia de la libertad del hemisferio de Colón?
«La felonía con que Bonaparte, dice V., prendió a Carlos IV
y a Fernando VII, reyes de esta nación, que tres siglos ha, aprisionó con
traición a dos monarcas de la América Meridional, es un acto muy manifiesto de
la retribución divina, y al mismo tiempo una prueba de que Dios sostiene la
justa causa de los americanos, y les concederá su independencia.»
Parece que V. quiere aludir al monarca de México Moteuczoma,
preso por Cortés y muerto, según Herrera, por el mismo, aunque Solís dice que
por el pueblo; y a Atahualpa, Inca del Perú, destruido por Francisco Pizarro y
Diego Almagro. Existe tal diferencia entre la suerte de los reyes españoles y
los reyes americanos, que no admiten comparación; los primeros tratados con
dignidad, conservados, y al fin recobran su libertad y trono; mientras que los
últimos sufren tormentos inauditos y los vilipendios más vergonzosos. Si a
Quauhtemotzin, sucesor de Moteuczoma, se le trata como emperador, y le ponen la
corona, fue por irrisión y no por respeto, para que experimentase esta escarnio
antes que las torturas. Iguales a la suerte de este monarca fueron las del rey
de Michoacán, Catzontzin; el Zipa de Bogotá, y cuantos Toquis, Incas, Zipas,
Ulmenes, Caciques y demás dignidades indianas sucumbieron al poder español. El
suceso de Fernando VII es más semejante al que tuvo lugar en Chile en 1535 con
el Ulmén de Copiapó, entonces reinante en aquella comarca. El español Almagro
pretextó, como Bonaparte, tomar partido por la causa del legítimo soberano, y
en consecuencia llama al usurpador como Fernando lo era en España; aparenta
restituir al legítimo a sus estados y termina por encadenar y echar a las
llamas al infeliz Ulmén, sin querer ni aun oír su defensa. Este es el ejemplo
de Fernando VII con su usurpador; los reyes europeos sólo padecen destierros,
el Ulmén de Chile termina su vida de un modo atroz.
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