Chancayo, a 9 de noviembre de 1824 Mi adorada Manuelita:

Las más Hermosas cartas de Amor entre
Manuela y Simón
acompañadas de los
Diarios de Quito y Paita,
así como de otros documentos

Chancayo, a 9 de noviembre de 1824
Mi adorada Manuelita:
Estoy muy agradecido por tu oportuna correspondencia, que al detalle me informa de los odios de esas gentes perniciosas, la mayoría campesinos que sin más motivo que el de su rebeldía, hostigan a las tropas. También los del comportamiento de los generales Uno y Heres.
Sucre ya tiene las órdenes pertinentes a la marcha; tú por vías de paciencia queda a la espera de mi retorno, que será muy pronto, pues ansío tus amables caricias y contemplarte con mi pasión, que lo es loca por ti. Tu único hombre,

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Fuente: La presente edición ha sido tomada de:
Biblioteca Popular para los Consejos Comunales.
Serie las Artes y los Oficios.
Fundación Editorial el perro y la rana, 2007
© Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia
Las más hermosas cartas de Amor entre Manuela y Simón
Ediciones de la Presidencia de la República
Caracas - Venezuela, 2010
Depósito Legal: lf000000000000
ISBN: 0000000000000

CAPITULO CUARTO - La Presencia del Marqués

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SIMÓN BOLÍVAR: ENSAYO DE UNA
INTERPRETACIÓN BIOGRÁFICA A
TRAVÉS DE SUS DOCUMENTOS
Tomás Polanco Alcántara
CAPITULO CUARTO
La Presencia del Marqués
Resulta de interés y utilidad estar en cuenta de todo cuanto se refiere, al menos en sus líneas generales, al tiempo que corresponde a la llegada de Bolívar a España.
A la muerte del Rey Carlos III, ocurrida en 1788, su hijo, el Príncipe de Asturias, casado con la princesa María Luisa de Parma, le sucedió como Carlos IV de España.
El nuevo Rey era abúlico, poco lúcido, sin mayor cultura y con escaso interés en los asuntos públicos. La Reina, mujer educada y culta, carecía de gracia y hermosura y mostraba una personalidad ambiciosa y con fuertes deseos de mando. El Rey Carlos IV, desde el comienzo de su reinado, le permitió participar e influir en asuntos públicos, incluso que estuviera presente y tomase parte en las reuniones de Ministros. La voz de María Luisa fue desde entonces determinante en el gobierno español.
Carlos IV inició su reinado manteniendo en la Secretaría de Estado al Conde de Floridablanca (1728-1808), último Ministro de su padre Carlos III. A los dos años, en 1792, Floridablanca fue destituido, enjuiciado y confinado a Pamplona, bien lejos de toda influencia política. Lo sustituyó el Conde de Aranda, don Pedro Pablo Abarca de Bolea (1719-1798), quizás el único político importante del momento que se había dado cuenta de la seria crisis que se avecinaba para el Imperio y que, todavía reinando Carlos III, trató de evitarla, en 1783, con un proyecto de transformación general de los dominios españoles, que, desde luego, fue rechazado y hasta considerado por ciertos
historiadores como apócrifo.
Aranda, en 1794, sufrió el mismo destino de Floridablanca: destitución violenta, destierro
y alejamiento político.
En esos momentos la Reina María Luisa obtuvo del Rey el nombramiento, como Ministro, de Don Manuel Godoy, Duque de Alcudia (1767-1851).
Godoy es uno de los personajes más odiados en toda la historia de España. Noble de provincia, hombre fuerte y talentoso, había ascendido rápidamente antes de ser Ministro hasta llegar, en 1792, al Ducado, ser Grande de España y recibir el Toisón de Oro y la Orden de Carlos III. Ese acelerado movimiento hacia arriba en la carrera pública fue atribuido, en su tiempo, a unos supuestos o reales amores ilícitos suyos con la Reina María Luisa.
Esa especie, desde que tomó cuerpo en la vida pública española de su tiempo, se convirtió en una manera cuasi definitiva de interpretar la vida de Godoy. Sirvió además para denigrar de la Reina, desacreditar al Rey y hasta explicar en parte la catástrofe española.
La apariencia física de la Reina, especialmente desagradable(1), su violento carácter y modales autoritarios, no permiten atribuirle fácilmente tantas dotes y facilidades amorosas como pretendieron sus enemigos. Fue necesario el transcurso de muchos años para que algunos investigadores se atreviesen a poner en duda tal forma de ver la historia. Mientras tanto el argumento sirvió para el triple propósito mencionado.
Godoy estaba casado oficialmente con María Teresa de Borbón y Vallabriga, Condesa de Chinchón, prima del Rey como hija que era del Infante Luis Antonio de Borbón y nieta de Felipe V. Godoy tenía una amante pública, doña Josefa (Pepita). Tudó, hecha después Condesa de Castillo fiel y quien, con cierta notoriedad, aparecía a su lado.
No resulta extraño que, además de su esposa y de su propia amante, Godoy hubiese sido también amante de la Reina; sin embargo, lo cierto parece haber sido que, al igual de lo pasado en otros casos similares, Godoy para María Luisa fue sólo un instrumento poderoso de su pasión de mandar. La fidelidad de Godoy servía de medio eficaz para los deseos de mando de María Luisa, mientras el apoyo de la Reina reforzaba la autoridad absoluta que agradaba ejercer a Godoy. Si acaso hubo entre ellos, adicionalmente, alguna relación amorosa, parecería que fue de carácter secundario o de
simple conveniencia.
Cuando Godoy llegó al Poder, encontró en su apogeo la marcha evolutiva de la Revolución Francesa que, por atacar al Rey Borbón Luis XVI, primo de Carlos IV, tanto afectaba a la Monarquía Española. España, o mejor la Corona, se sintió obligada a combatir a Francia, primero para salvar al Rey en peligro y luego para luchar contra la idea revolucionaria. Se inició así una guerra difícil y costosa contra Francia.
La guerra terminó con los Tratados de Basilea (1795) y San Ildefonso (agosto de 1796), que colocaron a España en posición de hermandad con Francia, controlada ya por el Directorio, y en contradicción con Inglaterra, situación que trajo consigo la acción ya mencionada de la flota inglesa contra los intereses españoles.
Godoy consiguió oponerse parcialmente a los planes de Napoleón respecto a la península ibérica; hubo entonces tal presión francesa sobre Carlos IV que, en 1798, a pesar de todo el apoyo de María Luisa, Godoy fue separado del cargo formal de Ministro de Estado. Carlos IV designó para esa posición, primero a Francisco de Saavedra (el ilustre y primer Intendente en Venezuela) y después, en 1799, al Marqués de Urquijo.
Godoy, al terminar sus funciones y a diferencia de lo sucedido con Floridablanca y con Aranda, no fue confinado ni perseguido sino que continuó manteniendo influencia en la dirección del gobierno, que formalmente fue confiado a su cuñado don Pedro Cevallos Guerra (1764-1840).
Volviendo a la familia de Bolívar, debe mencionarse que su tío don Esteban, tal como hemos comentado, se encontraba en tierra española desde 1792, enviado por doña Concepción para ocuparse de los trámites necesarios a la concesión del Marquesado de San Luis a Juan Vicente Bolívar y Palacios. El tío don Pedro Palacios y Blanco se presentó en España casi simultáneamente con su sobrino Simón.
Probablemente fue un error de doña Concepción confiar a su hermano don Esteban la misión en España que mencionamos, pues él no era experto en los trámites respectivos y tampoco conocía el medio. Además y para su desgracia, actuó sin habilidad.
La conducta en Madrid de los hermanos Palacios Blanco (firmaban Palacios y Sojo) no fue especialmente acertada en ningún aspecto. Su presencia era inútil porque el Rey dispuso que el procedimiento relativo al Marquesado continuara en Caracas ante el Capitán General. Además y seguramente por las causas aludidas (inexperiencia en la materia y desconocimiento del medio), don Esteban buscó el asesoramiento de personajes de bajo nivel, cuya impericia e ignorancia lo llevaron a cometer otras equivocaciones. Salvo el ya mencionado Conde de Tepa(2), fueron muy pocas las
personas de verdadera importancia a quienes quiso consultar.

Fuente: SIMÓN BOLÍVAR: ENSAYO DE UNA
INTERPRETACIÓN BIOGRÁFICA A
TRAVÉS DE SUS DOCUMENTOS
Tomás Polanco Alcántara

CARTA DE JAMAICA SIMÓN BOLÍVAR - De todo lo expuesto,

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CARTA DE JAMAICA
SIMÓN BOLÍVAR
De todo lo expuesto, podemos deducir estas consecuencias: lasprovincias americanas se hallan lidiando por emanciparse; al fin obtendrán el suceso; algunas se constituirán de un modo regular en repúblicas federales y centrales; se fundarán monarquías casi inevitablemente en las grandes secciones, y algunas serán tan infelices que devorarán sus elementos, ya en la actual, ya en las futuras revoluciones; que una gran monarquía no será facil consolidar; una gran república imposible.
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una
religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios, a tratar de discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es infundada; semejante a la del abate St. Pierre que concibió al laudable delirio de reunir un congreso europeo para decidir de la suerte de los intereses de aquellas naciones.
«Mutaciones importantes y felices, continúa, pueden ser frecuentemente producidas por efectos individuales. Los americanos meridionales tienen una tradición que dice que cuando Quetralcohuatl, el Hermes o Buhda de la América del Sur, resignó su administración y los abandonó, les prometió que volvería después que los siglos designados hubiesen pasado, y que él reestrablecería su gobierno y renovaría su felicidad. Esta tradición, ¿no opera y excita una convicción de que muy pronto debe volver? ¿concibe V. cuál será el efecto que producirá, si un individuo apareciendo entre ellos demostrase los caracteres de Quetralcohuatl, el Buhda del bosque, o Mercurio, del cual han hablado
tanto las otras naciones? ¿no cree V. que esto inclinaría todas las partes? ¿no es la unión todo lo que se necesita para ponerlos en estado de expulsar a los españoles, sus tropas, y los partidarios de la corrompida
España, para hacerlos capaces de establecer un imperio poderoso, con un gobierno libre, y leyes benévolas?»
Pienso como V. que causas individuales pueden producir resultados generales, sobre todo en las revoluciones. Pero no es el héroes, gran profeta, o Dios del Anahuac, Quetralcohualt, el que es capaz de operar los prodigiosos beneficios que V. propone. Este personaje es apenas conocido del pueblo mexicano, y no ventajosamente; porque tal es la suerte de los vencidos aunque sean Dioses. Sólo los historiadores y literatos se han ocupado cuidadosamente en investigar su origen,
verdadera o falsa misión, sus profecías y el término de su carrera. Se disputa si fue un apóstol de Cristo o bien pagano. Unos suponen que su nombre quiere decir Santo Tomás; otros que Culebra Emplumajada; y otros dicen que es el famoso profeta de Yucatán, Chilan-Cambal. En una palabra, los más de los autores mexicanos, polémicos e historiadores profanos, han tratado con más o menos extensión la cuestión sobre el verdadero caracter de Quetralcohualt. El hecho es, según dice Acosta, que él estableción una religión, cuyos ritos, dogmas y misterios tenían una admirable afinidad con la de Jesús, y que quizás es la más semejante a ella. No obstante esto, muchos escritores católicos han
procurado alejar la idea de que este profeta fuese verdadero, sin querer reconocer en él a un Santo Tomás como lo afirman otros célebres autores.
La opinión general es que Quetralcohualt es un legislador divino entre los pueblos paganos de Anahuac, del cual era lugar-teniente el gran Motekzoma, derivando de él su autoridad. De aquí se infiere que nuestros mexicanos no seguirían el gentil Quetralcohualt aunque pareciese bajo las formas más idénticas y favorables, pues que profesan una religión la más intolerante y exclusiva de otras.
Felizmente, los directores de la independencia de México se han aprovechado del fanatismo con el mejor acierto, proclamando a la famosa virgen de Guadalupe por reina de los patriotas, invocándola en todos los casos arduos y llevándola en sus banderas. Con esto, el entusiasmo político ha formado una mezcla con la religión que ha producido un fervor vehemente por la sagrada causa de la libertad. La veneración de esta imagen en México es superior a la más exaltada que puediera inspirar el más diestro profeta.Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras
civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De esto modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga, siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros la masa ha seguido a la inteligencia.
Yo diré a V. lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles, y de fundar en gobierno libre. Es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos. La América está encontrada entre sí, porque se halla abandonada de todas las naciones, aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios militares y combatida por la España que posee más elementos para la guerra, que cuantos nosotros furtivamente podemos adquirir.
Cuando los sucesos no están asegurados, cuando el Estado es débil, y cuando las empresas son remotas, todos los hombres vacilan; las opiniones dividen, las pasiones las agitan, y los enemigos las animan para triunfar por este fácil medio. Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la : entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América Meridional; entonces las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado la Europa, volarán a Colombia libre que las convidará con un asilo.
Tales son, señor, las observaciones y pensamientos que tengo el honor de someter a V. para que los rectifique o deseche según se mérito; suplicándole se persuada que me he atrevido a exponerlos, más
por no ser descortés, que porque me crea capaz de ilustrar a V. en la materia.
Soy de V. &.&.&.
SIMÓN BOLÍVAR

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Fuente: CARTA DE JAMAICA
SIMON BOLIVAR
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sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío

 /sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío: Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos...