Correspondencia
Al general Santander
Magdalena, 7 de abril de 1826.
A s. E. el general F. de P. Santander.
Mi querido general:
He recibido la agradable carta de Vd. del 21
de enero en la cual me habla largamente de todo, mas no me dice nada todavía de
elecciones que es lo que nos importa, por ahora, más que todo.
Apruebo mucho y me parece perfectamente
concebido el plan de la expedición marítima y del armisticio. Esto es lo que
nos conviene decididamente. Entiendo que es mejor un armisticio que una paz con
España.
No me parece bien que retiremos nuestros
corsarios, porque es la única guerra ofensiva que hacemos a la España. En caso de que
así se haga, deseo que Vd. mande publicar en las gacetas no ministeriales que
el Perú y Bolivia darán patentes a los corsarios de Colombia y otros más, y que
ocurran a estos gobiernos por ellas.
Me alegro del nombramiento de Cockburn, aunque
se ha dicho que es el almirante Alejandro Cochrane.
Me alegro de que mande Vd. a Madrid a Francia.
Quedo de acuerdo sobre todo lo que Vd. dice
del Brasil y Buenos Aires. Rivadavia se apoderó por una estratagema del
gobierno, pero pronto saldrá de él. Es un malvado enemigo nuestro, que quiere
que nosotros batamos al Emperador, sin quitarnos el sombrero solamente.
Insto a Vd. mucho porque se permita al general
Sucre encargarse del mando de Bolivia.
He contestado ya toda su carta.
Estos días hemos estado aquí un poco agitados
con motivo de la reunión del primer congreso constitucional, porque los
diputados de Arequipa, que son los caraqueños del Perú, han querido que este
congreso fuese constituyente y no constitucional como debe ser. La cuestión la
suscitaron en una junta preparatoria, y muchos diputados de otras provincias
los siguieron, unos por equivocación y otros por seducción. El consejo de
gobierno sostenía la constitución por mi consejo, y como yo iba a ser desairado
junto con mis delegados, y además temía una nueva anarquía nacer en este
congreso constituyente, repetí decididamente lo que digo todos los días: que me
iba. Esta palabra causó un alboroto inmenso. Todas las corporaciones, el pueblo
y el congreso mismo me rogaron fuerte y unánimemente; además, hubo proyectos de
impedirme a todo trance la marcha y de destruir, de paso, a los que me daban
este disgusto. Yo soy blando de corazón a los ruegos de las personas que me
aman; y, en efecto, todos me aman en el Perú, o a lo menos todos lo dicen con
mucho calor; y lo cierto es, que de mil, apenas habrá uno que me aborrezca, o
más bien que me tema. Es inútil decir que este incidente decidió de la cuestión
en la junta preparatoria, aunque diecisiete votos se opusieron con calor a las
miras del gobierno.
El motivo principal de todo esto es que un tal
Luna Pizarro, un cleriguito como el doctor Pérez, ha querido que la
constitución se varíe, o más bien que él pueda disponer de todo a su antojo. Él
fue el que echó de aquí a San Martín y el que perdió a la junta que presidía La Mar ; y él es el que ha pedido
a Arequipa sus poderes sin restricción alguna, y como no pueden entrar en el congreso
con estos poderes, los de Arequipa han querido sostener su partido.
El consejo de gobierno que yo he dejado aquí
es compuesto de hombres buenos y honrados como Roscio, don Juan P. Ayala, y
Restrepo: por consiguiente, les falta energía y popularidad. No les acusan más
que flaquezas e indulgencias y, por lo mismo, dicen que no sirven para
gobernar. Piden un nuevo consejo, y yo no encuentro otro mejor. Espero a un tal
Pando, que ha ido al Istmo, para ponerlo en el ministerio de estado. Este
caballero tuvo el mismo destino en Madrid en tiempo de las cortes. Tiene mucha
semejanza con Revenga y en todo es superior, porque ha estado siempre en Europa
en la carrera diplomática. Su honradez, su energía y sus luces compiten entre
sí; pero no es agradable ni amado, aunque es el primer hombre del Perú. Nació
en Lima y tiene toda su familia aquí; mas no es conocido por haber estado
siempre fuera. Yo no sé qué hacer. Este país no se puede componer en cuatro ni
en seis años: el congreso será siempre el mismo y lo mismo el ejecutivo. Esto
está tranquilo por el encanto de mi opinión. Carrión decía que yo era el
caduceo de Mercurio rodeado de serpientes amigas; pero que cuando faltase el
caduceo todas se despedazarían. Yo estoy cansado de mandar y quiero irme; de
suerte, que me alegrara mucho de que me viniera la orden para volver a
Colombia. Lo único que me retiene es la constitución de Bolivia: ya la tengo
concluida y quisiera presentarla personalmente al congreso de aquel país. Por
lo tanto, si el congreso de Colombia no me ha permitido ir a Bolivia o me ha
llamado, ruego a Vd. que me inste fuertemente de oficio para tener este
documento con qué justificar y sostener mi marcha a Colombia; pero también
suplico a Vd. que de ningún modo haga intervenir al poder legislativo en mi
llamada, pues el emperador del Brasil puede batir a los argentinos y poner en
gran riesgo estas repúblicas del Sur. Y si el congreso me llama no puedo más
que obedecer, piérdase quien se perdiere. Por esta consideración yo deseo que
Vd. me llame; pero no el congreso. También añado que ni voy a Bogotá ni voy a
mandar. Basta, basta, basta. En este siglo de filosofía nadie adquiere gloria o
la conserva si no se arregla religiosamente a los principios. Muchas unidades
exigen nuestros críticos políticos para formar una nueva tragedia heroica. Por
lo mismo, son muy infaustas las catástrofes.
Dígale Vd. a Soublette que he recibido con
mucho gusto su última carta, aunque no apruebo su contenido de retirarse del
mando; que lo único que yo apruebo es irse de América a trabajar en una parte
donde haya mucha seguridad; que me escriba siempre y le daré tan buenos
consejos como ahora.
Vd. habrá sabido por White y por otros también
el cuento que viene de Venezuela sobre la corona. Tanto han de hablar sobre
esta corona los enemigos y los amigos tontos, que me han de desterrar de
Colombia y de América toda; no quieren creer que el mando me disgusta tanto
como amo la gloria, y que la gloria no es mandar sino ejercitar grandes
virtudes. Yo he querido la gloria y la libertad, ambas se han conseguido y, por
lo mismo, no tengo más deseos.
Soy de Vd. de corazón.
BOLÍVAR.
P. D. - Esta carta no la he cerrado todavía
porque aguardo la de Vd. que seguramente viene por el conducto de Heres. Hasta
ahora no he tenido ninguna noticia ni he recibido gacetas.
Una que me ha remitido el señor Armero
contiene la noticia de que los Estados Unidos van a remitir un enviado al Istmo
a asistir a nuestras conferencias, exceptuando las que puedan ser beligerantes.
Esto es bastante importante.
Armero me ha presentado el proyecto de
armisticio con España. Yo he mandado decir que me parece bien que lo presente a
este gobierno, que no dudo entrará en él. Este proyecto tiene para nosotros mil
ventajas y, por lo mismo, yo debo permanecer en el Sur hasta que se realice, se
decida la paz, o continuemos en guerra. Los españoles están mandando muchas
tropas a las islas y ahora mismo acaban de llegar cuatro regimientos. Esto,
unido a que mi permanencia en el Sur, dará más fuerza a las proposiciones que
haga el Perú en el armisticio, me persuade que yo debo estar por aquí hasta ver
el resultado de esta importante negociación, bien sea adversa o favorable. Si
es contraria y los españoles intentasen alguna operación contra nosotros, yo
podré llevar del Sur 20.000 hombres, lo que no obtendríamos si yo me ausento.
Además, esté Vd. persuadido de que si yo me voy todo, todo esto se pierde.
Hasta ahora no he recibido la carta de Vd.
BOLÍVAR.
P. D. - El general Sucre me dice que tiene en
Guayaquil ocho mil pesos que el gobierno puede tomar, librándole otro tanto a
su hermano en Cumaná. Yo me intereso porque Vd. lo sirva en este negocio.