Cartas
Magdalena, 7 de junio de 1826.
A S. E. el general F. de P. Santander.
Mi querido general:
He recibido con mucho placer las
comunicaciones que me ha traído el teniente Armero del 23 al 28 de marzo,
aunque he sabido con disgusto que Vd. ha estado muy malo de su cólico. Ya sabía
antes, por el correo, y más antes todavía por el señor Pando, la reelección de
Vd. y la mía. He mandado dar publi cidad a estos documentos y también a mi
respuesta a Vd. Yo no admito la presidencia por nada. No debo, no puedo, no
quiero. Estoy cansado de mandar y de otras muchas cosas. Yo no me he
constituido para presidente sino para soldado. Ruego a Vd. que enseñe esta
carta a todo el que la quiera ver.
Si a Páez lo quieren estrechar los señores del
congreso para que vaya a Bogotá y él desobedeciere, yo no tengo la culpa de
semejante desatino.
Si la constitución y las leyes que ha dado el
congreso tienen arruinada la república, yo no tengo la culpa.
Si el ejército está descontento porque lo
tratan mal y le pagan con ingratitud, yo no tengo la culpa.
Si la gente de color se levanta y acaba con
todo, porque el gobierno no es fuerte, y la locura de todos los convida a tomar
su puesto, yo no tengo la culpa.
Si a Páez y a Padilla los quieren tratar mal
sin emplear una fuerza capaz de contenerlos, yo no tengo la culpa. Estos dos
hombres tienen en su sangre los elementos de su poder y, por consiguiente, es
inútil que yo me les oponga, porque la mía no vale nada para el pueblo.
Yo me iré de aquí para Colombia por salir de
este mando; pero bien resuelto a no tomar otro. Para mandar conforme a las
leyes, Vd. lo hace mejor que yo, y para mandar sin leyes basta un tirano. Es
glorioso, sin duda, servir a la patria, salvarla en el combate, pero es muy
odioso el encargo del mando sin otros enemigos que los propios ciudadanos y los
hombres del pueblo que se llaman víctimas. Yo he sacrificado todo por la patria
y por la libertad de ella; pero no puedo sacrificarle el carácter noble de
hombre libre y el sublime título de Libertador. Para salvar la patria he debido
ser un Bruto, y para contenerla en una guerra civil, debería ser un Sila. Este
carácter no me conviene, antes perderé todo, la vida misma.
La comunicación de Vd. al congreso es lo que
debía ser. Demasiados ultrajes había recibido para no despicarse.
Tiene Vd. razón en lo que me dice sobre que
desea verme y siente que abandone el Sur. Demasiado cierto es esto, todo este
mundo se viene abajo cuando yo me parta para Colombia.
Doy a Vd. las gracias por el auxilio para
Bolivia y el per miso para Sucre.
Muy comprometido estamos con el congreso de
Panamá: de todas partes vienen diputados y los de Méjico aún no parecen. Los de
Bolivia irán pronto, pues que ya están aquí y sólo aguardan las credenciales e
instrucciones que debe mandarles el ge neral Sucre.
El general Valero es hombre que no debe
merecer la confianza de Vd. ni del gobierno. Aquí ha dejado muy mala reputación
a causa de su inmoralidad, y últimamente ha dejado establecidas unas cuantas
logias que no dejan de dar que hacer. No repara en nada: es hombre capaz de
cambiar de bandera y de gobierno, así como de recomendar a cualquier canalla
como lo acaba de hacer con un malvado que se ha presentado aquí dándose por
pariente de Vd., edecán mío y nativo de todas partes. Yo lo he mandado hacer
salir del país. Pues éste es el hombre a quien ha recomendado el señor Valero.
Somos 8. Acabo de recibir el correo del 6 de
abril y una carta de Vd. de la misma fecha que contesto.
Cuanto Vd. me dice sobre Morales y expedición
de la Habana
días ha que lo sabíamos por la vía de Panamá, y ya tengo dadas todas las
órdenes necesarias para que en agosto salga de Arica el batallón Pichincha
llevando 1.000 plazas, más que menos, escogidas, y luego deberá seguirle el
batallón Bogotá en los mismos términos. Estos dos batallones unidos al de
Vargas, que debe estar ya en el Istmo, componen la fuerza que tenía la división
Lara y de que Vd. podrá disponer como me lo anuncia para la defensa de
Venezuela.
Me alegro que Vd. no haya sufrido el chasco de
que Vd. me habla.
Siento mucho la muerte de la viuda de don
Camilo Torres y he visto cuanto Vd. me dice con respecto a las tres otras
viudas. Todo esto lo arreglaremos cuando yo vaya a Colombia, teniendo Vd.
entendido que mi intención es dar una parte de esta pensión a los hijos del
ilustre Torres, a quien soy deudor de mucho.
Yo no tengo, por ahora, con qué auxiliar al
Rosario. Pago anualmente quince mil pesos a diferentes personas por pen siones;
y como no espero recibir más el sueldo de presidente, mucho temo que se acaben
las pensiones. El millón del Perú será cuento. Yo creo que la patria va a
sufrir mucho por el ne gocio de Páez, y por lo mismo, no habrá más plata para
nadie.
Soy de Vd. de corazón.
BOLÍVAR