Manifiesto del general en jefe del ejército
libertador a sus conciudadanos
La conducta de Miranda sometió la República venezolana a
un puñado de bandidos, que esparcidos en sus extensas poblaciones, llevaron por
todas partes los suplicios, las torturas, el incendio y el pillaje: renovaron.
las escenas atroces con que ensangrentaron al Nuevo Mundo cías primeros
conquistadores. Las estipulaciones, la buena fe de sus habitantes, su dócil
sumisión, lejos de ser un dique a la violencia, fué el cebo de su estúpida
fiereza y rapacidad. La tiranía del rudo y pérfido Monteverde echará para
siempre el sello de la ignominia y del oprobio a la nación española; y la
historia de su dominación será la historia de la alevosía, del terrorismo, y
otros semejantes resortes de su política.
La nación que infringe una capitulación
solemne, incurre en la proscripción universal. Toda comunicación, toda relación
con ella debe romperse: ha conspirado a destruir los vínculos políticos del
Universo, y el Universo debe conspírar a destruirla.
Americanos, el acto por el cual el Gobierno
español ha desconocido el sagrado de los tratados, os ha dado un nuevo y
terrible derecho a vuestra emancipación y a su exterminio.
Arroyos de sangre ha regado este suelo
pacífico, y para rescatarle de la tiranía ha corrido la de ilustres americanos,
en los encuentros gloriosos de Cúcuta, Carache, y Niquitao, donde su impetuoso
valor, destruyendo al mayor número, ha inmortalizado la bizarría de nuestras
'ropas- Las repetidas y constantes derrotas de los españoles en estas acciones
prueban cuanto los soldados de la libertad son superiores a los viles
mercenarios de un tirano. Sin artillería, sin numerosos batallones. la
fogosidad sola, y la violencia de las marchas militares, ha hecho volar los
estandartes tricolores desde las riberas del Magdalena hasta las fronteras de
Barcelona y Guayana. La fama de nuestras victorias volando delante de nosotros
ha disipado sola ejércitos enteros, que en su delirio intentaban llevar el yugo
, español a la Mueva
Granada y al corazón de la América Meridional
Cerca tres hombres a órdenes de Tizcar, seguidos de una formidable artillería,
estabas: destinados a la ejecución del proyecto. Apenas entreveen nuestras
operaciones, que huyendo como el viento, arrastran consigo como un torbellino
furioso, cuanto su rapacidad puede arrebatar a las víctimas que inmolaban en
Barinas y Nutrias. Desesperando de hallar salud en la fuga misma, al fin
solicitan la clemencia de los vencedores, y caen en nuestro poder su
artillería, fusiles, pertrechos, oficiales y soldados. Un ejército fué así
destruido sin un tiro de fusil, y ni sus reliquias pudieron salvarse.
Nada importa que el comandante Oberto,
confiado en sus fuerzas, intente para sostener a Barquisimeto, aventurar el
éxito de una batalla con el ejército invencible. La memorable acción de los
Horcones, ganada por nuestros soldados, es el esfuerzo mayor de la bizarría, y
del valor. Solos quince hombres pudieron escapar por una veloz y vergonzosa
huida. Ejército de Oberto, divisiones de Coro, artillería, pertrechos, bagajes,
todo fué apresado o destruido. Nada faltaba ya al ejército republicano, sino
aniquilar el coloso del tirano mismo. Estaba reservado a los Taguanes ser el
teatro de esta memorable decisión.
Monteverde había reunido allí las únicas
fuerzas que podían defenderle. Si fue ésta! el último y el mayor esfuerzo de la
tiranía, el resultado le fué también el más desastroso y funesto. Todos sus
batallones perecieron o se rindieron. No se salvó un infante, un fusil. Sus más
expertos oficiales muertos o heridos. Este fué el momento de la redención de
Venezuela. Allí fueron las últimas atrocidades de Monteverde. En su fuga
incendiaba las poblaciones, pillaba a todos los habitantes, y con los despojos
de los pueblos se refugió a Puerto Cabello, donde su estupidez no le ha
permitido almacenar provisiones de víveres ni aun .de pertrechos.
Pocas victorias han sido acompañadas de
circunstancias tan gloriosas. Ella ha dado un esplendor a las armas americanas,
de que no la creían capaces los otros pueblos. No hubo sino un solo herido; y
el ejército de Monteverde fué pulverizado. Las ciudades de Valencia, las de los
Valles. de Aragua, Caracas, La
Guaira , todo lo que la tiranía había reducido a una
desolación espantosa, fué en un momento rescatado, animado del regocijo
universal; y al silencio de los muertos, sucedieron los vivas de la Libertad.
¿Quién hubiera esperado que cuatro miserables
europeos, indisciplinados y sin caudillo, de la ciudad de Caracas, hubieran
propuesto entonces al Vencedor condiciones para rendirse? Desunidos, impotentes
y sumergidos entre millares de patriotas solos bastantes para sufocarlos,
presentaron un tratado de capitulación, que sólo hubiera soportado la clemencia
del Vencedor. Se concluyó en La
Victoria con ventajas que no podía esperar su estado
miserable. La conciencia de sus crímenes no les permitió esperar tampoco el
resultado de la negociación, corrieron vergonzosamente en tropel a los buques
de la bahía, como sólo medio de su salvación.
Habitantes de Caracas y La Guaira : vosotros habéis
sido testigos oculares del desorden escandaloso con que el Gobierno español ha
desaparecido de entre vosotros, abandonando a merced de los vencedores, a los
mismos que debían ser el blanco de la ira, y la venganza. ¿Qué hombres sensatos
podrán ser más los partidarios de un inicuo Gobierno, que después de haberlos
envuelto en sus crímenes, los expone él mismo al sacrificio? Un Gobierno cuyo
objeto es el pillaje, sus medios la destrucción y la perfidia; y que lejos de
ver la defensa general, rinde al cuchillo a sus más comprometidos defensores?
Nuestra clemencia ha perdonado a esta última
perfidia: ha retirado del suplicio a los destructores de Venezuela, y ha
propuesto por una comisión a sus residuos, acogidos en Puerto Cabello, extender
a ellos mismos tan incomparable generosidad. Si ellos resisten, su obstinación
labrará su pérdida por un funesto escarmiento.
Está borrada, venezolanos, la degradación e
ignominia con que el déspota insolente intentó manchar vuestro carácter. El
Mundo os contempla libres, ve vuestros derechos asegurados, vuestra
representación política sostenida por el triunfo. La gloria que cubre las armas
de los libertadores excita la admiración del Mundo. Ellas han vencido: ellas
son invencibles. Han infundido un pánico terror a los tiranos, infundirán un
decoroso respeto a los Gobiernos independientes, como el vuestro. La misma
energía que os ha hecho renacer entre las naciones, sostendrá para siempre
vuestro rango político.
El General que ha conducido las huestes
libertadoras al triunfo, no os disputa otro timbré, que el de correr siempre al
peligro, y llevar sus armas donde quiera que haya tiranos. Su misión está
realizada. Vengar la dignidad americana tan bárbaramente ultrajada, restablecer
las formas libres del Gobierno republicano, quebrantar vuestras cadenas, ha
sido la constante mira de todos sus conatos. La causa de la libertad ha reunido
bajo sus estandartes a los más bravos soldados, y la victoria ha hecho
tremolarlos en Santa Marta, Pamplona, Trujillo, Mérida, Barinas y Caracas.
La urgente necesidad de acudir a los débiles
enemigos que no han reconocido aun nuestro poder,, me obliga a tomar en el
momento deliberaciones sobre las reformas que creo necesarias en la
constitución del Estado. Nada me separará de mis primeros y únicos intentos.
Son vuestra libertad y gloria.
Una asamblea de notables, de hombres virtuosos
y sabios, debe convocarse solemnemente para discutir y sancionar la naturaleza
del Gobierno, y los funcionarios que hayan de ejercerle en las críticas y
extraordinarias circunstancias que rodean a la República. El
libertador de Venezuela renuncia para siempre, y protesta formalmente, no
aceptar autoridad alguna que no sea la que conduzca nuestros soldados a los
peligros para la salvación de la- Patria.
Caracas, 9 de agosto de 1813, 3° de la Independencia y 1º.
de la Guerra a
Muerte.
De orden del General en Jefe,
Antonio Muñoz Tébar,
Secretario de Estado.
Imprenta de Juan Baillio. Caracas.