Discurso sobre el gobierno de Monteverde
A los Americanos.
Estos documentos os presentan ¡oh americanos!
el tratado solemne que tan repetidas veces protestó Monteverde cumplir con
religiosa exactitud: tratado que jamás solicitaron los defensores de la patria,
pues en número de siete mil hombres, suspiraban sólo por atacar al enemigo,
desde el cuartel de La
Victoria ; en cuya plaza acababan de derrotarle, después de
tres triunfos anteriores en Guaica; y que tuvieron sin embargo, que rendir
desesperadamente sus armas, sacrificándose a la disposición de su general
Miranda; quien .obrando por una vergonzosa cobardía, más bien que por la
escasez que padecía la ciudad de Caracas, estando interceptadas las provisiones
que debía extraer de lo interior de la provincia, propuso la capitulación.
Al verla concluida en los términos que ella
contiene ¿quién no hubiera esperado la paz, el bien de aquellos habitantes; en
fin, el olvido de todo lo pasado, tantas veces prometido? Pero ¡oh perfidia!
apenas se ve Monteverde posesionado de las plazas de Caracas y La Guaira , cuando varia
absolutamente la escena. Comienza la violencia del nuevo Gobierno: multitud de
ciudadanos respetables son conducidos vilipendiosamente ante el tirano: se les
pone en cepos, se les traslada luego encadenados a las estrechas bóvedas de La Guaira y de Puerto Cabello;
se renuevan los horrores que en este propio país ejecutaron sus feroces y
ávidos conquistadores. Se dan órdenes para traer de toda la provincia cuantas
personas ricas o de alguna distinción se encontrasen, no sólo de la clase de
blancos, sino aún de la de pardos: se les persigue con numerosas patrullas, y
se les aprehende con el más enconado furor. Cerca de cuatrocientos presos gimen
en las bóvedas y pontones: doblados grillos oprimen a los más de ellos: ni la
tierna infancia, ni la vejez de algunos, ni la constitución naturalmente débil
de otros, ni las enfermedades que han contraído todos en aquellos angustiados e
infectos calabozos, han podido alcanzar ningún alivio. En La Guaira han perecido ya el
doctor Lorenzo Méndez, el cirujano José María Gallegos, el capitán de
ingenieros José Benis; y posteriormente se ha sabido que también han muerto el
.profesor de medicina doctor José Luis Cabrera, el doctor Juan Germán Roscio,
Guillermo Pergrón; y quedan para expirar el canónigo Madariaga y otros muchos.
En Puerto Cabello ha fallecido el canónigo doctor Mendoza, y se hallan en la
misma extremidad el doctor Francisco Espejo y el marqués de Bocónó, que ha sido
conducido gravemente enfermo en una hamaca, desde Barinas. Los bienes de todas
estas víctimas, y aún los de otros ciudadanos que no están presos, ni fueron
comprendidos en el territorio ocupado antes de la capitulación, han sido
confiscados; y se van distribuyendo entre los auxiliares de Monteverde. La
consternación es general y las gentes desoladas, errando por los campos, en la
miseria, apenas pueden sobrellevar una cansada vida.
He aquí ioh americanos!. los hechos más
auténticos, más evidentes de nuestra buena fe, en dar ascenso a las promesas
falaces de nuestros contrarios; y al mismo tiempo la prueba más irrefragable de
la monstruosa conducta que usan con nosotros.
Ved cual es el carácter de vuestros enemigos.
Lo que podéis esperar de su amistad, cuando a la faz del mundo y bajo la fe de
los tratados, violan abiertamente no sólo las estipulaciones que ellos mismos
hacen, sino el sagrado derecho de gentes.
Sus depredaciones en la patriótica y
desdichada ciudad de Caracas, os patentizan el descarado vilipendio con que
tratan a los hijos de Colombia; y el escarnio que recae sobre nosotros al
sucumbir bajo sus manos sanguinarias. El menosprecio, el tormento y la muerte
son los dones que nos presentan, al someternos a su dominio. Miran a sus
hermanos como viles esclavos; y como víctimas a sus vencidos. ¿Qué esperanzas
nos restan de salud?, La guerra, la guerra sola puede salvarnos por la senda
del honor.
No haya otro objeto que el exterminio de los
tiranos, que sedientos de sangre y de oro, invaden nuestras pacificas y felices
regiones, talándolas, incendiándolas, pillando al paisano indefenso, asesinando
al defensor de la patria, y usurpando todos los derechos de la naturaleza y de
los hombres. Estos caníbales que vienen huyendo del yugo de sus conquistadores,
pretenden ponernos las mismas cadenas que ellos arrastran en su país, con el
temor de unos tránsfugas, la rabia de unos perros, y la avaricia desenfrenada
de su abominable nación. Vencidos, escarnecidos en Europa, por sus vecinos,
vienen a saciar su venganza contra los inocentes habitantes de este hemisferio,
que no tienen otro delito que el de conducirse por los principios de la
humanidad, siguiendo la vía de la justicia, en la recuperación de su libertad e
independencia.
Pues no, americanos, no seamos más tiempo el
ludibrio de esos miserables, que sólo son superiores a nosotros en maldad, en
tanto que no nos exceden en valor; pues nuestra indulgencia es sola la que hace
toda su fuerza. Si ellos nos parecen grandes, es porque estamos prosternados.
Cerremos para siempre la puerta a la
conciliación y a la armonía: que ya no se oiga otra voz, que la de la
indignación. Venguemos tres siglos de ignominia, que nuestra criminal bondad ha
prolongado; y sobre todo, venguemos condignamente los asesinatos, robos y
violencias que los vándalos de España están cometiendo en la desastrada e
ilustre Caracas.
¿Pero podrá existir un americano, que merezca
este glorioso nombre, que no prorrumpa en un grito de muerte contra todo
español, al contemplar el sacrificio de tantas víctimas inmoladas en toda la
extensión de Venezuela? no, no, no.
Cartagena, 2 de noviembre de 1812. Segundo de
la independencia.
SIMÓN BOLÍVAR.