Lisonjeado el ejército de Yáñez



Simón Bolívar, libertador de Venezuela, y general en jefe de sus ejércitos
Lisonjeado el ejército de Yáñez con los sucesos parciales obtenidos en el Occidente por las tropas Españolas que mandaba Ceballos invadió la indefensa provincia de Barinas, y los pueblos de la de Caracas hasta Araure, donde estos dos principales corifeos de la tiranía, reunieron sus fuerzas con las cuales creían poder destruir todas las provincias de Venezuela. En efecto, la soledad espantosa que reina en los pueblos que ocuparon, las lágrimas de algunas pocas infelices mujeres por sus maridos, padres e hijos asesinados, y cuyos cadáveres se hallan atravesados hasta en los caminos públicos, descubren manifiestamente sus proyectos y que eran los de un exterminio general de los habitantes.
La Providencia irritada de tantos crímenes ha permitido que muchos perezcan al filo de la espada victoriosa de la justicia en los campos de Araure, y que sus restos miserables huyan de nuestro territorio, seguidos de la infamia y de la execración que merecen sus delitos.
Habitantes de Venezuela! Todos los soldados que sostenían a los opresores de Barinas y del Occidente han sido destruidos. La victoria de Araure que ha sepultado en la nada el más numeroso ejército, con que os han amenazado, ha hecho caer de las manos de los otros la espada que empuñaron los cobardes para su oprobio. La buena causa ha triunfado de la mala, y la justicia, la libertad y la paz empiezan a colmaros con sus dones.
Tenemos que lamentar entre tanto un mal el más sensible y es el de nuestros compatriotas, que se han prestado a ser el instrumento odioso de los malvados españoles. Dispuesto a tratarlos con indulgencia a pesar de sus crímenes, se obstinan no obstante en sus delirios, y los unos entregados al robo han establecido en los desiertos su residencia, y los otros huyen por los montes, prefiriendo esta suerte desesperada a volver al seno de sus hermanos, y al acogerse a la protección de un gobierno que trabaja por su bien.
Mis sentimientos de humanidad no han podido contemplar sin compasión el estado deplorable a que as habéis reducido, vosotros Americanos, demasiado fáciles en alistaros bajo las banderas de los asesinos de vuestros conciudadanos. El Gobierno legítimo de vuestra patria os abre por la última vez la puerta a la felicidad. Elegid, compatriotas, o venir a disfrutar de la libertad bajo el Gobierno independiente, o espirar de miseria en los bosques o víctimas de una justa persecución.
Yo os empeño mi palabra de honor de olvidar todos vuestros pasados delitos, si en el término de un mes os restituís a vuestros hogares. Bajo esta salvaguardia, sagrada para mi, podréis gozar tranquilos de los bienes que os ofrece vuestra patria y podréis después aspirar por una buena conducta y útiles servicios a las consideraciones del Gobierno. Si alguno de vosotros resiste aún esta vía para entrar en el orden, es menester que sea un monstruo indigno de toda generosidad, y debe ser abandonado a la venganza de las leyes. Por lo tanto he venido en decretar y decreto lo siguiente:
1°-Todo americano que se presente al juez de su pueblo u otra cualquiera autoridad pública, en el término de un mes será admitido, y no se le perseguirá en manera alguna por haber servido en el ejército español o por haberse. alistado en las cuadrillas de salteadores.
2°-Tendrá este indulto toda fuerza por un mes, contado desde el día en que se publicare en cada pueblo. Pasado este término no será de ningún valor, a vio ser que pruebe el que se presentare, que no ha podido realizarlo antes, impedido por dificultades invencibles.
3°-Se publicará este indulto, imprimirá y circulará y registrará en el libro correspondiente.
Dado en el cuartel general de San Carlos, firmado de A mano y refrendado del infrascrito secretario de estado y del despacho de gracia y justicia, a 7 de diciembre de 1813, 3° de la República y 1° de la Guerra a Muerte.
SIMÓN BOLÍVAR.
Rafael D. Mérida.
Valencia. Imprenta del Gobierno.
convento de religiosos franciscanos

Manifiesto del general en jefe del ejército libertador a sus conciudadanos



Manifiesto del general en jefe del ejército libertador a sus conciudadanos

La conducta de Miranda sometió la República venezolana a un puñado de bandidos, que esparcidos en sus extensas poblaciones, llevaron por todas partes los suplicios, las torturas, el incendio y el pillaje: renovaron. las escenas atroces con que ensangrentaron al Nuevo Mundo cías primeros conquistadores. Las estipulaciones, la buena fe de sus habitantes, su dócil sumisión, lejos de ser un dique a la violencia, fué el cebo de su estúpida fiereza y rapacidad. La tiranía del rudo y pérfido Monteverde echará para siempre el sello de la ignominia y del oprobio a la nación española; y la historia de su dominación será la historia de la alevosía, del terrorismo, y otros semejantes resortes de su política.
La nación que infringe una capitulación solemne, incurre en la proscripción universal. Toda comunicación, toda relación con ella debe romperse: ha conspirado a destruir los vínculos políticos del Universo, y el Universo debe conspírar a destruirla.
Americanos, el acto por el cual el Gobierno español ha desconocido el sagrado de los tratados, os ha dado un nuevo y terrible derecho a vuestra emancipación y a su exterminio.
Arroyos de sangre ha regado este suelo pacífico, y para rescatarle de la tiranía ha corrido la de ilustres americanos, en los encuentros gloriosos de Cúcuta, Carache, y Niquitao, donde su impetuoso valor, destruyendo al mayor número, ha inmortalizado la bizarría de nuestras 'ropas- Las repetidas y constantes derrotas de los españoles en estas acciones prueban cuanto los soldados de la libertad son superiores a los viles mercenarios de un tirano. Sin artillería, sin numerosos batallones. la fogosidad sola, y la violencia de las marchas militares, ha hecho volar los estandartes tricolores desde las riberas del Magdalena hasta las fronteras de Barcelona y Guayana. La fama de nuestras victorias volando delante de nosotros ha disipado sola ejércitos enteros, que en su delirio intentaban llevar el yugo , español a la Mueva Granada y al corazón de la América Meridional Cerca tres hombres a órdenes de Tizcar, seguidos de una formidable artillería, estabas: destinados a la ejecución del proyecto. Apenas entreveen nuestras operaciones, que huyendo como el viento, arrastran consigo como un torbellino furioso, cuanto su rapacidad puede arrebatar a las víctimas que inmolaban en Barinas y Nutrias. Desesperando de hallar salud en la fuga misma, al fin solicitan la clemencia de los vencedores, y caen en nuestro poder su artillería, fusiles, pertrechos, oficiales y soldados. Un ejército fué así destruido sin un tiro de fusil, y ni sus reliquias pudieron salvarse.
Nada importa que el comandante Oberto, confiado en sus fuerzas, intente para sostener a Barquisimeto, aventurar el éxito de una batalla con el ejército invencible. La memorable acción de los Horcones, ganada por nuestros soldados, es el esfuerzo mayor de la bizarría, y del valor. Solos quince hombres pudieron escapar por una veloz y vergonzosa huida. Ejército de Oberto, divisiones de Coro, artillería, pertrechos, bagajes, todo fué apresado o destruido. Nada faltaba ya al ejército republicano, sino aniquilar el coloso del tirano mismo. Estaba reservado a los Taguanes ser el teatro de esta memorable decisión.
Monteverde había reunido allí las únicas fuerzas que podían defenderle. Si fue ésta! el último y el mayor esfuerzo de la tiranía, el resultado le fué también el más desastroso y funesto. Todos sus batallones perecieron o se rindieron. No se salvó un infante, un fusil. Sus más expertos oficiales muertos o heridos. Este fué el momento de la redención de Venezuela. Allí fueron las últimas atrocidades de Monteverde. En su fuga incendiaba las poblaciones, pillaba a todos los habitantes, y con los despojos de los pueblos se refugió a Puerto Cabello, donde su estupidez no le ha permitido almacenar provisiones de víveres ni aun .de pertrechos.
Pocas victorias han sido acompañadas de circunstancias tan gloriosas. Ella ha dado un esplendor a las armas americanas, de que no la creían capaces los otros pueblos. No hubo sino un solo herido; y el ejército de Monteverde fué pulverizado. Las ciudades de Valencia, las de los Valles. de Aragua, Caracas, La Guaira, todo lo que la tiranía había reducido a una desolación espantosa, fué en un momento rescatado, animado del regocijo universal; y al silencio de los muertos, sucedieron los vivas de la Libertad.
¿Quién hubiera esperado que cuatro miserables europeos, indisciplinados y sin caudillo, de la ciudad de Caracas, hubieran propuesto entonces al Vencedor condiciones para rendirse? Desunidos, impotentes y sumergidos entre millares de patriotas solos bastantes para sufocarlos, presentaron un tratado de capitulación, que sólo hubiera soportado la clemencia del Vencedor. Se concluyó en La Victoria con ventajas que no podía esperar su estado miserable. La conciencia de sus crímenes no les permitió esperar tampoco el resultado de la negociación, corrieron vergonzosamente en tropel a los buques de la bahía, como sólo medio de su salvación.
Habitantes de Caracas y La Guaira: vosotros habéis sido testigos oculares del desorden escandaloso con que el Gobierno español ha desaparecido de entre vosotros, abandonando a merced de los vencedores, a los mismos que debían ser el blanco de la ira, y la venganza. ¿Qué hombres sensatos podrán ser más los partidarios de un inicuo Gobierno, que después de haberlos envuelto en sus crímenes, los expone él mismo al sacrificio? Un Gobierno cuyo objeto es el pillaje, sus medios la destrucción y la perfidia; y que lejos de ver la defensa general, rinde al cuchillo a sus más comprometidos defensores?
Nuestra clemencia ha perdonado a esta última perfidia: ha retirado del suplicio a los destructores de Venezuela, y ha propuesto por una comisión a sus residuos, acogidos en Puerto Cabello, extender a ellos mismos tan incomparable generosidad. Si ellos resisten, su obstinación labrará su pérdida por un funesto escarmiento.
Está borrada, venezolanos, la degradación e ignominia con que el déspota insolente intentó manchar vuestro carácter. El Mundo os contempla libres, ve vuestros derechos asegurados, vuestra representación política sostenida por el triunfo. La gloria que cubre las armas de los libertadores excita la admiración del Mundo. Ellas han vencido: ellas son invencibles. Han infundido un pánico terror a los tiranos, infundirán un decoroso respeto a los Gobiernos independientes, como el vuestro. La misma energía que os ha hecho renacer entre las naciones, sostendrá para siempre vuestro rango político.
El General que ha conducido las huestes libertadoras al triunfo, no os disputa otro timbré, que el de correr siempre al peligro, y llevar sus armas donde quiera que haya tiranos. Su misión está realizada. Vengar la dignidad americana tan bárbaramente ultrajada, restablecer las formas libres del Gobierno republicano, quebrantar vuestras cadenas, ha sido la constante mira de todos sus conatos. La causa de la libertad ha reunido bajo sus estandartes a los más bravos soldados, y la victoria ha hecho tremolarlos en Santa Marta, Pamplona, Trujillo, Mérida, Barinas y Caracas.
La urgente necesidad de acudir a los débiles enemigos que no han reconocido aun nuestro poder,, me obliga a tomar en el momento deliberaciones sobre las reformas que creo necesarias en la constitución del Estado. Nada me separará de mis primeros y únicos intentos. Son vuestra libertad y gloria.
Una asamblea de notables, de hombres virtuosos y sabios, debe convocarse solemnemente para discutir y sancionar la naturaleza del Gobierno, y los funcionarios que hayan de ejercerle en las críticas y extraordinarias circunstancias que rodean a la República. El libertador de Venezuela renuncia para siempre, y protesta formalmente, no aceptar autoridad alguna que no sea la que conduzca nuestros soldados a los peligros para la salvación de la- Patria.
Caracas, 9 de agosto de 1813, 3° de la Independencia y 1º. de la Guerra a Muerte.
De orden del General en Jefe,
Antonio Muñoz Tébar,
Secretario de Estado.
Imprenta de Juan Baillio. Caracas.
 

A los valerosos meridianos 21 de junio de 1813



A los valerosos meridianos
 21 de junio de 1813
Simón Bolívar,  brigadier de la unión y general en jefe del ejército del norte,  libertador de Venezuela
A los valerosos Meridianos:
Después de los desastres que las vicisitudes físicas y políticas que ha padecido la ilustre Venezuela, la hicieron descender al sepulcro, habéis visto renacer la luz de la libertad, que las invictas armas de la Nueva Granada os han traído. Un ejército de hermanos os ha vuelto al regazo de la patria que los tiranos habían destruido, y vuestros libertadores han resucitado. Ya sois otra vez ciudadanos de la República federal; ya sois otra vez hombres, y ya volvéis a ser libres al abrigo de vuestras leyes y magistrados que el Congreso Granadino os ha restituido,. Para que defendáis hasta la muerte los derechos que antes perdisteis, y os usurparon los monstruos de la España que nos hacen una guerra impía porque les disputamos la libertad, la vida, y los bienes que la clemencia del cielo nos ha dado. Si, Americanos, los odiosos y crueles españoles han introducido la desolación y la muerte en medio de los inocentes y pacíficos pueblos del hemisferio colombiano, porque la guerra y la muerte que justamente merecen los ha hecho abandonar su país nativo que no han sabido conservar y que han perdido con ignominia. Tránsfugas y errantes como los enemigos del Dios salvador se ven arrojados de todas partes y perseguidos por todos los hombres. La Europa los expulsa, y la América los rechaza porque sus vicios en ambos mundos los han cargado de la execración de la especie humana. Todas las partes del globo están teñidas en sangre inocente que han hecho derramar los feroces españoles, como todas ellas están manchadas con los crímenes que lean cometido, no por amor a la gloria, sino en busca del metal que es su Dios soberano. Los verdugos que se titulan nuestros enemigos han violado el sagrado derecho de gentes y de las naciones en Quito, La Paz, México, Caracas y recientemente en Popayán. Elles sacrificaron en sus mazmorras a nuestros virtuosos hermanos en las ciudades de Quito y La Paz. Degollaron a millares de nuestros prisioneros en México: sepultaron vivos en las bóvedes y pontones de Puerto Cabello y de La Guaira a nuestros padres, hijos, y amigos de Venezuela: han inmolado al Presidente y Comandante de Popayán con todos sus compañeros de infortunio: y últimamente ¡Oh Dios! casi a presencia de nosotros han hecho una espantosa carnicería en Barinas de nuestros prisioneros de guerra, y de nuestros pacíficos compatriotas de aquella capital!... Mas esas víctimas serán vengadas, estos verdugos serán exterminados. Nuestra vindicta será igual a la ferocidad española. Nuestra bondad se agotó ya y puesto que nuestros opresores nos fuerzan a una guerra mortal, ellos desaparecerán de América y nuestra tierra sena purgada de los monstruos que la infestan. Nuestro odio será implacable y la guerra será a muerte.
Cuartel General de Mérida, junio 8 de 1813. -3°
SIMÓN BOLÍVAR.
Es copia.
Villa del Rosario, 21 de junio de 1813. -3°
Villavicencio.
Vocal Secretario

Cartas- Al general Nariño



Cartas
Al general Nariño
Barinas, 21 de abril de 1821.
Señor general Antonio Nariño.
Mi muy estimable amigo y señor:
Mucho celebraré que Vd. haya llegado a Cúcuta sin ninguna novedad particular. Debe ser un poco triste para Vd. el pronto término de sus predecesores, y no quiera el cielo que Vd. los siga en su viaje a la patria de los muertos. Aquí se ha asegurado que nuestro común y digno amigo Azuola debe haber expirado: muy sensible me será si tal desgracia le sucede a la república y a su familia.
Yo tengo mucha confianza en que Vd. allanará todas las dificultades que se opongan a la instalación del congreso, y es el objeto, en el día, más ardiente para mi corazón. Deseo, sobre toda exageración, que el cuerpo legislativo se reúna para que eche los últimos cimientos al edificio de la república, que aun está por construir; pues que no tenemos más que despejado el terreno de veinte y dos provincias, y un libro que no habla con nadie, que llaman constitución.
Pero Vd. verá por sí mismo, que no hay otra cosa, porque la transición del gobierno, la comisión de unos individuos en países extranjeros, la muerte de dos vicepresidentes, la ausencia de los ministros, la dificultad de la reunión del congreso, la no existencia de una dirección general de rentas, y la incoherencia de todos los ramos, mi ausencia de la capital, y mi estada en el ejército, todo esto y otras muchas cosas tienen, por decirlo así, la república en orfandad. Colombia se gobierna por la espada de los que la defienden, y en lugar de ser un cuerpo social, es un campo militar. Por consiguiente, los abusos, las negligencias y la carencia de todo elemento orgánico, es inevitablemente el efecto de aquellos principios que no ha estado en mi poder corregir, por muchas razones: la primera, porque un hombre en muy poco tiempo, y escaso de conocimientos generales, no puede hacerlo todo, ni bien ni mal; segunda, porque me he dedicado exclusivamente a expulsar a nuestros enemigos; tercera, porque hay muchas consideraciones que guardar en este caos asombroso de patriotas, godos, egoístas, blancos, pardos, venezolanos, cundinamarqueses, federalistas, centralistas, republicanos, aristócratas, buenos y malos, y toda la caterva de jerarquías en que se subdividen tan diferentes bandos; de suerte que, amigo, yo he tenido muchas veces que ser injusto por política, y no he podido ser justo impunemente.
Convencido íntimamente de que a la cabeza del gobierno se debe poner otro que no sea un soldado como yo, siempre en la frontera; y de que debe dividirse el mando del ejército y el de la república, mando mi dimisión, para que, tanto Vd. como los demás buenos ciudadanos, se empeñen en que se acepte. De no, cuente Vd. con la orfandad eterna del gobierno, y aun con mi deserción el día mismo que bata los enemigos. Crea Vd., amigo mío, que yo he meditado mucho esta materia, en ocho años que he gobernado la república. Yo no sé, ni puedo, ni quiero gobernar: para hacer eficazmente una cosa es menester tener inclinación a ella, y aun quererla con pasión vehemente.
Por mi parte, cada día me siento con más repugnancia por el mando, y si continúo y continuaré a la cabeza del ejército, es porque desde el primer día de mi vida pública me encontré fuertemente animado de la ansia de contribuir a la expulsión de nuestros antiguos opresores. De suerte, que este servicio lo hago por pasión, no por mérito. Yo espero que Vd. emplee todo su influjo en que no se me fuerce a cometer una acción más contraria a mí mismo que al crédito de la república, y en que ambos padeceríamos más de lo que se puede prever; porque suponga Vd. qué impresión haría a los extranjeros la deserción del jefe del estado y ¡qué anarquía la que se establecería en nuestro pueblo colombiano!
Si Vd. no quiere ser presidente, puede Vd. indicar otro que lo sea tan dignamente como Vd. mismo. E] general Santander es excelente sujeto; y si no, Urdaneta, Montilla, Restrepo, Peñalver, Zea y otros muchos que tienen más o menos mérito que los precedentes. Mi opinión es en esta parte que el presidente debe ser militar y cundinamarqués; y el vicepresidente paisano y venezolano, para evitar celos y discordias; si es que se pueden evitar en el tumulto de tan ciegas pasiones.
Adiós, mi querido amigo.
BOLIVAR.
P. D.- Se puede comunicar esta carta al señor Peñalver.

A los caraqueños 8 de agosto de 1813



A  los caraqueños 8 de agosto de 1813

Simón Bolívar, brigadier de la unión, y general en jefe del ejército libertador de Venezuela.
A los Caraqueños.
Anonadados por las vicisitudes físicas, y políticas, hasta el último punto de oprobio y de infortunio, a que la suerte ha podido reducir a un pueblo civilizado, os veis ya libres de las calamidades espantosas que os hicieron desaparecer de la escena del mundo; y por decirlo así, hasta de la faz de la tierra: pues sepultados, muertos en los Templos, y vivos en las cavernas que el arte y la naturaleza han formado, estabais privados de la influencia del Cielo, y de los auxilios de vuestros semejantes.
En un estado tan cruel y lamentable; y a tiempo que las persecuciones habían llegado a su colmo, un ejército bienhechor compuesto de vuestros hermanos los ínclitos soldados granadinos parecen, y como ángeles tutelares, os hacen salir de las selvas, y os arrancan de las horribles mazmorras donde yacíais sobrecogidos de espanto, o cargados de las cadenas tanto más pesadas, cuanto más ignominiosas. Parecen, digo, vuestros libertadores, y desde las márgenes del caudaloso Magdalena, hasta los floridos valles del Aragua, y recintos de esta ilustre capital, victoriosos, han surcado los ríos del Zulia, del Táchira, del Bocanó, del Masparro, la Portuguesa, el Morador, y Acarigua, transitando los helados páramos de Mucuchies, Boconó y Níquitao, atravesando los desiertos y montañas de Ocaña, Mérida y Trujillo, triunfando siete veces en las campales batallas de Cúcuta, la Grita, Betijoque, Carache, Niquitao, Barquisimeto y Tinaquillo, donde han quedado vencidos cinco ejércitos que en número de diez mil hombres, devastaban las hermosas provincias de Santa Marta, Pamplona, Mérida, Trujillo, Barinas y Caracas.
Caraqueños: El ejército de bandidos que profanaron vuestro territorio sagrado ha desaparecido delante de las huestes Granadinas y Venezolanas, que animadas del sublime entusiasmo de la libertad y de la gloria, han combatido con un valor divino, y han llenado de un pánico terror a los tiranos cuya sangre regada en los campos ha. expiado una parte de sus enormes crímenes. Vuestros ultrajes han sido vengados por nuestra espada libertadora, que a un solo golpe ha inmolado los verdugos, y cortado las ligaduras de las víctimas.
Los habéis visto, Caraqueños, escaparse como tránsfugas de vuestra Capital, y puertos, temiendo vuestra justa indignación, y no temiendo la vergüenza de huír de un pueblo todavía encadenado. No esperaron, no, la clemencia del vencedor a que ellos no eran acreedores por las infracciones impías que han cometido en todas las partes del Mundo Americano: pero el magnánimo carácter de nuestra nación ha querido superarse a sí mismo concediendo a nuestros bárbaros enemigos tratados tan benéficos que le han asegurado sus bienes y sus vidas, únicos objetos de su codicia.
Mirad cuán pérfidos deben ser unos hombres que entregandoos a la anarquía os pusieron en la necesidad absoluta de existir en medio de los tumultos sin gobierno y sin orden. Mirad cual será su carácter fementido y protervo, cuando abandonan a sus propios defensores a la merced de un vencedor, y de un pueblo irritado que con razón clamaba a la venganza de tres siglos de opresión, y de un año de exterminio. Mirad en fin con el vilipendio que ellos merecen a esos miserables que erguidos en la prosperidad, y cobardes en el infortunio, precipitan a sus hermanos al peligro, y los abandonan en él.
Por fin, compatriotas míos, vuestra República acaba de renacer bajo los auspicios del Congreso de la Nueva Granada vuestra auxiliadora, que ha enviado sus ejércitos, no a daros leyes, sino a restablecer las vuestras extinguidas por la irrupción de los bárbaros, que envolvió en el caos, la confusión y la muerte los Estados Soberanos de Venezuela, que hoy existen nuevamente libres e independientes y colocados de nuevo al rango de Nación.
Esta es, caraqueños, mi misión; aceptad con gratitud los heroicos sacrificios que han hecho por vuestra salud mis compañeros de armas, que al daros la libertad se han cubierto de una gloria inmortal.
Cuartel General de Caracas, 8 de agosto de 1813, 3° de la Independencia y 1° de la Guerra a Muerte.
Antonio Muñoz Tébar.
Secretario de Estado.
Imprenta de Juan Baillio. Caracas.

Simón Bolívar, brigadier de la unión y general en jefe del ejército del norte, Libertador de Venezuela 9 de octubre de 1813



Simón Bolívar, brigadier de la unión y general en jefe del ejército del norte,
Libertador de Venezuela

9 de octubre de 1813
Soldados:
El ejército español que concibió el extravagante proyecto de subyugan nuevamente la República de Venezuela, no existe ya: destruido en la; dos gloriosas acciones de Bárbula y las Trincheras, donde vuestro valor deshizo sin el menor esfuerzo esas bandas de mercenarios que los tiranos de la España enviaron a inmolar al filo de vuestra espada, pensando sin duda, que vosotros erais los mismos esclavos que en otros tiempos ellos desgraciaban a la esfera de los brutos. Pero su exterminio ha sido el resultado de tan audaces delirios. El ejército de Monteverde con su indigno caudillo, ha desaparecido; y sus miserables reliquias sólo han podido salvarse por el camino del deshonor, huyendo como liebres y sepultándose en sus antiguas guaridas.
Sólo quinientos hombres, sin oficiales ni jefes, se han acogido al castillo de Puerto Cabello a morir de hambre, peste y temor; así se ha desvanecido la única y última esperanza de nuestros cobardes enemigos, que habían colocado toda su confianza en sus jactanciosos compatriotas los soldados españoles.
El celo que protege siempre la buena causa, y abandona a su rigor a los tiranos de la humanidad ha señalado su justicia haciendo perecer al azoté de Venezuela, el abominable Monteverde, y a sus cómplices. Su mayor número ha quedado en el campo, y el menor anda errante por los bosques, buscando un asilo digno de su ferocidad en las cavernas de las fieras.
Soldados, nuestras armas libertadoras han vengado a Venezuela, inmolando a los tiranos que tan pérfidamente la engataron para sacrificarla a sus miras de ambición y avaricia. La sangre de estos monstruos apacigua el clamor de los manes de nuestras víctimas: ya ellas están satisfechas, y el honor nacional vindicado. Mas nuevas glorias os esperan en los campos de Coro, Maracaibo y Guayana; partid, pues, a libertar a vuestros hermanos que gimen bajo el yugo español. El impertérrito brigadier Rafael Urdaneta, vuestro mayor general, os conducirá a la victoria en los campos de Coro, para donde marcháis: en tanto que los vencedores de Maturín unidos a los valientes caraqueños de la división del invicto comandante Campo Ellas, castigan a Boves, expulsan a Yáñez de San Fernando, y marchan contra Guayana. El resto de los vencedores de Monteverde estrechan a Puerto Cabello, hasta que perezca o se rinda, bajo las órdenes del bizarro comandante D'Elhuyar.
Yo no me aparto de vosotros, amados compañeros míos, sino por ir a conducir en triunfo a Caracas el gran corazón del inmortal Girardot; y a recibir con los honores debidos a los libertadores de Cumaná y Barcelona, que ansiosos de adquirir nuevos trofeos vienen a participar de nuestros peligros, y de nuestras glorias, guiados por el joven héroe general Santiago Mariño, salvador de su patria. No me aparto, no, de vosotros, soldados granadinos y venezolanos, pues mi espíritu, mis sentimientos, y mi amor os quedan. Yo os ofrezco volver más pronto a la luz a dividir con vosotros los trabajos marciales que hacéis por la salud de la patria, que ya os titula con el sublime renombre de Libertadores de Venezuela.
Cuartel General de Valencia, 9 de octubre de 1813, 3° y 1º
SIMÓN BOLÍVAR.
Antonio Rafael Mendiri,
Secretario Interino de Guerra. 

Al Batallón sin nombre



Al Batallón sin nombre
6 de diciembre de 1813
Soldados: Vuestro valor ha ganado ayer, en el campo de batalla, un nombre para vuestro cuerpo, y aun en medio del fuego, cuando os vi triunfar, le proclamé el Batallón Vencedor de Araure. Habéis quitado al enemigo banderas que un momento fueron victoriosas; se ha ganado la famosa llamada invencible de Numancia.
Llevad, soldados, esta bandera de la República. Yo estay seguro que la seguiréis siempre con gloria.
BOLÍVAR.
Cuartel General en la Aparición de la Corteza, a 6 de diciembre de 1813.
Se componía este batallón de las tropas batidas días antes en la jornada de Barquisimeto, a las cuales el Libertador, al reconvenirlas por su conducta, les había negado nombre y el uso de la bandera.
Simón Bolívar

sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío

 /sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío: Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos...