Batalla de Carabobo

Batalla de Carabobo
Esta batalla fue una de las mejores que libró Bolívar frente a los españoles, en la cual no solamente puede observarse una gran concepción táctica, sino también el inconfundible valor de las tropas del Libertador y de los españoles, que en esta ocasión demostraron la bizarría de sus tropas. Fue una batalla tal y como se concebía en los principios de la guerra de ese entonces: Una gran batalla de rápida duración que fuera definitiva en la obtención del triunfo en la campaña general.
Carabobo fue la consecuencia final del reinicio de las hostilidades por parte de Bolívar, el cual, aprovechaba la creciente dificultad que encontraban los realistas en contener las acciones del Libertador y sus subalternos. El efecto era que las tropas realistas se encontraban dispersas y además estaban siendo superadas por las cada vez mayores fuerzas bajo el mando de Bolívar.
El mariscal de campo Miguel de la Torre, comandante de las tropas españolas en Venezuela luego de la retirada de Pablo Morillo, se encontraba disminuido de fuerzas al tener que enviar dos batallones de infantería a proteger Caracas. Además, en las filas realistas existían roces y rivalidades entre La Torre y el general Morales, veterano ya en Venezuela y Nueva Granada y que comandaba la caballería llanera. Esta disputa por el mando afectó anímicamente a las tropas a más de dificultar la coordinación de las tropas.
Al llegar al campo de Carabobo, los realistas tenían 5 batallones de infantería que sumaban más de 2500 hombres: Infante, Hostalrich, Burgos, Barbastro  y Valencey. Además tenían 4 regimientos de caballería: Húsares, Guías, Del Rey, y otros 4 escuadrones, un total de 1500 soldados. También tenían artillería.
Los patriotas contaban casi 4000 soldados de infantería y 2500 de caballería, aunque los datos, como lo menciona Arturo Santana, no son muy confiables para las tropas de Bolívar. El Libertador disponía de 9 batallones de infantería: Vargas, Boyacá, Tiradores, Bravos de Apure, Cazadores Británicos, Anzoátegui, Vencedor, Granaderos y Rifles. En cuanto a caballería, contaba con los escuadrones Lanceros de Honor, Cazadores Valientes y la Venganza, junto con otros cuerpos. No tenían artillería.
El campo de Carabobo dista de Valencia 24 kilómetros al suroccidente, después de cruzar el río Chirgua, la Serranía de las Tres Hermanas y la posición de Buenavista. Estaba rodeada por un bosque de chaparrales, la quebrada de las Manzanas y los barrancos de esta. En fin, puede decirse que es una sabana rodeada de bosques y colinas, en la cual ahora se encuentra un imponente complejo de monumentos en memoria de aquella acción.
El 24 de Junio de 1821 se encontraron los dos ejércitos, de los cuales el primero en haber llegado era el español, que había cubierto las rutas de acceso con su artillería y además estaba bien defendido en su flanco izquierdo. Bolívar, dándose cuenta de que el punto débil del dispositivo español era el flanco derecho, decidió realizar una maniobra envolvente con los batallones Bravos de Apure y los Cazadores Británicos, a eso de las 11 de la mañana. Esta acción desbarató la formación de La Torre, el cual, marchando con el Burgos, ocupó posiciones más elevadas que las de los patriotas, rechazando la maniobra y causando sensibles bajas a los patriotas.
La situación era especialmente difícil para los soldados del Bravos de Apure, hasta que llegaron las tropas del Cazadores Británicos, que luego de contener la ofensiva española pasan a cargar a la bayoneta. Posteriormente llega el batallón Tiradores y se puede forzar la entrada a la llanura, mientras se van rechazando los embates de la caballería española.
Posteriormente los escuadrones de caballería del Libertador entran en acción batiendo a la caballería enemiga, mientras Páez ataca a los batallones Burgos, Hostalrich y Barbastro, que se declararon vencidos.
La batalla duró menos de una hora, concediéndosele el triunfo a Bolívar y sus tropas. El batallón español Valencey, al ver la derrota, se retira hacia Valencia con la artillería, siendo perseguido por los batallones Rifles y Granaderos, los cuales antes han hecho rendir al Infante. El mariscal La Torre y el general Morales se retiraron con el Valencey, el cual, demostrando el valor de los soldados españoles, resistió los continuos ataques que le hicieron los lanceros patriotas, hasta la ciudad de Valencia, y pudo llegar a Puerto Cabello al día siguiente. La persecución se había detenido en Valencia al caer la noche.
Bolívar, para derrotar al Valencey y terminar con los últimos reductos de tropas españolas, decidió enviar tropas a Puerto Cabello y otros lugares.
En cuanto a las bajas, no se conoce exactamente el número de muertos, heridos y prisioneros. Entre los patriotas, lo cierto es que fueron sensibles las bajas en los batallones Bravos de Apure, los Cazadores Británicos y el Tiradores, a más de que en la persecución del Valencey cayeron muchos oficiales de la caballería. De los españoles, se salvaron 400 del Valencey; la caballería de Morales se dispersó, siendo en su mayoría capturados, junto con un gran parque y banderas.

Con esta batalla el Libertador pudo al fin liberar a su patria, Venezuela, que tanto sufrió por los estragos de la guerra. Ahora, al lado de la Nueva Granada, la Gran Colombia estaba adquiriendo forma. Sólo faltaba Quito para completar la unidad política de la nueva nación.

Retrato de Bolívar por D. F. O’LEARY.


Retrato de Bolívar por D. F. O’LEARY.


Bolívar tenia la frente alta, pero no muy ancha,  y surcada de arrugas desde temprana edad ---- indicio de pensador. ---- Pobladas y bien formadas la cejas. La nariz larga y perfecta. Tuvo en ella  un pequeño lobanillo que le preocupó mucho, hasta que desapareció en 1820  dejando una señal de imperceptible. Los pómulos saliente; las mejillas hundidas, desde que lo conocí  en 1818. La boca y los labio gruesos. La distancia de la nariz al superior era notable. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos; cuidándolos con esmero. Las orejas grandes , pero bien puestas. El pelo muy negro,  en los años de 1818 a 1821, en que empezó a encanecer y desde entonces los uso corto. Las patillas y bigote rubios se los afeito por primera vez en e Potosí en 1825; su estatura era de 5 pies, 6 pulgadas inglesas. Tenia el pecho angosto; el cuerpo delgado, las piernas sobre todo. La piel morena y algo áspera. Las manos y los pies pequeños y bien formados; una mujer los había envidiado. Su aspecto, cuando estaba de buen humor, era apacible. Pero terrible cuando irritado; el cambio era irritado.
Bolívar tenia siempre buen apetito, pero sabia sufrir hambre como nadie. Aunque grande apreciador y conocedor de la buena cocina. Comía con gusto son sencillos y primitivos manjares del llanero o del indio. Era muy sobrio; sus vinos favoritos eran “graves” y “champaña”; ni en la época en que más vino tomaba le vi beber más de cuatro copas de aquel o dos de este. Hacia mucho ejercicio. No he conocido a nadie que soportase como él las fatigas. Después de una jornada que bastaría para rendir al hombre más robusto, le he visto trabajar cinco o seis horas, o bailar otras tantas, con aquella pasión que tenia por el baile. Dormía cinco o seis horas de las veinticuatro, en hamaca, en catre, sobre un cuero, o envuelto en su capa en el suelo, a campo libre, como pudiera sobre blanda pluma. Su sueño era tan ligero y su despertar tan pronto, que no a otra cosa debió su salvación de la vida en el “Rincón de los toros”. En el alcance de la vista y en lo fino del odio no le aventajaban ni los llaneros. Era diestro en el manejo de las armas y diestrisimo y atrevido jinete, aunque no muy apuesto a caballo. Apasionado por los caballos, inspeccionaba personalmente su cuido, y en campaña o en la ciudad, visitaba varias veces al día las caballerizas. Muy esmerado en su vestido y en extremo aseado, se bañaba todos los días, y en las tierras calientes hasta tres veces al día.
Hablaba mucho y bien; poseía el raro don de la conservación y gustaba de referir anécdotas de su vida pasada.
En el despacho de los negocios civiles, que nunca descuido ni aún en campaña, era tan hábil y tan listo, como en los demás actos de su vida. Meciéndose en la hamaca o paseándose, las más veces a largos pasos pues su natural inquietud no se avenía con el reposo; con los brazos cruzados, o asido el cuello de la casaca con la mano izquierda, y el índice de la derecha sobre el labio superior, oía a su secretario leer la correspondencia oficial y el sinnúmero de memoriales y esta resolución era por lo General irrevocable. Dictaba luego  y hasta tres amanuenses a la vez; los despachos oficiales y las cartas; pues nunca dejaba una sin que la escribía. Aunque se le interrumpiese mientras dictaba,  jamas le oía equivocarse ni turbarse para reanudar la frase.
Hablaba y escribía francés correctamente, e italiano  con bastante perfección; de ingles sabía poco, apenas lo suficiente para entender lo que leía.
Los ataques que la prensa dirigía contra él le impresionaban en sumo grado; y la calumnia le irritaba. Hombre público por más de veinte años, su naturaleza  sensible no pudo nunca vencer a esta susceptibilidad, poco común en hombres colocados en puestos eminentes. Tenia alta opinión de la misión sublime de la prensa, como fiscal de la moral pública y frano de las pasiones. A buen uso del agente civilizador se hace en Inglaterra atribuía él la grandeza y moralidad del pueblo ingles.
D. F. O’LEARY.


Bolívar visto por Jose Marti

Bolívar visto por Jose Marti

Hombre fue aquel extraordinario, en realidad. Vivió como entre llamas, y lo era. Ama, y lo que es como florón de fuego. Amigo se le muere el hombre honrado a quien quería y manda que todo cese a su alrededor. Enclenque en lo que anda el posta más ligero, barre con un ejército naciente todo lo que hay de Tenerife a Cúcuta. Pelea  en lo más afligido del combate, cuando se le vuelven suplicante todos los ojos, manda que se desensillen el caballo. Escribe y es como cuando en lo alto de una cordillera se coge y cierra de súbito la tormenta, y es bruma y lobreguez  el valle todo, y a tajos abre la luz celeste la cerrazón, cuelga de un lado y otro las nubes por los picos mientras en lo hondo luce el valle fresco como el primor de todos su colores.
Como los montes, era él ancho en la base, con las raíces en las del mundo, y por la cumbre, enhiesto y afiliado, como para penetrar mejor en el cielo rebelde. Se le ve golpeando, con el sable de puño de oro, en las puertas de la gloria. Cree en el cielo, en los dioses, en los inmortales, en el dios de Colombia, en el genio de América y en su destino.
Su gloria lo circunda, inflama y arrebata. Vencer, no es el sello de la divinidad? Vencer  a los hombres, a los ríos hinchados, a los volcanes, los siglos, a la Naturaleza! Siglos, como los desharía, sí no pudiera hacerlos! No desata razas, no desencadena el Continente, no evoca pueblos, no ha recorrido con las banderas de la redención más mundos que ningún conquistador con las de la tiranía, no habla desde el Chimborazo con la eternidad  y tiene a sus plantas en el Potosí, bajo el pabellón de Colombia picado de cóndores, una de las obras más bárbaras y tenaces de la historia humana? No le atacan las ciudades y los poderes de esta vida, y los émulos enamorados y sumisos, y los genios del orden nuevo, y las hermosuras? Como el sol llega a creerse, por lo que deshiela y fecunda y por lo que ilumina y abrasa.
Hay senado en el cielo, y será sin duda, de él. Ya ve el mundo allá arriba, áureo de sol cuajado, y los asientos de la roca de la creación y el piso de la nubes, y el techo de las centellas que le recuerden en el cruzarse y chispear, los reflejos del medio día de Apure en los rejones de sus lanzas, y descienden de aquella altura, como dispensación paternal, la dicha y el orbe sobre los humanos. Y no es así el mundo, sino suma divinidad que asciende ensangrentada y dolorosa del sacrificio y prueba de los hombres todos!
Y muere él en Santa Marta, trastorno y horror de ver hecho pedazos aquel astro suyo que creó inmortal, en su error de confundir la gloria de ser útil, que sin cesar le crece, y es divina de veras, y corona que nadie arranca sienes con el mero accidente del poder humano merced y encargo casi siempre impuros de los que sin mérito u osadía lo anhelan para sí , o estéril triunfo de un bando sobre otro o fiel o inseguro de los intereses y pasiones, que sólo recae en el genio o la virtud en los instantes de suma angustia,  o pasajero pudor en que los pueblos, enternecidos por el peligro aclaman la idea o desinterés por donde vislumbran su rescate.
Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con la inca a lado y haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña porque lo que él no dejó hecho, su hacer esta hasta hoy; por que Bolívar tiene qué hacer en América todavía!


Discursos pronunciados en la asamblea celebrada en Caracas, en la iglesia del convento religiosos franciscanos 3 de Enero de 1814

Discursos pronunciados en la asamblea celebrada en Caracas, en la iglesia del
 convento religiosos franciscanos 3 de Enero de 1814
Ciudadanos:
El odio a la tiranía me alejó de Venezuela cuando vi mi patria segunda vez encadenada; y desde los confines lejanos del Magdalena, el amor a la libertad me ha conducido a ella, venciendo cuantos obstáculos se oponían a mi marcha que me encaminaba a redimir a mi país de los horrores y vejaciones de los españoles. Mis huestes seguidas por el triunfo, lo han ocupado todo, y han destruido el coloso enemigo. Vuestras cadenas han pasado a vuestros opresores; y la sangre española que tiñe el campo de batalla, ha vengado a vuestros compatriotas sacrificados.
Yo no os he dado la libertad. Vosotros la debéis a mis compañeros de armas. Contemplad sus nobles heridas, que aun vierten sangre; y llamad a vuestra memoria los que han perecido en los combates. Yo he tenido la gloria de dirigir su virtud militar. No ha sido el orgullo ni la ambición del poder el que me ha inspirado esta empresa. La libertad encendió en mi seno este fuego sagrado; y el cuadro de mis conciudadanos expirando en la afrenta de los suplicios, o gimiendo en las cadenas, me hizo empuñar la espada contra los enemigos. La justicia de la caúsa reunió bajo mis banderas los más valerosos soldados, y la Providencia justa nos concedió la victoria.
Para salvaros de la anarquía, y destruir los enemigos que Intentaron sostener el partido de la opresión, fue que admití y conservé el poder soberano. Os he dado leyes: os he organizado una administración de justicia y de rentas: en fin os he dado un Gobierno.
Ciudadanos: yo no soy el soberano. Vuestros representantes deben hacer vuestras leyes; la hacienda nacional no es de quien os gobierna. Todos los depositarios de vuestros intereses deben demostraros el uso que han hecho de ellos: Juzgad con imparcialidad si he dirigido los elementos del poder a mi propia elevación, o si he hecho el sacrificio de mi vida, de mis sentimientos, de todos mis instantes por constituiros en nación, por aumentar vuestros recursos; o más bien por crearlos.
Anhelo por el momento de trasmitir este poder a los representantes que debéis nombrar; y espero, ciudadanos, que me eximiréis de un destino que algunos de vosotros podrá llenar dignamente, permitiéndome el honor a que únicamente aspiro, que es el de continuar combatiendo a vuestros enemigos; pues no envainaré jamás la espada mientras la libertad de mi patria no esté completamente asegurada.
Vuestras glorias adquiridas en la expulsión de vuestros opresores, se velan eclipsadas: vuestro honor se hallaba comprometido: vosotros lo habéis perdido, habiendo sucumbido bajo el yugo de los tiranos. Eráis la víctima de una venganza cruel. Los intereses del estado estaban en manos de bandidos. Decidid si vuestro honor se ha repuesto; si vuestras cadenas han sido despedazadas; si he exterminado vuestros enemigos; si os he administrado justicia; y si he organizado el erario de la República.
Os presento tres informes justificados de aquellos que han sido mis órganos para ejercer el poder supremo. Los tres secretarios de estado os harán ver si volvéis a aparecer sobre la escena del mundo, y que las naciones todas que ya os consideraban anonadados, vuelven a fijar su vista sobre vosotros, y a contemplar con admiración los esfuerzos que hacéis por conservar vuestra existencia; si estas mismas naciones podrán oponerse a proteger y reconocer vuestro pabellón nacional; si vuestros enemigos han sido destruidos tantas cuantas veces se han presentado contra los ejércitos de la República; si puesto a la cabeza de ellos, he defendido vuestros derechos sagrados; si he empleado vuestro erario en vuestra defensa; si he expedido reglamentos para economizarlo y aumentarlo; y si aun en media de los campos de batalla, y el calor de los combates he pensado en vosotros, y en echar los cimientos del edificio que os constituya una nación feliz y respetable. Pronunciad en fin si los planes adoptados podrán hacer se eleve la República a la gloria y a la felicidad.
DESPUÉS DE LA LECTURA DE LOS INFORMES DE LOS TRES SECRETARIOS DE ESTADO Y DEL DISCURSO DEL GOBERNADOR POLÍTICO, DOCTOR CRISTÓBAL DE MENDOZA, EL LIBERTADOR TOMÓ LA PALABRA Y DIJO:
No he podido oír sin rubor, sin confusión llamarme héroe, y tributarme tantas alabanzas. Exponer mi vida por la patria, es un deber, que han llenado vuestros hermanos en el campo de batalla: sacrificar todo a la Libertad, lo habéis hecho vosotros mismos, compatriotas generosos. Los sentimientos que elevan mi alma, exaltan también la vuestra. La Providencia, y no mi heroísmo, han operado los prodigios que admiráis.
Luego que la demencia o la cobardía os entregaron a los tiranos, traté de alejarme de este país desgraciado. Yo vi al pérfido que os atraía a sus lazos, para dejaros prendidos en las cadenas. Fui testigo de los primeros sacrificios que dieron la alarma general. En mi indignación resolví perecer antes de despecho o de miseria en el último rincón del globo, que presenciar las violencias del déspota. Huí de la tiranía, no para ir a salvar mi vida, ni esconderla en la oscuridad, sino para exponerla en el campo de batalla, en busca de la gloria y de la Libertad. Cartagena al abrigo de las banderas republicanas, fue elegida para mi asilo. Este pueblo virtuoso defendía por las armas sus derechos contra un ejército opresor que había ya puesto el yugo a casi todo el estado. Algunos compatriotas nuestros, y yo llegamos en el momento del conflicto, y cuando ya las tropas españolas se acercaban a la capital, y le intimaron la rendición, los esfuerzos de los caraqueños, contribuyeron poderosamente a arrojar a los enemigos de todos los puntos. La sed de los combates, el deseo de vindicar los ultrajes de mis compatriotas me hicieron entonces alistar en aquellos ejércitos, que consiguieron victorias señaladas. Nuevas expediciones se hicieron contra otras provincias. Ya en aquélla época era yo en Cartagena coronel, inspector, y consejero, y no obstante pedí servicio en calidad de simple voluntario bajo las órdenes del coronel Labatut que marchaba contra Santa Marta. Yo desprecié los grados y distinciones. Aspiraba a un destino más honroso: derramar mi sangre por la Libertad de mi patria.
Fué entonces que indignas rivalidades me redujeron a la alternativa más dura. Si obedecía las órdenes del jefe, no me hallaba en ninguna ocasión de combatir: si seguía mi natural impulso, me lisonjeaba de tomar la fortaleza de Tenerife, una de las más inexpugnables que hay en la América Meridional. Siendo vanas mis súplicas para obtener de aquél, me confiase la dirección de esta empresa, elegí arrostrar todos los peligros y resultados, y emprendí el asalto del fuerte. Sus defensores le abandonaron a mis armas, que se apoderaron de él sin resistencia, cuando hubiera podido rechazar al mayor ejército. Cinco días marcados con victorias consecutivas, terminaron la guerra, y la provincia de Santa Marta fué ocupada después sin obstáculo alguno.
Tan felices sucesos me hicieron obtener del Gobierno de la Nueva Gránada el mando de una expedición contra la provincia de Cúcuta y Pamplona. Nada pudo allí detener el ímpetu de los soldados que mandaba. Vencieron y despedazaron a los enemigos en donde quiera que los encontraban, y esta provincia fué libertada.
En medio de estos triunfos, ansiaba sólo por aquellos que debieran dar la libertad a Venezuela; constante mira de todos mis conatos. Las dificultades no podían aterrarme: la grandeza de la empresa excitaba mi ardor. Las cadenas que arrastrábais, los ultrajes que recibíais, inflamaban más mi celo. Mis solicitudes al fin obtuvieron algunos soldados, y el permiso de poder hacer frente al poder de Monteverde. Marché entonces a la cabeza de ellos, y mis primeros pasos me hubieran desalentado, si yo no hubiese preferido vuestra salud a la mía. La deserción fué continua, y mis tropas habían quedado reducidas a muy corto número, cuando obtuve los primeros triunfos en el territorio de Venezuela.
Ejércitos grandes oprimían la República, y vísteis, compatriotas, un puñado de soldados libertadores volar desde la Nueva Granada hasta esta capital venciéndolo todo, y restituyendo a Mérida, Trujillo, Barinas, y Caracas a su primera dignidad política. Esta capital no necesitó de nuestras armas para ser libertada. Su patriotismo sublime no había decaído en un año de cadenas y vejaciones. Las tropas españolas huyeron de un pueblo desarmado, cuyo valor temían, y cuya venganza merecían. Grande y noble en el seno mismo del oprobio, se ha cubierto de una mayor gloria en su nueva regeneración.
Compatriotas, vosotros me honráis con el ilustre título de Libertador. Los oficiales, los soldados del ejército, ved ahí los libertadores: ved ahí los que reclaman la-gratitud nacional. Vosotros conocéis bien los autores de vuestra restauración: esos valerosos soldados: esos jefes impertérritos. El general Ribas, cuyo valor vivirá siempre en la memoria americana, junto con las jornadas gloriosas de Niquitao, y Barquisimeto. El gran Girardot, el joven héroe que hizo aciaga con su pérdida la victoria de Bárbula: el mayor general Urdaneta, el más constante y sereno oficial del ejército. El intrépido D'Elhuyar, vencedor de Monteverde en las Trincheras. El bravo comandante Campo Elías pacificador del coy, y libertador de Calabozo. El bizarro coronel Villapol que desriscado en Virgirima, contuso y desfallecido, no perdió nada dé su valor que tanto contribuyó a la victoria de Araure.. El coronel Palacios, que en una larga serie de encuentros terribles, soldado esforzado y jefe sereno, ha defendido con firme carácter la libertad de su patria. El mayor Manrique, que dejando sus soldados tendidos eh - el campo, se abrió paso por en medio de las filas enemigas, con sólo sus oficiales Pianes, Monagas, Canelón, Laque, Fernández, Buroz, y pocos más, cuyos nombres no tengo presentes, y cuyo ímpetu y arrojo publican Niquitao, Barquisimeto, Bárbula, Las Trincheras y Araure.
Compatriotas: yo no he venido a oprimiros con mis armas vencedoras: he venido a traeros el imperio de las leyes: he venido con el designio de conservaros vuestros sagrados derechos. No es el despotismo militar, el que puede hacer la felicidad de un pueblo, ni el mando que obtengo puede convenir jamás, sino temporariamente a la República. Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el árbitro de las leyes ni del Gobierno; es el defensor de su libertad. Sus glorias deben confundirse con las de la República; y su ambición debe quedar satisfecha al hacer la felicidad de su país. He defendido vigorosamente vuestros intereses en el campo del honor, y os protesto los sostendré hasta el último periodo de mi vida. Vuestra dignidad, vuestras glorias serán siempre caras a mi corazón; más el peso de la autoridad me agobia. Yo os suplico me eximáis de una carga superior a mis fuerzas. Elegid vuestros representantes, vuestros magistrados, un gobierno justo; y contad con que las armas que han salvado la República, protegerán siempre la libertad y la gloria nacional de Venezuela.
EL LIBERTADOR CONVIENE EN CONSERVAR EL MANDO:
Los oradores han hablado por el pueblo: el ciudadano Alzuru ha hablado por mí. Sus sentimientos deben elevar todas las almas republicanas. ¡Ciudadanos! en vano os esforzáis por que continúe ilimitadamente en ejercicio de la autoridad que poseo. Las asambleas populares no pueden reunirse en toda Venezuela sin peligro. Lo conozco, compatriotas, y yo me someteré a mi pesar, a recibir la ley que las circunstancias me dictan, siendo solamente hasta que cese este peligro, el depositario de la autoridad suprema. Pero más allá, ningún poder humano hará que yo empuñe el cetro despótico que la necesidad pone ahora en mis manos. Os protesto no oprimiros con él; y también, que pasará a vuestros representantes en el momento que pueda convocarlos.
No usurparé una autoridad que no me toca; yo os declaro, pueblos ¡que ninguno puede poseer vuestra soberanía, sino violenta e ilegítimamente!. Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos. Vosotros me tituláis el Libertador de la República, yo nunca seré el opresor. Mis sentimientos han estado en la más terrible lucha con mi autoridad ¡compatriotas! creedme, que este sacrificio me es más doloroso que la pérdida de la vida.
Confieso que ansío impacientemente por el momento de renunciar a la autoridad. Entonces espero que me eximiréis de todo, excepto de combatir por vosotros. Para el supremo poder hay ilustres ciudadanos, que más que yo merecen vuestros sufragios. El general Mariño, libertador del Oriente, ved ahí un bien digno jefe de dirigir vuestros destinos.
Compatriotas! he hecho todo por la gloria de mi patria. Permitid que haga algo por la mía. No abandonaré, sin embargo el timón del estado, sino cuando la paz reine en la República.
Os suplico no creáis que mi moderación es para alucinaron, y para llegar por este medio a la tiranía. Mis protestas, os juro, son las más sinceras. Yo no soy como Syla, que cubrió de luto y de sangre a su patria: pero quiero imitar al dictador de Roma, en el desprendimiento con que abdicando el supremo poder, volvió a la vida privada, y se sometió en todo al reino de las leyes.
No soy un Pisistrato, que con finas supercherías pretende arrancar vuestros sufragios afectando una pérfida moderación, indigna de un republicano; y más indigna aun, de un defensor de la patria. Soy un simple ciudadano, que prefiero siempre la libertad, la gloria, y la dicha de mis conciudadanos, a mi propio engrandecimiento. Aceptad. pues, las más puras expresiones de mi gratitud, por la espontánea aclamación que habéis hecho titulándome vuestro dictador, protestándoos al separarme de vosotros, que la voluntad general del pueblo será para mi, siempre la suprema ley; que ella será mi guía en el curso de mi conducta, como el objeto de mis conatos será vuestra gloria y vuestra libertad.

El primero de estos discursos se halla en la Gaceta de Caracas, número 29 del 3 de enero de 1814.

5 de febrero de 1814.-Habitantes de la Provincia de Caracas

5 de febrero de 1814.
Simón Bolívar, libertador de Venezuela, general en jefe de sus ejércitos, y miembro de la orden de libertadores.
Habitantes de la Provincia de Caracas:
Un jefe de bandidos, conocido por su atrocidad, el perverso Boves, ha podido penetrar hasta la Villa de Cura, reuniendo esas cuadrillas de salteadores esparcidos en los caminos de los Llanos. Ejércitos disciplinados no han podido avasallarnos, y sólo han combatido para su oprobio: ¿y una irrupción de viles asesinos podría, pueblos generosos, envilecer vuestro indómito brío? ¿Podrían ser alguna vez infamados esos venezolanos invencibles, terror de la España, honor de la América, admiración del Mundo? No, vuestra indignación exaltada vuela ya con una noble cólera, a castigar tantos ultrajes. Armáos en el instante, pueblos todos; que un ladrón no puede desolar ni deshonrar impunemente: corred a presentaros en La Victoria y Valencia, inflamados de ese valor sublime que os dió el imperio de Venezuela.
Republicanos impertérritos!. Que en el terrible campo de batalla vengásteis con tanta gloria las vejaciones de la España: . . . Hoy la libertad, el honor y la religión insultada por la más despreciable facción, os llaman con sus sagradas voces. Seguid a vuestro jefe, que os ha conducido siempre a la victoria, y os ha dado la libertad.
Cuartel General de Valencia, febrero 5 de 1814.

SIMÓN BOLÍVAR

Cartas - Lima, 4 de julio de 1826). A S. E. el general F. de P. Santander

Cartas

Lima, 4 de julio de 1826).
A S. E. el general F. de P. Santander.
Mi querido general:
Ayer recibí la carta de Vd. del 6 de mayo y diferentes pa peles públicos y correspondencias privadas que me han dejado sin dormir toda la noche, no porque añadan nada de nuevo a lo que antes había, sino porque me confirman mis antiguas ideas de que todo está perdido. Ni federación general ni constituciones particulares son capaces de contener a estos esclavos desenfrenados: sobre todo ahora que cada cual tira por su lado.
Yo veo al congreso del Istmo como a una representación teatral, y veo nuestras leyes como Solón, que pensaba que sólo servían para enredar a los débiles y de ninguna traba a los fuertes. En tanto que esto pasa por mí, los diaristas proclaman a los héroes bajo las leyes y a los principios sobre los hombres. Aquí de la ideología. Esta será la patria celestial donde las leyes personificadas van a combatir por los héroes y los principios, como los genios del destino, dirigirán las cosas y gobernarán a los hombres. Vírgenes y santos, ángeles y querubines serán los ciudadanos de este nuevo paraíso. ¡Bravo! ¡bravísimo! Pues que marchen esas legiones de Milton a parar el trote a la insurrección de Páez, y que puesto que, con los principios y no con los hombres, se gobierna, para nada necesitan ni de Vd. ni de mí. A este punto he querido yo llegar de esta célebre tragedia, repetida mil veces en los siglos y siempre nueva para los ciegos y estúpidos, que no sienten hasta que no están heridos. ¡Qué conductores!
El general Páez me ha escrito con fecha 6 de abril y me manda otras cartas que manifiestan el estado amenazador contra él; todo esto promovido, según dicen, por dos o tres esclavos de los de Morillo, que son ahora los amos de sus libertadores.
Mucho me alegro de que el congreso se haya podido reunir para que dicte providencias en la crisis del día; que cuente con todo lo que depende de mí; pero no conmigo. Yo no quiero más guerras civiles: cuatro he sufrido en catorce años y el vituperio cae siempre sobre el vencido y el vencedor. Repito que todo está perdido si Páez continúa en su principio insurreccional, porque cuando una cosa está colocada falsamente, el menor vaivén la derriba. Desgraciado del que cae debajo; yo no quiero ser ese; estoy fatigado de ejercer el abominable poder discrecional, al mismo tiempo que estoy penetrado hasta adentro de mis huesos, que solamente un hábil despotismo puede regir a la América. Estamos muy lejos de los hermosos tiempos de Atenas y de Roma y a nada que sea europeo debemos compararnos. El origen más impuro es el de nuestro ser: todo lo que nos ha precedido está envuelto con el negro manto del crimen. Nosotros somos el compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a la América a derramarle su sangre y a encastar con las víctimas antes de sacrificarlas, para mezclar después los frutos espurios de estos enlaces con los frutos de esos esclavos arrancados del África. Con tales mezclas físicas; con tales elementos morales ¿cómo se pueden fundar leyes sobre los héroes, y principios sobre los hombres? Muy bien: que esos señores ideólogos gobiernen y combatan y entonces veremos el bello ideal de Haití, y los nuevos Robespierres serán los dignos magistrados de esa tremenda libertad. Yo repito: todo está perdido, y como todo marcha en sentido inverso de mis ideas y de mis sentimientos, que no cuenten conmigo para nada. Si el gobierno o el congreso me llama, iré a Colombia, y desde Guayaquil diré en un tono solemne lo que acabo de pronunciar en esta carta.
Me parece imposible restablecer las cosas como estaban antes y, sin duda, éste será el deseo de los que no saben más que continuar a la española. También es imposible hacer nada de bueno con simples reformas legales; digo más, ya estamos hartos de leyes, y de leyes parecidas en todo a las de los liberales de España. Así será el efecto, ¿pero qué digo? ¿dónde está el ejército de ocupación que nos ponga en orden? Guinea y más Guinea tendremos: y esto no lo digo de chanza, el que escape con su cara blanca será bien afortunado: el dolor será que los ideólogos, como los más viles y más cobardes, serán los últimos que perezcan: acostumbrados al yugo, lo llevarán fácilmente hasta de sus propios esclavos. Los genios de esta tempestad, Pérez, Michelena, de Francisco y esos otros miserables, serán los que soplen los primeros fuegos de la hoguera adonde vayan a consumirse todas nuestras reliquias; ellos serán los últimos por recompensa. Jamás se ha sonado el clarín de la alarma vana mente; todos los oyen y todos se preparan al combate, amigos y enemigos. Habiendo sido los legisladores los trompetas, su voz no será desoída como en Caracas, donde el grito de la ley no ha sido escuchado por sus habitantes, mas en recompensa se castiga al celoso que pretendía cumplirla, digno delito de esa patria celestial.
Mando a Vd. los papeles de Bolivia que dicen cuanto ha pasado allí en la instalación del congreso; yo le he dicho al general Sucre que el nacimiento y la vida de Bolivia es un himno de la sabiduría, casi todos los matrimonios tienen felices bodas... y después. . .
Ya sabía la llegada del agente francés.
Revenga me dice que Vd. le insta porque tome la secretaría de hacienda; elección que apruebo aunque considero que todo, en el día, es agua de cerraja.
No sólo los banqueros de Colombia han quebrado en Inglaterra sino seiscientas casas más.
Soy de Vd. el mejor amigo.

BOLÍVAR

17 de diciembre de 1814 - A los ciudadanos de Cundinamarca.

17 de diciembre de 1814
Simón Bolívar, general en jefe del ejército de la unión
A los ciudadanos de Cundinamarca.
Las necesidades del ejército son notorias: está desnudo y hay cerca de un año que no recibe sueldos. En la urgente necesidad de seguir sus marchas contra nuestro común enemigo sus escaseces lo exponen a perecer antes por la intemperie y por el hambre, que por las fuerzas contra quienes ha de combatir: y la falta de sueldos lo priva de las pocas comodidades que podría procurarse.
He creído que conociendo vosotros el estado de las rentas de la República, vuestra liberalidad se apresurará a remediar aquellas faltas: y fiado principalmente en vuestro patriotismo he nombrado una comisión de doce ciudadanos respetables que recojan vuestros donativos: otros medios, más seguros en otras partes, son indignos de un pueblo libre y generoso. El soldado que expone su vida por defender la vida y libertad de sus conciudadanos, merece la gratitud general: y sus faltas son un título Justo a que partamos con él nuestro superfluo.
Ciudadanos de Cundinamarca, mostrad vuestra gratitud a los defensores de la patria.
Santa Fé, 17 de diciembre de 1814.
SIMÓN BOLÍVAR.
provincias unidas

sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío

 /sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío: Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos...