Cuartel General de Huancavilca Diciembre 20 de 1824 Señora doña Manuela Sáenz

Cuartel General de Huancavilca Diciembre 20 de 1824
Señora doña Manuela Sáenz
Apreciada Manuelita:
Al recibir la carta del 10, de letra de Sucre, no tuve más que sorprenderme por tu audacia, en que mi orden, de que te conservaras al margen de cualquier encuentro peligroso con el enemigo, no fuera cumplida; a más de que tu desoída conducta, halaga y ennoblece la gloria del ejército colombiano, para el bien de la patria y como ejemplo soberbio de la belleza, imponiéndose majestuosa sobre los Andes. Mi estrategia me dio la consabida razón de que tú serías útil allí; mientras que yo recojo orgulloso para mi corazón, el estandarte de tu arrojo, para nombrarte como se me pide: Coronel del ejército colombiano.
Tuyo,

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Adición: ¡Viva la patria, Viva Sucre, Viva Manuela, Viva Ayacucho! ¡Qué es la apoteósis de la República!

Fuente: La presente edición ha sido tomada de:
Biblioteca Popular para los Consejos Comunales.
Serie las Artes y los Oficios.
Fundación Editorial el perro y la rana, 2007
© Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia
Las más hermosas cartas de Amor entre Manuela y Simón
Ediciones de la Presidencia de la República
Caracas - Venezuela, 2010
Depósito Legal: lf000000000000
ISBN: 0000000000000

Chancayo, a 9 de noviembre de 1824 Mi adorada Manuelita:

Las más Hermosas cartas de Amor entre
Manuela y Simón
acompañadas de los
Diarios de Quito y Paita,
así como de otros documentos

Chancayo, a 9 de noviembre de 1824
Mi adorada Manuelita:
Estoy muy agradecido por tu oportuna correspondencia, que al detalle me informa de los odios de esas gentes perniciosas, la mayoría campesinos que sin más motivo que el de su rebeldía, hostigan a las tropas. También los del comportamiento de los generales Uno y Heres.
Sucre ya tiene las órdenes pertinentes a la marcha; tú por vías de paciencia queda a la espera de mi retorno, que será muy pronto, pues ansío tus amables caricias y contemplarte con mi pasión, que lo es loca por ti. Tu único hombre,

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Biblioteca Popular para los Consejos Comunales.
Serie las Artes y los Oficios.
Fundación Editorial el perro y la rana, 2007
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Las más hermosas cartas de Amor entre Manuela y Simón
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CAPITULO CUARTO - La Presencia del Marqués

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SIMÓN BOLÍVAR: ENSAYO DE UNA
INTERPRETACIÓN BIOGRÁFICA A
TRAVÉS DE SUS DOCUMENTOS
Tomás Polanco Alcántara
CAPITULO CUARTO
La Presencia del Marqués
Resulta de interés y utilidad estar en cuenta de todo cuanto se refiere, al menos en sus líneas generales, al tiempo que corresponde a la llegada de Bolívar a España.
A la muerte del Rey Carlos III, ocurrida en 1788, su hijo, el Príncipe de Asturias, casado con la princesa María Luisa de Parma, le sucedió como Carlos IV de España.
El nuevo Rey era abúlico, poco lúcido, sin mayor cultura y con escaso interés en los asuntos públicos. La Reina, mujer educada y culta, carecía de gracia y hermosura y mostraba una personalidad ambiciosa y con fuertes deseos de mando. El Rey Carlos IV, desde el comienzo de su reinado, le permitió participar e influir en asuntos públicos, incluso que estuviera presente y tomase parte en las reuniones de Ministros. La voz de María Luisa fue desde entonces determinante en el gobierno español.
Carlos IV inició su reinado manteniendo en la Secretaría de Estado al Conde de Floridablanca (1728-1808), último Ministro de su padre Carlos III. A los dos años, en 1792, Floridablanca fue destituido, enjuiciado y confinado a Pamplona, bien lejos de toda influencia política. Lo sustituyó el Conde de Aranda, don Pedro Pablo Abarca de Bolea (1719-1798), quizás el único político importante del momento que se había dado cuenta de la seria crisis que se avecinaba para el Imperio y que, todavía reinando Carlos III, trató de evitarla, en 1783, con un proyecto de transformación general de los dominios españoles, que, desde luego, fue rechazado y hasta considerado por ciertos
historiadores como apócrifo.
Aranda, en 1794, sufrió el mismo destino de Floridablanca: destitución violenta, destierro
y alejamiento político.
En esos momentos la Reina María Luisa obtuvo del Rey el nombramiento, como Ministro, de Don Manuel Godoy, Duque de Alcudia (1767-1851).
Godoy es uno de los personajes más odiados en toda la historia de España. Noble de provincia, hombre fuerte y talentoso, había ascendido rápidamente antes de ser Ministro hasta llegar, en 1792, al Ducado, ser Grande de España y recibir el Toisón de Oro y la Orden de Carlos III. Ese acelerado movimiento hacia arriba en la carrera pública fue atribuido, en su tiempo, a unos supuestos o reales amores ilícitos suyos con la Reina María Luisa.
Esa especie, desde que tomó cuerpo en la vida pública española de su tiempo, se convirtió en una manera cuasi definitiva de interpretar la vida de Godoy. Sirvió además para denigrar de la Reina, desacreditar al Rey y hasta explicar en parte la catástrofe española.
La apariencia física de la Reina, especialmente desagradable(1), su violento carácter y modales autoritarios, no permiten atribuirle fácilmente tantas dotes y facilidades amorosas como pretendieron sus enemigos. Fue necesario el transcurso de muchos años para que algunos investigadores se atreviesen a poner en duda tal forma de ver la historia. Mientras tanto el argumento sirvió para el triple propósito mencionado.
Godoy estaba casado oficialmente con María Teresa de Borbón y Vallabriga, Condesa de Chinchón, prima del Rey como hija que era del Infante Luis Antonio de Borbón y nieta de Felipe V. Godoy tenía una amante pública, doña Josefa (Pepita). Tudó, hecha después Condesa de Castillo fiel y quien, con cierta notoriedad, aparecía a su lado.
No resulta extraño que, además de su esposa y de su propia amante, Godoy hubiese sido también amante de la Reina; sin embargo, lo cierto parece haber sido que, al igual de lo pasado en otros casos similares, Godoy para María Luisa fue sólo un instrumento poderoso de su pasión de mandar. La fidelidad de Godoy servía de medio eficaz para los deseos de mando de María Luisa, mientras el apoyo de la Reina reforzaba la autoridad absoluta que agradaba ejercer a Godoy. Si acaso hubo entre ellos, adicionalmente, alguna relación amorosa, parecería que fue de carácter secundario o de
simple conveniencia.
Cuando Godoy llegó al Poder, encontró en su apogeo la marcha evolutiva de la Revolución Francesa que, por atacar al Rey Borbón Luis XVI, primo de Carlos IV, tanto afectaba a la Monarquía Española. España, o mejor la Corona, se sintió obligada a combatir a Francia, primero para salvar al Rey en peligro y luego para luchar contra la idea revolucionaria. Se inició así una guerra difícil y costosa contra Francia.
La guerra terminó con los Tratados de Basilea (1795) y San Ildefonso (agosto de 1796), que colocaron a España en posición de hermandad con Francia, controlada ya por el Directorio, y en contradicción con Inglaterra, situación que trajo consigo la acción ya mencionada de la flota inglesa contra los intereses españoles.
Godoy consiguió oponerse parcialmente a los planes de Napoleón respecto a la península ibérica; hubo entonces tal presión francesa sobre Carlos IV que, en 1798, a pesar de todo el apoyo de María Luisa, Godoy fue separado del cargo formal de Ministro de Estado. Carlos IV designó para esa posición, primero a Francisco de Saavedra (el ilustre y primer Intendente en Venezuela) y después, en 1799, al Marqués de Urquijo.
Godoy, al terminar sus funciones y a diferencia de lo sucedido con Floridablanca y con Aranda, no fue confinado ni perseguido sino que continuó manteniendo influencia en la dirección del gobierno, que formalmente fue confiado a su cuñado don Pedro Cevallos Guerra (1764-1840).
Volviendo a la familia de Bolívar, debe mencionarse que su tío don Esteban, tal como hemos comentado, se encontraba en tierra española desde 1792, enviado por doña Concepción para ocuparse de los trámites necesarios a la concesión del Marquesado de San Luis a Juan Vicente Bolívar y Palacios. El tío don Pedro Palacios y Blanco se presentó en España casi simultáneamente con su sobrino Simón.
Probablemente fue un error de doña Concepción confiar a su hermano don Esteban la misión en España que mencionamos, pues él no era experto en los trámites respectivos y tampoco conocía el medio. Además y para su desgracia, actuó sin habilidad.
La conducta en Madrid de los hermanos Palacios Blanco (firmaban Palacios y Sojo) no fue especialmente acertada en ningún aspecto. Su presencia era inútil porque el Rey dispuso que el procedimiento relativo al Marquesado continuara en Caracas ante el Capitán General. Además y seguramente por las causas aludidas (inexperiencia en la materia y desconocimiento del medio), don Esteban buscó el asesoramiento de personajes de bajo nivel, cuya impericia e ignorancia lo llevaron a cometer otras equivocaciones. Salvo el ya mencionado Conde de Tepa(2), fueron muy pocas las
personas de verdadera importancia a quienes quiso consultar.

Fuente: SIMÓN BOLÍVAR: ENSAYO DE UNA
INTERPRETACIÓN BIOGRÁFICA A
TRAVÉS DE SUS DOCUMENTOS
Tomás Polanco Alcántara

CARTA DE JAMAICA SIMÓN BOLÍVAR - De todo lo expuesto,

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CARTA DE JAMAICA
SIMÓN BOLÍVAR
De todo lo expuesto, podemos deducir estas consecuencias: lasprovincias americanas se hallan lidiando por emanciparse; al fin obtendrán el suceso; algunas se constituirán de un modo regular en repúblicas federales y centrales; se fundarán monarquías casi inevitablemente en las grandes secciones, y algunas serán tan infelices que devorarán sus elementos, ya en la actual, ya en las futuras revoluciones; que una gran monarquía no será facil consolidar; una gran república imposible.
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una
religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios, a tratar de discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es infundada; semejante a la del abate St. Pierre que concibió al laudable delirio de reunir un congreso europeo para decidir de la suerte de los intereses de aquellas naciones.
«Mutaciones importantes y felices, continúa, pueden ser frecuentemente producidas por efectos individuales. Los americanos meridionales tienen una tradición que dice que cuando Quetralcohuatl, el Hermes o Buhda de la América del Sur, resignó su administración y los abandonó, les prometió que volvería después que los siglos designados hubiesen pasado, y que él reestrablecería su gobierno y renovaría su felicidad. Esta tradición, ¿no opera y excita una convicción de que muy pronto debe volver? ¿concibe V. cuál será el efecto que producirá, si un individuo apareciendo entre ellos demostrase los caracteres de Quetralcohuatl, el Buhda del bosque, o Mercurio, del cual han hablado
tanto las otras naciones? ¿no cree V. que esto inclinaría todas las partes? ¿no es la unión todo lo que se necesita para ponerlos en estado de expulsar a los españoles, sus tropas, y los partidarios de la corrompida
España, para hacerlos capaces de establecer un imperio poderoso, con un gobierno libre, y leyes benévolas?»
Pienso como V. que causas individuales pueden producir resultados generales, sobre todo en las revoluciones. Pero no es el héroes, gran profeta, o Dios del Anahuac, Quetralcohualt, el que es capaz de operar los prodigiosos beneficios que V. propone. Este personaje es apenas conocido del pueblo mexicano, y no ventajosamente; porque tal es la suerte de los vencidos aunque sean Dioses. Sólo los historiadores y literatos se han ocupado cuidadosamente en investigar su origen,
verdadera o falsa misión, sus profecías y el término de su carrera. Se disputa si fue un apóstol de Cristo o bien pagano. Unos suponen que su nombre quiere decir Santo Tomás; otros que Culebra Emplumajada; y otros dicen que es el famoso profeta de Yucatán, Chilan-Cambal. En una palabra, los más de los autores mexicanos, polémicos e historiadores profanos, han tratado con más o menos extensión la cuestión sobre el verdadero caracter de Quetralcohualt. El hecho es, según dice Acosta, que él estableción una religión, cuyos ritos, dogmas y misterios tenían una admirable afinidad con la de Jesús, y que quizás es la más semejante a ella. No obstante esto, muchos escritores católicos han
procurado alejar la idea de que este profeta fuese verdadero, sin querer reconocer en él a un Santo Tomás como lo afirman otros célebres autores.
La opinión general es que Quetralcohualt es un legislador divino entre los pueblos paganos de Anahuac, del cual era lugar-teniente el gran Motekzoma, derivando de él su autoridad. De aquí se infiere que nuestros mexicanos no seguirían el gentil Quetralcohualt aunque pareciese bajo las formas más idénticas y favorables, pues que profesan una religión la más intolerante y exclusiva de otras.
Felizmente, los directores de la independencia de México se han aprovechado del fanatismo con el mejor acierto, proclamando a la famosa virgen de Guadalupe por reina de los patriotas, invocándola en todos los casos arduos y llevándola en sus banderas. Con esto, el entusiasmo político ha formado una mezcla con la religión que ha producido un fervor vehemente por la sagrada causa de la libertad. La veneración de esta imagen en México es superior a la más exaltada que puediera inspirar el más diestro profeta.Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras
civiles formadas generalmente entre dos partidos: conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más vehementes e ilustrados. De esto modo la masa física se equilibra con la fuerza moral, y la contienda se prolonga, siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna, entre nosotros la masa ha seguido a la inteligencia.
Yo diré a V. lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles, y de fundar en gobierno libre. Es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos. La América está encontrada entre sí, porque se halla abandonada de todas las naciones, aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios militares y combatida por la España que posee más elementos para la guerra, que cuantos nosotros furtivamente podemos adquirir.
Cuando los sucesos no están asegurados, cuando el Estado es débil, y cuando las empresas son remotas, todos los hombres vacilan; las opiniones dividen, las pasiones las agitan, y los enemigos las animan para triunfar por este fácil medio. Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la : entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América Meridional; entonces las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado la Europa, volarán a Colombia libre que las convidará con un asilo.
Tales son, señor, las observaciones y pensamientos que tengo el honor de someter a V. para que los rectifique o deseche según se mérito; suplicándole se persuada que me he atrevido a exponerlos, más
por no ser descortés, que porque me crea capaz de ilustrar a V. en la materia.
Soy de V. &.&.&.
SIMÓN BOLÍVAR

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SIMON BOLIVAR
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CARTA DE JAMAICA SIMON BOLIVAR - Los Estados del Istmo de Panamá

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CARTA DE JAMAICA
SIMÓN BOLÍVAR
Los Estados del Istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizás una asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con el tiempo el emporio del universo. Sus canales
acortarán las distancias del mundo; estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra, como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio!
La Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una república central, cuya capital sea Maracaibo o una nueva ciudad que, con el nombre de Las Casas (en honor de este héroe de la filantropía), se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía-honda. Esta posición, aunque desconocida, es más ventajosa por todos respectos. Su acceso es fácil, y su situación tan fuerte, que puede hacerse inexpugnable. Posee un clima puro y saludable, un territorio tan propio para la agricultura como para la cría de ganados, y una grande abundancia de maderas de construcción. Los salvajes que la habitan serían civilizados, y nuestras poseciones se
aumentarían en la adquisición de la Goajira. Esta nación se llamaría Colombia como un tributo de justicia y gratitud al criador de nuestro hemisferio. Su gobierno podrá imitar al inglés; con la diferencia de que en lugar de un rey habrá un poder ejecutivo electivo, cuando más vitalicio,
y jamás hereditario si se quiere república; una cámara o senado legislativo hereditario, que en las tempestades políticas se interponga entre las olas populares y los rayos del gobierno, y un cuerpo legislativo de libre elección, sin otras restricciones que las de la Cámara Baja de Inglaterra. Esta constitución participará de todas formas, y yo deseo que no participe de todos los vicios. Como esta es mi patria, tengo un derecho incontestable para desearla lo que en mi opinión es mejor. Es muy posible que la Nueva Granada no convenga en el reconocimiento de un gobierno central, porque es en extremo adicta a la federación; entonces formará por sí sola un Estado que, si subsiste, podrá ser muy
dichoso por sus grandes recursos de todos géneros.
Poco sabemos de las opiniones que prevalecen en Buenos Aires, Chile y Perú; juzgando por lo que se trasluce y por las apariencias, en Buenos Aires habrá un gobierno central en que los militares se lleven la primacía por consecuencia de sus divisiones intestinas y guerras externas. Esta constitución degenerará necesariamente en una oligarquía o una monocracia, con más o menos restricciones, y cuya denominación nadie puede adivinar. Sería doloroso que tal cosa sucediese, porque aquellos habitantes son acreedores a la más espléndida gloria.
El reino de Chile está llamado por la naturaleza de su situación, por las costumbres inocentes y virtuosas de sus moradores, por el ejemplo de sus vecinos, los fieros republicanos del Arauco, a gozar de las bendiciones que derraman las justas y dulces leyes de una república.
Si alguna permanece largo tiempo en América, me inclino a pensar que será la chilena. Jamás se ha extinguido allí el espíritu de libertad; los vicios de la Europa y del Asia llegarán tarde o nunca a corromper las costumbres de aquel extremo del universo. Su territorio es limitado; estará siempre fuera del contacto inficionado del resto de los hombres; no alterará sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformidad en opiniones políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre.
El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos, o se humilla en las cadenas. Aunque estas reglas serían aplicables a toda la América, creo que con más justicia las merece Lima por los conceptos que he expuesto y por la cooperación que ha prestado a sus señores
contra sus propios hermanos, los ilustres hijos de Quito, Chile y Buenos Aires. Es constante que el que aspira a obtener la libertad, a lo menos lo intenta. Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la democracia, ni los esclavos y pardos libertos la aristocracia; los primeros preferirán la tiranía de uno solo, por no padecer las persecuciones tumultarias y por establecer un orden siquiera pacífico. Mucho hará si concibe recordar su independencia.

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SIMÓN BOLÍVAR
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CARTA DE JAMAICA SIMON BOLIVAR - Es más difícil, dice Montesquieu

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CARTA DE JAMAICA
SIMÓN BOLÍVAR

Es más difícil, dice Montesquieu, sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre. Esta verdad está comprobada por los anales de todos los tiempos, que nos muestran las más de las naciones libres sometidas al yugo, y muy pocas de las esclavas recobrar su libertad.
A pesar de este convencimiento, los meridionales de este continente han manifestado el conato de conseguir instituciones liberales, y aun perfectas; sin duda, por efecto del instinto que tienen todos los
hombres de aspirar a su mejor felicidad posible, la que se alcanza infaliblemente en las sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia, de la libertad, y de la igualdad. Pero ¿Se puede concebir que un pueblo recientemente desencadenado, se lance a la esfera de la libertad, sin que, como a Icaro, se le deshagan las alas y recaiga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un raciocinio verosímil que nos halague con esta esperanza.
Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi
patria, no puedo persuadirme que el Nuevo Mundo sea por elmomento regido por una gran república; como es imposible, no me atrevo a desearlo; y meno deseo aún una monarquía universal de América,
porque este proyecto, sin ser útil, es también imposible. Los abusos que actualmente existen no se reformarían, y nuestra regeneración sería infructuosa. Los Estados americanos han menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas del despotismo y la guerra. La metrópoli, por ejemplo, sería México, que es la única que puede serlo por su poder intrínseco, sin el cual no hay metrópoli. Supongamos que fuese el Istmo de Panamá, punto céntrico para todos los
extremos de este vasto continente; ¿no continuarían estos en la languidez, y aun en el desorden actual? Para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga en acción todos los resortes de la prosperidad pública, corrija, ilustre y perfeccione al Nuevo Mundo, sería necesario que tuviese las facultades de un Dios, y cuando menos las luces y virtudes de todos los hombres.
El espíritu de partido que al presente agita a nuestros Estados, se encendería entonces con mayor encono, hallándose ausente la fuente del poder que únicamente puede reprimirlo. Además, los magnates de las capitales no sufrirían la preponderancia de los metropolitanos, a quienes considerarían como a otros tantos tiranos; sus celos llegarían hasta el punto de comparar a estos con los odiosos españoles. En fin, una monarquía semejante sería un coloso diforme, que su propio peso
desplomaría a la menor convulsión.
Mr. de Pradt ha dividido sabiamente a la América en 15 a 17 Estados independientes entre sí, gobernados por otros tantos monarcas.
Estoy de acuerdo en cuanto a lo primero, pues la América comporta la creación de 17 naciones; en cuanto a lo segundo, aunque es más fácil conseguirlo, es menos útil; y así, no soy de la opinión de las monarquías americanas. He aquí mis razones. El interés bien entendido de una república se circunscribe en la esfera de su conservación, prosperidad y gloria. No ejerciendo la libertad imperio, porque es precisamente su opuesto, ningún estímulo excita a los republicanos a extender los términos de su nación, en detrimento de sus propios medios, con el único objeto de hacer participar a sus vecinos de una constitución liberal.
Ningún derecho adquieren, ninguna ventaja sacan venciéndolos, a menos que los reduzcan a colonias, conquistas, o aliados, siguiendo el ejemplo de Roma. Máximas y ejemplos tales están en oposición directa con los principios de justicia de los sistemas republicanos; y aun diré más, en oposición manifiesta con los intereses de sus ciudadanos; por que un Estado demasiado extenso en sí mismo o por sus dependencias, al cabo viene en decadencia, y convierte su forma libre en otra tiránica; refleja los principios que deben conservarla, y ocurre por último al despotismo. El distintivo de las pequeñas repúblicas es la permanencia; el de las grandes, es vario, pero siempre se inclina al imperio. Casi todas las primeras han tenido una larga duración; de las segundas sólo Roma se mantuvo algunos siglos, pero fue porque era república la capital y no lo era el resto de sus dominios, que se gobernaban por leyes e instituciones diferentes.
Muy contraria es la política de un rey, cuya inclinación constante se dirige al aumento de sus posesiones, riquezas y facultades; con razón, porque se autoridad crece con estas adquisiciones, tanto con respecto a sus vecinos como a sus propios vasallos, que temen en él un poder tan formidable cuanto es su imperio, que se conserva por medio de la guerra y de las conquistas. Por estas razones pienso que los americanos, ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos, y me parece que estos deseos se conformarán con las miras de la Europa.
No convengo en el sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores a los nuestros; por igual razón rehúso la monarquía mixta de aristocracia y democracia que tanta fortuna y esplendor ha procurado a Inglaterra. No siéndonos posible lograr entre las repúblicas y monarquías lo más perfecto y acabado, evitemos caer en anarquías demagógicas o en tiranías monócratas. Busquemos un medio entre extremos opuestos que nos conducirían a los mismos escollos, a la infelicidad y al deshonor. Voy a arriesgar el resultado de mis cavilaciones sobre la suerte futura de la América; no la mejor, sino la que sea más asequible.
Por la naturaleza de las localidades, riquezas, población y carácter de los mexicanos, imagino que intentarían al principio establecer una república representativa en la cual tenga grandes atribuciones el poder ejecutivo, concentrándolo en un individuo que si desempeña sus funciones con acierto y justicia, casi naturalmente vendrá a conservar una autoridad vitalicia. Si su incapacidad o violenta administración excita una conmoción popular que triunfe, este mismo poder ejecutivo quizás
se difundirá en una asamblea. Si el partido preponderante es militar o aristocrático, exigirá probablemente una monarquía, que al principio será limitada y constitucional y después incevitablemente declinará en absoluta; pues debemos convenir en que nada hay más difícil en el orden político que la conservación de una monarquía mixta; y también es preciso convenir en que sólo un pueblo tan patriota como el inglés es capaz de contener la autoridad de un rey y de sostener el espíritu de libertad bajo un cetro y una corona.

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PARTIDA DE MATRIMONIO DE SIMÓN BOLÍVAR

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Yo el doctor don Félix del Campo y Quintano, coadjutor primero de la parroquia de San José de Cladrid,
Certifico:
Que en libro sexto de matrimonios de la misma al folio cincuenta y cinco de  halla la siguiente
Partida:
En la villa de Madrid, a veinte y seis días del mes de mayo del año de 1802, en la Iglesia parroquial de San José. Yo don Isidro Bonifacto Roman, Teniente mayor de cura de la misma, habiendo precedido despacho del señor  don Juan Bautista de Ezpeleta, Pro. Vicario Ececo. De esta referida villa y mi partido dado en veinte del propio mes y año refrendado de Diego Alonso Martín, mi notario, por el que consta haberse dispensado las tres amonestaciones que previene el Sta. Concilio de Trento por las justas causas que concurrieron para ello; recibidos los mutuos consentimientos, hecho las demás preguntas y requisitos necesarios y no ha resultado impedimento alguno, desposé in facie Eclesiae  por palabras de presente que hacen verdadero y legitimo matrimonio a don Simón Bolívar, natural de la ciudad y obispado de Caracas en América, hijo de don Juan Vicente Bolívar y de doña María de la Concepción Palacios, ya difuntos, con doña María Teresa Rodríguez de Toro, natural de esta referida villa, hija de don Bernardo Rodríguez de Toro y Ascanio y de doña Benita Alarza Medrano (ya difunta) precedidos los requisitos necesarios; se hallaron presentes por testigos don Pedro Rodríguez de Toro, el señor Marqués de Inicio, y otros; juntamente les velé y di las bendiciones nupciales según el ritual romano; y firmé. ----- “Don Isidro Bonifacio Romano”.
Concuerda con mi original a que me remito.
San José de Madrid, a 4 de Enero de 1916
(Enmendado: resultado, Alarza, --- Vale).

Dr. Félix del Campo.

sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío

 /sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío: Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos...