DISCURSO PRONUNCIADO POR BOLÍVAR ANTE EL CONGRESO DE ANGOSTURA,
DISCURSO PRONUNCIADO POR BOLÍVAR ANTE EL CONGRESO DE ANGOSTURA, EL 14
DE DICIEMBRE DE 1819, A SU REGRESO DEL NUEVO REINO DE GRANADA, QUE ACABABA DE REDIMIR EN LAS ACCIONES DE BONZA, GÁMEZA, PANTANO DE VARGAS Y BOYACÁ
AL ENTRAR en este augusto recinto, mi primer sentimiento es de gratitud por el honor infinito que se ha servido dispensarme el Congreso, permitiéndome volver a ocupar esta silla que no ha un año
cedí al presidente de representantes del pueblo.
Cuando, inmerecidamente y contra mis más fuertes sentimientos, fui encargado del Poder Ejecutivo al principio de este año, representé al cuerpo soberano que mi profesión, mi carácter y mis talentos eran incompatibles con las funciones de magistrado; así, desprendido de estos deberes, dejé su cumplimiento al vicepresidente, y sólo tomé sobre mí el encargo de dirigir la guerra.
Marché luego al ejército de Occidente, a cuyo frente se hallaba el general Morillo con fuerzas superiores. Nada habría sido más aventurado que dar una batalla en circunstancias en que la capital
de Caracas debía ser ocupada por las tropas expedicionarias, últimamente venidas de Europa, y en momentos en que esperábamos nuevos auxilios. El general Morillo, al aproximarse el invierno, abandonó las llanuras del Apure, y juzgué que más ventajas produciría a la república la libertad de la Nueva Granada que completar la de Venezuela.
Sería demasiado prolijo detallar al Congreso los esfuerzos que tuvieron que hacer las tropas del ejército libertador para conseguir la empresa que nos propusimos. El invierno en llanuras anegadi zas, las cimas heladas de los Andes, la súbita mutación de clima, un triple ejército aguerrido y en posesión de las localidades más militares de la América meridional, y otros muchos obstáculos tuvimos
que superar en Paya, Gámeza, Vargas, Boyacá y Popayán para libertar, en menos de tres meses, doce provincias de la Nueva Granada.
Yo recomiendo a la soberanía nacional el mérito de estos grandes servicios por parte de mis esforzados compañeros de armas, que, con una constancia sin ejemplo, padecieron privaciones mortales, y con un valor sin igual en los anales de Venezuela, vencieron y tomaron el ejército del rey.
Pero no es solamente al ejército libertador a quien debemos las ventajas adquiridas. El pueblo de la Nueva Granada se ha mostrado digno de ser libre. Su eficaz cooperación reparó nuestras pérdidas y
aumentó nuestras fuerzas. El delirio que produce una pasión desenfrenada es menos ardiente que el que ha sentido la Nueva Granada al recobrar su libertad.
Ese pueblo generoso ha ofrecido todos sus bienes y todas sus vidas en aras de la patria. Ofrendas tanto más meritorias cuanto que son espontáneas. ¡Sí!, la unánime determinación de morir libres y
de no vivir esclavos ha dado a la Nueva Granada un derecho a nuestra admiración y a nuestro respeto. Su anhelo por la reunión de sus provincias a las provincias de Venezuela es también unánime. Los
granadinos están íntimamente penetrados de la inmensa ventaja que resulta, a uno y otro pueblo, de la creación de una nueva república, compuesta de estas dos naciones. La reunión de la Nueva Granada
y Venezuela es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas: es el voto de los ciudadanos de ambos países y es la garantía de la América del Sur.
¡Legisladores! El tiempo de dar una base fija y eterna a nuestra república ha llegado.
A vuestra sabiduría pertenece decretar este grande acto social y establecer los principios del pacto sobre los cuales va a fundarse esta vasta república.
Proclamadla a la faz del mundo y mis servicios quedarán recompensados.
Fuente: FUNDACIÓN BIBLIOTECA AYACUCHO
DE DICIEMBRE DE 1819, A SU REGRESO DEL NUEVO REINO DE GRANADA, QUE ACABABA DE REDIMIR EN LAS ACCIONES DE BONZA, GÁMEZA, PANTANO DE VARGAS Y BOYACÁ
AL ENTRAR en este augusto recinto, mi primer sentimiento es de gratitud por el honor infinito que se ha servido dispensarme el Congreso, permitiéndome volver a ocupar esta silla que no ha un año
cedí al presidente de representantes del pueblo.
Cuando, inmerecidamente y contra mis más fuertes sentimientos, fui encargado del Poder Ejecutivo al principio de este año, representé al cuerpo soberano que mi profesión, mi carácter y mis talentos eran incompatibles con las funciones de magistrado; así, desprendido de estos deberes, dejé su cumplimiento al vicepresidente, y sólo tomé sobre mí el encargo de dirigir la guerra.
Marché luego al ejército de Occidente, a cuyo frente se hallaba el general Morillo con fuerzas superiores. Nada habría sido más aventurado que dar una batalla en circunstancias en que la capital
de Caracas debía ser ocupada por las tropas expedicionarias, últimamente venidas de Europa, y en momentos en que esperábamos nuevos auxilios. El general Morillo, al aproximarse el invierno, abandonó las llanuras del Apure, y juzgué que más ventajas produciría a la república la libertad de la Nueva Granada que completar la de Venezuela.
Sería demasiado prolijo detallar al Congreso los esfuerzos que tuvieron que hacer las tropas del ejército libertador para conseguir la empresa que nos propusimos. El invierno en llanuras anegadi zas, las cimas heladas de los Andes, la súbita mutación de clima, un triple ejército aguerrido y en posesión de las localidades más militares de la América meridional, y otros muchos obstáculos tuvimos
que superar en Paya, Gámeza, Vargas, Boyacá y Popayán para libertar, en menos de tres meses, doce provincias de la Nueva Granada.
Yo recomiendo a la soberanía nacional el mérito de estos grandes servicios por parte de mis esforzados compañeros de armas, que, con una constancia sin ejemplo, padecieron privaciones mortales, y con un valor sin igual en los anales de Venezuela, vencieron y tomaron el ejército del rey.
Pero no es solamente al ejército libertador a quien debemos las ventajas adquiridas. El pueblo de la Nueva Granada se ha mostrado digno de ser libre. Su eficaz cooperación reparó nuestras pérdidas y
aumentó nuestras fuerzas. El delirio que produce una pasión desenfrenada es menos ardiente que el que ha sentido la Nueva Granada al recobrar su libertad.
Ese pueblo generoso ha ofrecido todos sus bienes y todas sus vidas en aras de la patria. Ofrendas tanto más meritorias cuanto que son espontáneas. ¡Sí!, la unánime determinación de morir libres y
de no vivir esclavos ha dado a la Nueva Granada un derecho a nuestra admiración y a nuestro respeto. Su anhelo por la reunión de sus provincias a las provincias de Venezuela es también unánime. Los
granadinos están íntimamente penetrados de la inmensa ventaja que resulta, a uno y otro pueblo, de la creación de una nueva república, compuesta de estas dos naciones. La reunión de la Nueva Granada
y Venezuela es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas: es el voto de los ciudadanos de ambos países y es la garantía de la América del Sur.
¡Legisladores! El tiempo de dar una base fija y eterna a nuestra república ha llegado.
A vuestra sabiduría pertenece decretar este grande acto social y establecer los principios del pacto sobre los cuales va a fundarse esta vasta república.
Proclamadla a la faz del mundo y mis servicios quedarán recompensados.
Fuente: FUNDACIÓN BIBLIOTECA AYACUCHO
DISCURSO PRONUNCIADO POR BOLÍVAR ANTE EL CONGRESO DE ANGOSTURA
DISCURSO PRONUNCIADO POR BOLÍVAR
ANTE EL CONGRESO DE ANGOSTURA, EL 14
DE DICIEMBRE DE 1819, A SU REGRESO
DEL NUEVO REINO DE GRANADA, QUE ACABABA
DE REDIMIR EN LAS ACCIONES DE BONZA,
GÁMEZA, PANTANO DE VARGAS Y BOYACÁ
AL ENTRAR en este augusto recinto, mi primer sentimiento es de gratitud por el honor infinito que se ha servido dispensarme el Congreso, permitiéndome volver a ocupar esta silla que no ha un año
cedí al presidente de representantes del pueblo.
Cuando, inmerecidamente y contra mis más fuertes sentimientos, fui encargado del Poder Ejecutivo al principio de este año, representé al cuerpo soberano que mi profesión, mi carácter y mis
talentos eran incompatibles con las funciones de magistrado; así, desprendido de estos deberes, dejé su cumplimiento al vicepresidente, y sólo tomé sobre mí el encargo de dirigir la guerra.
Marché luego al ejército de Occidente, a cuyo frente se hallaba el general Morillo con fuerzas superiores. Nada habría sido más aventurado que dar una batalla en circunstancias en que la capital
de Caracas debía ser ocupada por las tropas expedicionarias, últimamente venidas de Europa, y en momentos en que esperábamos nuevos auxilios. El general Morillo, al aproximarse el invierno, abandonó las llanuras del Apure, y juzgué que más ventajas produciría a la república la libertad de la Nueva Granada que completar la de Venezuela.
Sería demasiado prolijo detallar al Congreso los esfuerzos que tuvieron que hacer las tropas del ejército libertador para conseguir la empresa que nos propusimos. El invierno en llanuras anegadizas, las cimas heladas de los Andes, la súbita mutación de clima, un triple ejército aguerrido y en posesión de las localidades más militares de la América meridional, y otros muchos obstáculos tuvimos que superar en Paya, Gámeza, Vargas, Boyacá y Popayán para libertar, en menos de tres meses, doce provincias de la Nueva Granada.
Yo recomiendo a la soberanía nacional el mérito de estos grandes servicios por parte de mis esforzados compañeros de armas, que, con una constancia sin ejemplo, padecieron privaciones mortales, y con un valor sin igual en los anales de Venezuela, vencieron y tomaron el ejército del rey.
Pero no es solamente al ejército libertador a quien debemos las ventajas adquiridas. El pueblo de la Nueva Granada se ha mostrado digno de ser libre. Su eficaz cooperación reparó nuestras pérdidas y
aumentó nuestras fuerzas. El delirio que produce una pasión desenfrenada es menos ardiente que el que ha sentido la Nueva Granada al recobrar su libertad.
Ese pueblo generoso ha ofrecido todos sus bienes y todas sus vidas en aras de la patria. Ofrendas tanto más meritorias cuanto que son espontáneas. ¡Sí!, la unánime determinación de morir libres y de no vivir esclavos ha dado a la Nueva Granada un derecho a nuestra admiración y a nuestro respeto. Su anhelo por la reunión de sus provincias a las provincias de Venezuela es también unánime. Los
granadinos están íntimamente penetrados de la inmensa ventaja que resulta, a uno y otro pueblo, de la creación de una nueva república, compuesta de estas dos naciones. La reunión de la Nueva Granada
y Venezuela es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas: es el voto de los ciudadanos de ambos países y es la garantía de la América del Sur.
¡Legisladores! El tiempo de dar una base fija y eterna a nuestra república ha llegado.
A vuestra sabiduría pertenece decretar este grande acto social y establecer los principios del pacto sobre los cuales va a fundarse esta vasta república.
Proclamadla a la faz del mundo y mis servicios quedarán recompensados.
Fuente: BIBLIOTECA AYACUCHO
Cuartel General Ica, a 21 de abril de 1825 Mi adorada Manuelita
Cuartel General Ica, a 21 de abril de 1825
Mi adorada Manuelita:
Voy acompañado, quiero decir, con la compañía de tus gratísimos recuerdos. Pienso, dentro de mis relaciones, que mucho ha de ser el trabajo que debo realizar y sé que me esperan la Grandeza y la Gloria. Sin embargo, todo se empaña en la remembranza de tu imagen vestal y hermosa, casi causante de esta lucha interna de mi corazón que se halla entre mis deberes; la disciplina, mi trabajo intelectual y el amor. No sabes, Manuela mía, cómo te ansía este corazón viejo y cansado, en el deseo ferviente de que tu presencia lo rejuvenezca y lo haga palpitar de nuevo al ritmo de como sano!
Sobre la base de mi temor, sé que no está bien insistir en tu viaje acá, pues faltarías a las obligaciones para con tu marido. Sin embargo, ni yo mismo puedo engañarme. Tu suerte que te ha tocado, me entristece mucho por lo de tus sacrificios que quieres sólo para conmigo. Yo te lo agradezco. Mis sentimientos se agigantan junto con mis deseos, al pensar en ti, y en todo lo arrobador de tu espíritu sin igual, además de tu encantamiento femenino.
Muy pronto sabré qué determinación habremos de tomar ante esta situación que nos destroza el alma. Por lo pronto, debemos tener paciencia de franciscano.
Tuyo en el alma,

Fuente: La presente edición ha sido tomada de:
Biblioteca Popular para los Consejos Comunales.
Serie las Artes y los Oficios.
Fundación Editorial el perro y la rana, 2007
Mi adorada Manuelita:
Voy acompañado, quiero decir, con la compañía de tus gratísimos recuerdos. Pienso, dentro de mis relaciones, que mucho ha de ser el trabajo que debo realizar y sé que me esperan la Grandeza y la Gloria. Sin embargo, todo se empaña en la remembranza de tu imagen vestal y hermosa, casi causante de esta lucha interna de mi corazón que se halla entre mis deberes; la disciplina, mi trabajo intelectual y el amor. No sabes, Manuela mía, cómo te ansía este corazón viejo y cansado, en el deseo ferviente de que tu presencia lo rejuvenezca y lo haga palpitar de nuevo al ritmo de como sano!
Sobre la base de mi temor, sé que no está bien insistir en tu viaje acá, pues faltarías a las obligaciones para con tu marido. Sin embargo, ni yo mismo puedo engañarme. Tu suerte que te ha tocado, me entristece mucho por lo de tus sacrificios que quieres sólo para conmigo. Yo te lo agradezco. Mis sentimientos se agigantan junto con mis deseos, al pensar en ti, y en todo lo arrobador de tu espíritu sin igual, además de tu encantamiento femenino.
Muy pronto sabré qué determinación habremos de tomar ante esta situación que nos destroza el alma. Por lo pronto, debemos tener paciencia de franciscano.
Tuyo en el alma,
Fuente: La presente edición ha sido tomada de:
Biblioteca Popular para los Consejos Comunales.
Serie las Artes y los Oficios.
Fundación Editorial el perro y la rana, 2007
DISCURSO PRONUNCIADO EN LIMA, ANTE EL CONGRESO EL 10 DE FEBRERO DE 1825,
DISCURSO PRONUNCIADO EN LIMA, ANTE
EL CONGRESO EL 10 DE FEBRERO DE 1825,
RENUNCIANDO LA DICTADURA, CON QUE
LO INVISTIERA EL CONGRESO UN AÑO ANTES,
EN AQUELLA MISMA FECHA
LEGISLADORES: hoy es el día del Perú, porque hoy no tiene un dictador.
El Congreso salvó la patria, cuando trasmitió al ejército libertador la sublime autoridad que le había confiado al pueblo, para que lo sacase del caos y de la tiranía. El Congreso llenó altamente su deber,
dando leyes sabias en la constitución republicana que mandó cumplir. El Congreso, dimitiéndose de esa autoridad inenajenable que el pueblo mismo apenas podía prestar, ha dado el ejemplo más
extraordinario de desprendimiento y de patriotismo. Consagrándose a la salud de la patria, y destruyéndose a sí mismo, el Congreso constituyó al ejército en el augusto encargo de dar libertad al Estado, de salvar sus flamantes leyes y de lavar con la sangre de los tiranos las manchas que la nación había recibido de esos hombres nefandos, a quienes se había confiado la autoridad de regirla.
Me es imposible expresar la inmensidad de gloria que me ha dado el Congreso encargándome de los destinos de su patria. Como representante yo del ejército libertador me atreví a recibir la formidable
carga que apenas podrían sobrellevar todos mis compañeros de armas; pero la virtud y el valor de estos ínclitos guerreros me animaron a aceptarla. Ellos han cumplido la celeste misión que les
confió el Congreso; en Junín y Ayacucho han derramado la libertad por todo el ámbito del imperio que fue de Manco-Capac; han roto el yugo y las cadenas que le imponían los representantes del procónsul de la santa alianza en España. Ellos marchan al Alto Perú; pues sean cuales fueren las miras del que allí manda, al fin es un español.
Yo volaré con ellos; y la plaza del Callao será tomada al asalto por los bravos del Perú y Colombia.
Después, señores, nada me queda que hacer en esta república; mi permanencia en ella es un fenómeno absurdo y monstruoso, es el oprobio del Perú.
Yo soy un extranjero: he venido a auxiliar como guerrero, y no a mandar como político. Los legisladores de Colombia, mis propios compañeros de armas, me increparían un servicio que no debo consagrar sino a mi patria, pues unos y otros no han tenido otro designio que el de dar la independencia a este gran pueblo. Pero si yo aceptase su mando, el Perú vendría a ser una nación parásita ligada así a Colombia, cuya presidencia obtengo y en cuyo suelo nací. Yo no puedo, señores, admitir un poder que repugna mi conciencia: tampoco los legisladores pueden conceder una autoridad que el pueblo les ha confiado sólo para representar su soberanía. Las generaciones futuras del Perú os cargarían de execración; vosotros no tenéis facultad de librar un derecho de que no estás investidos. No siendo la soberanía del pueblo enajenable, apenas puede ser representada por aquellos que son los órganos de su voluntad; mas un forastero, señores, no puede ser el órgano de la representación nacional. Es un intruso en esta naciente república.
Yo no abandonaré, sin embargo, el Perú; le serviré con mi espada y con mi corazón, mientras un sólo enemigo huelle su suelo.
Luego, ligando por la mano las repúblicas del Perú y de Colombia, daremos el ejemplo de la grande confederación que debe fijar los destinos futuros de este nuevo universo.
Fuente: BIBLIOTECA AYACUCHO
EL CONGRESO EL 10 DE FEBRERO DE 1825,
RENUNCIANDO LA DICTADURA, CON QUE
LO INVISTIERA EL CONGRESO UN AÑO ANTES,
EN AQUELLA MISMA FECHA
LEGISLADORES: hoy es el día del Perú, porque hoy no tiene un dictador.
El Congreso salvó la patria, cuando trasmitió al ejército libertador la sublime autoridad que le había confiado al pueblo, para que lo sacase del caos y de la tiranía. El Congreso llenó altamente su deber,
dando leyes sabias en la constitución republicana que mandó cumplir. El Congreso, dimitiéndose de esa autoridad inenajenable que el pueblo mismo apenas podía prestar, ha dado el ejemplo más
extraordinario de desprendimiento y de patriotismo. Consagrándose a la salud de la patria, y destruyéndose a sí mismo, el Congreso constituyó al ejército en el augusto encargo de dar libertad al Estado, de salvar sus flamantes leyes y de lavar con la sangre de los tiranos las manchas que la nación había recibido de esos hombres nefandos, a quienes se había confiado la autoridad de regirla.
Me es imposible expresar la inmensidad de gloria que me ha dado el Congreso encargándome de los destinos de su patria. Como representante yo del ejército libertador me atreví a recibir la formidable
carga que apenas podrían sobrellevar todos mis compañeros de armas; pero la virtud y el valor de estos ínclitos guerreros me animaron a aceptarla. Ellos han cumplido la celeste misión que les
confió el Congreso; en Junín y Ayacucho han derramado la libertad por todo el ámbito del imperio que fue de Manco-Capac; han roto el yugo y las cadenas que le imponían los representantes del procónsul de la santa alianza en España. Ellos marchan al Alto Perú; pues sean cuales fueren las miras del que allí manda, al fin es un español.
Yo volaré con ellos; y la plaza del Callao será tomada al asalto por los bravos del Perú y Colombia.
Después, señores, nada me queda que hacer en esta república; mi permanencia en ella es un fenómeno absurdo y monstruoso, es el oprobio del Perú.
Yo soy un extranjero: he venido a auxiliar como guerrero, y no a mandar como político. Los legisladores de Colombia, mis propios compañeros de armas, me increparían un servicio que no debo consagrar sino a mi patria, pues unos y otros no han tenido otro designio que el de dar la independencia a este gran pueblo. Pero si yo aceptase su mando, el Perú vendría a ser una nación parásita ligada así a Colombia, cuya presidencia obtengo y en cuyo suelo nací. Yo no puedo, señores, admitir un poder que repugna mi conciencia: tampoco los legisladores pueden conceder una autoridad que el pueblo les ha confiado sólo para representar su soberanía. Las generaciones futuras del Perú os cargarían de execración; vosotros no tenéis facultad de librar un derecho de que no estás investidos. No siendo la soberanía del pueblo enajenable, apenas puede ser representada por aquellos que son los órganos de su voluntad; mas un forastero, señores, no puede ser el órgano de la representación nacional. Es un intruso en esta naciente república.
Yo no abandonaré, sin embargo, el Perú; le serviré con mi espada y con mi corazón, mientras un sólo enemigo huelle su suelo.
Luego, ligando por la mano las repúblicas del Perú y de Colombia, daremos el ejemplo de la grande confederación que debe fijar los destinos futuros de este nuevo universo.
Fuente: BIBLIOTECA AYACUCHO
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL LIBERTADOR EN LIMA, ANTE EL CONGRESO, EL 10 DE FEBRERO DE 1825
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL LIBERTADOR EN LIMA, ANTE EL CONGRESO, EL 10 DE FEBRERO DE 1825, ANIVERSARIO DEL DÍA EN QUE SE ENCARGARA DE LA DICTADURA, DANDO CUENTA DE SU CONDUCTA
SEÑORES, LOS REPRESENTANTES del pueblo peruano se reúnen hoy bajo los auspicios de la espléndida victoria de Ayacucho, que ha fijado para siempre los destinos del Nuevo Mundo.
Hace un año que el Congreso decretó la autoridad dictatorial, con la mira de salvar la república, que fallecía oprimida con el peso de las más espantosas calamidades. Pero la mano bienhechora del
ejército libertador ha curado las heridas que llevaba en su corazón la patria; ha roto las cadenas que había remachado Pizarro a los hijos de Manco-Capac, fundador del imperio del sol, y ha puesto a todo el Perú bajo el sagrado régimen de sus primitivos derechos.
Mi administración no puede llamarse propiamente sino una campaña; apenas hemos tenido el tiempo necesario para armarnos y combatir, no dejándonos el tropel de los desastres otro arbitrio que el de defendernos. Como el ejército ha triunfado con tanta gloria para las armas peruanas, me creo obligado a suplicar al Congreso que recompense debidamente el valor y la virtud de los defensores
de la paria.
Los tribunales se han establecido según la ley fundamental. Yo he mandado buscar el mérito oculto para colocarlo en el tribunal; he solicitado con esmero a los que profesaban modestamente el culto
de la conciencia, la religión de las leyes.
Las rentas nacionales no existían; el fraude corrompía todos sus canales; el desorden aumentaba la miseria del Estado. Me he creído forzado a dictar reformas esenciales y ordenanzas severas, para que la república pudiese llevar adelante su existencia, ya que la vida social no se alimenta sin que el oro corra por sus venas.
La crisis de la república me convidaba a una preciosa reforma, que el curso de los siglos, quizá, no volverá a ofrecer. El edificio político había sido destruido por el crimen y la guerra: yo me encontraba
sobre un campo de desolación; mas con la ventaja de poder constituir en él un gobierno benéfico. A pesar de mi ardiente celo por el bien del Perú, no puedo asegurar al Congreso que esta obra haya llegado al grado de mejora con que me lisonjeaba mi esperanza. La sabiduría del Congreso tendrá que emplear toda su eficacia para dar a su patria la organización que ella requiere, y la dicha que la libertad promete. Séame lícito confesar, que no siendo yo peruano, me ha sido más difícil que a otro la consecución de una empresa tan ardua.
Nuestras relaciones con la república de Colombia nos han proporcionado poderosos auxilios. Nuestra aliada y confederada no ha reservado nada para nosotros; ella ha empleado su tesoro, su marina, su ejército en combatir al enemigo común, como en causa propia.
El Congreso observará por estas demostraciones de Colombia el precio infinito que tiene, en el orden americano, la íntima y estrecha federación de los nuevos estados. Persuadido yo de la magnitud del bien que nos resultará de la reunión del Congreso de representantes, me he adelantado a invitar a nombre del Perú a nuestros confederados, para que, sin pérdida de tiempo, verifiquemos
en el Istmo de Panamá, esa augusta asamblea que debe sellar nuestra alianza perpetua.
La república de Chile ha puesto a las órdenes de nuestro Gobierno una parte de su marina, mandada por el bizarro vicealmirante Blanco, que actualmente bloquea la plaza del Callao, con fuerzas chilenas y colombianas.
Los Estados de México, Guatemala y Buenos Aires nos han hecho ofertas de servicios, aunque sin efecto alguno, a causa de la celeridad de los sucesos. Estas repúblicas se han constituido y mantienen
su tranquilidad interna.
El agente diplomático de la república de Colombia es el único que, en estas circunstancias, ha sido acreditado cerca de nuestro Gobierno.
Los cónsules de Colombia, de los Estados Unidos de América y de la Gran Bretaña se han presentado en esta capital a ejercer sus funciones; el último ha tenido la desgracia de perecer de un modo lamentable; los otros dos han obtenido el exequatur correspondiente, para entrar en los deberes de su cargo.
Luego que los sucesos militares del Perú sean conocidos en Europa, parece probable que aquellos gobiernos decidan definitivamente de la política que hayan de adoptar. Me lisonjeo que la Gran
Bretaña será la primera que reconozca nuestra independencia. Si hemos de dar crédito a las declaraciones de la Francia, ella no está muy distante de unirse a la Inglaterra en esta marcha liberal; y tal vez el resto de la Europa seguirá esta misma conducta. La España misma, si oye los consejos de su propio interés, no se opondrá más a la existencia de los nuevos estados que han venido a completar la sociedad del universo.
Legisladores, al restituir al Congreso el poder supremo que depositó en mis manos, séame permitido felicitar al pueblo porque se ha librado de cuanto hay de más terrible en el mundo: de la guerra,
con la victoria de Ayacucho, y del despotismo con mi resignación.
Proscribid para siempre, os ruego, tan tremenda autoridad, ¡esta autoridad que fue el sepulcro de Roma! Fue laudable, sin duda, que el Congreso, para franquear abismos horrorosos y arrostrar furiosas tempestades, clavase sus leyes en las bayonetas del ejército libertador; pero ya que la nación ha obtenido la paz doméstica y la libertad política, no debe permitir que manden sino las leyes.
Señores: el Congreso queda instalado.
Mi destino de soldado auxiliar me llama a contribuir a la libertad del Alto Perú y a la rendición del Callao, último baluarte del imperio español en la América meridional. Después volaré a mi patria a
dar cuenta a los representantes del pueblo colombiano de mi misión en el Perú, de vuestra libertad y de la gloria del ejército libertador.
FUENTE: FUNDACIÓN BIBLIOTECA AYACUCHO
DISCURSO PRONUNCIADO EL 13 DE SEPTIEMBRE DE 1823, EN LIMA, ANTE EL CONGRESO DEL PERÚ
DISCURSO PRONUNCIADO EL 13
DE SEPTIEMBRE DE 1823, EN LIMA,
ANTE EL CONGRESO DEL PERÚ
EL CONGRESO constituyente del Perú ha colmado para conmigo la medida de su bondad. Jamás mi gratitud alcanzará a la inmensidad de su confianza. Yo llenaré, sin embargo, este vacío con todos los
sacrificios de mi vida; haré por el Perú mucho más de lo que admite mi capacidad, porque cuento con los esfuerzos de mis generosos compañeros. La sabiduría del Congreso será mi antorcha en medio
del caos de dificultades y peligros en que me hallo sumergido. El presidente del Estado, por sus servicios, patriotismo y virtud, habría él solo salvado su patria, si se le hubiese confiado este glorioso empeño: el Poder Ejecutivo será mi diestra y el instrumento de todas mis operaciones. Cuento también con los talentos y virtudes de todos los peruanos, prontos a elevar el edificio de su hermosa república, ellos han puesto en las aras de la patria todas sus ofrendas; no les queda más que su corazón, pero este corazón es para mí el palladium de su libertad. Los soldados libertadores que han venido desde el Plata, el Maule, el Magdalena y el Orinoco no volverán a su patria si no cubiertos de laureles, pasando por arcos triunfales, llevando por trofeos los pendones de Castilla. Vencerán y dejarán libre el Perú o todos morirán: yo lo prometo...
Yo ofrezco la victoria confiado en el valor del ejército unido y en la buena fe del pueblo peruano. Así el Perú quedará independiente y soberano por todos los siglos de existencia que la providencia
divina le señale.
Fuente: www.bibliotecayacucho.gob.ve
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío
/sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío: Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos...
-
Discursos y proclamas Habitantes de Soatá 14 de octub...
-
Cuartel General Ica, a 21 de abril de 1825 Mi adorada Manuelita: Voy acompañado, quiero decir, con la compañía de tus gratísimos recuerdo...
-
#MujeresHeroinas MUJERES EN LA INDEPENDENCIA COLOMBIANA Autor: Alfredo Cardona Tobón Con el Cristo y con la espada los españoles dominaro...