Discurso en Tenerife del Magdalena
Ciudadanos, magistrados y pastores:
Yo he venido a traeros la paz y la libertad que son los
presentes que hace el Gobierno justo y liberal del Estado de Cartagena a los
pueblos que tienen la dicha de someterse al suave imperio de sus leyes; yo que
soy el instrumento de que se ha valido para colmarlos de beneficencia, me
congratuló también de ser el intérprete del espíritu de su constitución, y el
órgano de las intenciones de sus jefes.
La discordia civil ha tenido privada a esta villa de la luz
que brilla sobre todo el horizonte de los estados de la Nueva Granada ,
porque vuestra ciega credulidad, y vuestra timidez, ha dado ascenso a las
imposturas de vuestros opresores, y los habéis auxiliado contra vuestros
hermanos y vecinos.
La guerra que habéis sostenido contra ellos, además de
haberos cubierto de una ignominia eterna, os ha hecho probar todas las
aflicciones que son capaces de inventar lis tiranos para asolar, y anonadar si
es posible, a los que tienen la estolidez de presentarles la cerviz a su yugo
opresor; vuestra experiencia os ha manifestado, cuan duro y feroz es el dominio
de la España
en estas regiones. Habéis visto incendiar vuestras habitaciones, encadenar a
vuestros conciudadanos, pillar vuestras casas, y hasta violar vuestras mujeres;
echad los ojos sobre vuestros campos, y los hallaréis incultos; observad
vuestras poblaciones, desiertas: mirad el manantial de vuestra prosperidad, ese
caudaloso Magdalena, que solitario y triste huye, por decirlo así, de unas riberas
que devora la guerra: todo, todo, os está diciendo: donde reina el imperio
español reina con él, la desolación, y la muerte.
Habitantes de Tenerife: yo no puedo engañaros, pues os hablo
de las calamidades, que padecéis, y os han reducido a ser la burla de un puñado
de bandidos, que después de haberos aniquilado, con su protección, después de
haberos atraído el odio de vuestros hermanos de Cartagena y puesto en el borde
del precipicio, os han abandonado en el peligro al arbitrio de un conquistador,
y han huido como unos malhechores, que temen la espada de la justicia. Estas
son las recompensas de vuestros sacrificios, y éste el galardón que habéis
obtenido por premio de vuestra sumisión y fidelidad al nominado rey Fernando
VII.
¡Qué diferencia, entre el imperio de la libertad, y el de la
tiranía! La estáis tocando por vosotros mismos. Los españoles vinieron a
auxiliaros, y os han destruido, porque ellos son los cómitres de sus visires:
nosotros hemos venido a subyugaros como enemigos, y os hemos perdonado las
ofensas que nos habéis hecho, os hemos constituido en el augusto carácter de
ciudadanos libres del Estado de Cartagena, igualándoos a vuestros redentores.
Os hemos puesto al abrigo de las violencias de una legislación corrompida y
arbitraria; se os abre una vasta carrera de gloria y de fortuna, al declararos
miembros de una sociedad, que tiene por basas constitutivas una absoluta
igualdad de derechos, y una regla de justicia, que no se inclina jamás hacia el
nacimiento o fortuna, sino siempre en favor de la virtud y el mérito. Ya sois
en fin hombres libres independientes de toda autoridad, que no sea la
constituida por nuestros sufragios, y únicamente sujetos a vuestra propia
voluntad, y al voto de vuestra conciencia legalmente pronunciado según lo prescribe
la sabia constitución que vais a reconocer y a jurar. Constitución que asegura
la libertad civil de los derechos del ciudadano en su propiedad, vida y honor;
y que además de conservar ilesos estos sagrados derechos, pone al ciudadano en
aptitud de desplegar sus talentos e industria, con todas las ventajas que se
pueden obtener en una sociedad civil, la más perfecta a que el hombre puede
aspirar sobre la tierra.
Tal es, ciudadanos, la naturaleza del Gobierno de Cartagena
que se ha dignado de tomaros en su seno como sus hijos.
El supremo magistrado del Estado, de quien todo depende en
el poder ejecutivo, se halla dotado de cuantas cualidades morales e
intelectuales se requieren en un Jefe, que atiende al fomento de los ramos de
industria nacional, en comercio, agricultura, alta policía, la ejecución exacta
de las leyes: la dirección de la guerra y el departamento de los negocios
diplomáticos.
El senado, compuesto de hombres prudentes y sabios, vigila
incesantemente sobre la conducta de los magistrados y jueces para que no se
infrinjan las constituciones y leyes en perjuicio del inocente y del
benemérito, y en favor de los culpables, y de los ineptos
El cuerpo legislativo, que representa la soberanía del
pueblo, defiende sus derechos con rectitud y ciencia. Forma las leyes, que
promueven, y sostienen la felicidad pública, y revoca, suspende, o varía las
que son contrarias al bien general. Los legisladores son los padres del pueblo,
pues que de ellos nace su prosperidad y gloria, estableciendo los fundamentos
sobre que se elevan las naciones, a su mayor grandeza.
Hay un poder judicial que distribuye imparcialmente la
justicia, sin adherirse ni al poderoso, ni al intrigante; la más estricta
equidad reina en sus juicios y nadie se ve privado de sus derechos naturales, y
legítimos por sentencias arbitrarias, o por una viciosa interpretación de los
códigos. Ningún culpado se exime de la pena, como a ningún justo se condena.
Por manera que todo hombre debe contar, bajo los auspicios de nuestros
magistrados, legisladores y jueces, con los bienes que el Cielo o su industria
le haya dado: con el honor que sus virtudes le hayan adquirido; y con la vida,
que después de la libertad, es el don más precioso, que el Ente Supremo nos ha
hecho.
Comparad, ciudadanos, la lisonjera perspectiva que se os
presenta en el sistema adoptado por Cartagena, con el horroroso cuadro de
crímenes e infortunios que habéis tenido a la vista hasta el presente, bajo el
poder absoluto de los monstruos que os han mandado de España sus feroces mandatarios.
Comparad, digo, ambos gobiernos; y decid según la expresión de vuestra
conciencia, ¿cuál de los dos es el justo? ¿Cuál de los dos es el liberal? Y
cual de los dos merecerá las bendiciones del Creador?
Vuestra elección no es dudosa, y ciertamente vuestro corazón
mismo abrazará con ardor y placer el Gobierno independiente de Cartagena.
En consecuencia de esta exposición, os pregunto si
reconocéis y jugarais fidelidad y obediencia al soberano Gobierno del Estado de
Cartagena con todas las formalidades del caso?
A que respondieron todos unánimemente que sí juraban,
conforme al uso de derecho, por Dios Nuestro Señor y una señal de cruz; y según
su fuero los eclesiásticos, y en su virtud para la mayor constancia yo firmaron
los que saben, y por los que no saben lo hace también el Procurador Síndico
General.
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