Venezolanos

Venezolanos
Simón Bolívar,  libertador de Venezuela y general en jefe de sus ejércitos de Venezuela y de Nueva Granada
Venezolanos:
Por la tercera vez debéis la libertad a vuestros defensores que, en más de cien combates, han arrostrado todos los peligros por salvar vuestro honor y vuestras vidas; pero nunca sus sacrificios han sido tan recomendables como en la presente campaña, en que cuantos enemigos tiene la Patria se han esforzado de común acuerdo y simultáneamente para derribar el edificio de la República, que maravillosamente se ha sostenido en medio de las más extraordinarias convulsiones, que jamás la cólera del Cielo ha permitido padecer a unos débiles mortales.
Vuestros opresores han desplegado toda la saña y maleficencia de que es capaz su perversidad innata. Una devastación universal ejercida con el último rigor ha- hecho desaparecer del suelo de Venezuela la obra de tres siglos de cultura, de ilustración, y de industria. Todo ha sido anonadado. El fuego ha reducido a cenizas las ciudades y las campiñas: el hierro, ha demolido los edificios, que no devoraron las llamas: la hacha del verdugo ha inmolado al niño, al anciano, a la virgen, al inválido, sin perdonar la inocencia, ni la debilidad; sin perdonar, en fin, ni a los irracionales; pues los brutos que ayudaban al hombre a la cultura de los campos, y le aliviaban sus fatigas, han sido exterminados por sus campaneros. La guerra ha sacrificado a millares de vuestros soldados; mas éstos son los únicos que han muerto con honor, y su sangre ha redimido la que corre en vuestras venas. .
Venezolanos: vuestro país nativo acaba de ser el teatro de las más tristes catástrofes, pues nada existe como era, y todo lo que no ha sido destruido, ha sufrido el más espantoso trastorno. Los pueblos .enteros han cesado de vivir, y las poblaciones no son ya más que escombros o pavesas. Los seres que han escapado, sólo han sido de la muerte; pero no del deshonor, no de la miseria, no de la persecución más atroz: han salvado la vida a costa de todos los sacrificios. ¿De dónde vienen tantas calamidades, tantos infortunios? ¡Ah su origen es bien santo! El sentimiento de la justicia, el conocimiento de la razón y el amor a la Patria, he aquí nuestros crímenes a los ojos de nuestros bárbaros enemigos, que no pueden concebir, cómo un americano puede ser libre; pues en su ceguedad estúpida no hay más derecho que el poder, ni hay más gobierno que el despotismo.
El Cielo que constantemente vela por el triunfo de la virtud, nos ha concedido la victoria contra todos los partidarios de la tiranía, y todos los defensores de los crímenes que han enseñado los españoles en las Américas. Enormes masas de bandidos han atacado los ejércitos de la República, que han vencido siempre a sus indignos enemigos donde quiera que se han presentado, y han disipado las tempestades que han cubierto toda la extensión del horizonte de Venezuela. Esta fortuna la debéis' al valor divino de vuestros soldados, sin que yo haya contraído otro mérito que el de adquirir para nuestras armas el triunfo mayor que pueda adornarlas: perdonar a sus enemigos después de haberlos vencido. Yo reitero mis anteriores indultos; y a nombre de Venezuela perdono de nuevo, sin restricción alguna, a todos los enemigos de la República, que abandonando los estandartes de los tiranos, se acojan bajo la paternal protección de nuestro benéfico gobierno. Cuartel General Libertador de Valencia, 13 de abril de 1814. -4° y 2°.
SIMÓN BOLÍVAR.

hijo benemérito del estado de Cartagena

Discursos y proclamas Proyecto de manifiesto

                                                                          Discursos y proclamas
Proyecto de manifiesto
Cuando la heroica aunque desgraciada Venezuela tenia fijadas sus más fundadas esperanzas en el Ejército Libertador y que el gobierno general de la Nueva Granada me había confiado para restituirle la libertad, separado del ejército y del país en el cual debíamos triunfar y morir, tengo que dirigiros mi voz, ¡oh compatriotas! para deciros qué causas me han desviado de mi carrera y ha prolongado nuestros tormentos, ya esclavos, ya errantes. Prestadme atención, y decidid si he solicitado armas con qué combatir y si he combatido por salvaros.
Al desaparecer nuestra República con la destruida e inmortal Caracas, por consecuencia de la jornada de la Puerta, os ofrecí de nuevo mis servicios y volver a la Nueva Granada cuna de nuestros primeros libertadores. No falté a mi promesa y la Nueva. Granada fue segunda vez mi asilo, y segunda vez hallé en el Soberano Congreso tanta amistad y protección, cuanta estaba en sus facultades concederme.
Las reliquias del ejército venezolano bajo las órdenes del bravo general Urdaneta vinieron a la provincia de Pamplona, a recibir auxilios que esperaban de sus hermanos granadinos. No los recibieron, pero sí los prestaron al gobierno general que les ordenó marchar a Cundinamarca a reducir al orcen constitucional a aquella provincia, que disidente rehusaba entrar en confederación. Santa Fe en su recinto vió a sus vencedores, hermanos y amigos después el gobierno general de la Nueva Granada en la antigua capital de aquellas Provincias.
Los pueblos, el Gobierno y hasta nuestros vencidos recibieron a los soldados venezolanos con admiración y ternura; todos contemplaban en aquellos preciosos restos de nuestro patrio suelo, unos héroes que al través de cien combates habían preservado su honor, su vida y su libertad para volver a salvar el honor, la vida y la libertad de sus conciudadanos que hubiesen escapado de la hoz y la peregrinación. Estos restos formaron un cuerpo respetable con los generosos auxilios que nos dió Cundinamarca: sus hijos vinieron a nuestras filas: sus tesoros llenaron nuestra caja militar, y ricos uniformes vistieron nuestros soldados.
El gobierno no sólo me prometió y prestó socorros de todos géneros, sino que me nombró Capitán General de sus ejércitos y me envió a Cartagena a tomar el mando de las tropas de aquella Provincia, y a armar, municionar y equipar de cuanto era necesario al ejército destinado a libertar a Santa Marta y Venezuela. Jamás un Gobierno se ha interesado tanto en la suerte de un pueblo afligido, como lo hizo el de la Nueva Granada por Venezuela. Ciertamente nuestra gratitud será eterna, como eterno el dolor que imprime en nuestros corazones la pintura de los sucesos que han impedido que los planes sublimes del Gobierno no se hayan ejecutado. El ejército vino a Mompox, libertando de paso a la ciudad de Ocaña Mompox nos acogió con entusiasmo y aun delirio: nos reemplazó lo que su clima nos destruyó, y hasta aquí nuestras pérdidas eran imperceptibles, y todo nos anunciaba gloria y prosperidad.
Mientras tanto existía en Cartagena una odiosa guerra civil cuy« descripción parecerá siempre exagerada, que envolviendo en crueles partidos a todos los habitantes de aquella Provincia, habían ya llegado a las manos y se había decidido la contienda en favor del comandante general de las arreas brigadier Manuel Castillo, que después de haberse acercado a la ciudad con sus tropas, logró por fraude ocupar la plaza. Desgraciadamente el general Castillo conservaba una antigua enemistad contra mi, y excitado por sus propias pasiones y por las de otros tomó la ciega y fatal resolución de denegarse a cumplir las órdenes del Gobierno, y adoptó en consecuencia cuantas medidas hostiles debían emplearse contra el enemigo común con el objeto de repulsar al ejército de la Unión, cuya destrucción se propuso desde luego.
Yo había previsto los desastrosos efectos que debía producir una contienda tan escandalosa y tan inmerecida. Me resolví a someterme a todo género de sacrificios por evitar la destrucción de un ejército tan poco acreedor a esta infausta suerte, y para no participar de la culpa y no ser tenido como la causa inmediata de una guerra intestina.
Apenas llegué, a Mompox que dirigí un edecán con pliegos para el Gobernador y General de Cartagena. participándoles mi llegada a aquella ciudad y el objeto de mi comisión, aunque ya anteriormente el mismo gobierno general y yo habíamos dado los avisos necesarios para el reconocimiento y el apresto de los elementos indispensables para la expedición que se ríe había encargado. Por otra parte yo dirigí cartas confidenciales al ex-Gobernador Gual y a otros sujetos respetables, ofreciendo una cordial reconciliación por mi parte con el general Castillo, no obstante que éste acababa de publicar un libelo contra mi persona en que derramando las injurias a torrentes intentaba denigrar mi reputación, mi honor y mi moral. Pero ni este desprendimiento ni otros muchos actos de una naturaleza verdaderamente pacíficos lograron calmar el encono o la ambición de mi adversario.
Al principio me escribió oficialmente reconociéndome como General en Jefe. del Ejército que el Gobierno General me había confiado y estaba antes a sus órdenes. Este paso, que parecía de buena fé, sólo tuvo por objeto aparentar un deseo sincero de obediencia al Gobierno en tanto que se ejecutaban medidas para hostilizar, difamar y sublevar a los pueblos contra mi ejército. El Gobernador de Cartagena de acuerdo con el General o por mejor decir, influido por él, seguía la misma línea de conducta. En la apariencia perfectamente amigo: en la realidad fuertemente contrario: se empleaba la tortuosidad diplomática revestida de un le guaje que mis enemigos conceptuaban profundamente político, sin ser más que un enlace de sofismas harto pueriles para no ser penetrados.
Tres misiones sucesivas envié yo a Cartagena desde Mompox con mi Edecán Kent: la segunda con el señor. Fierro y la. tercera con mi secretario Revenga. De Cartagena me enviaron otros tres comisionados. El primero el teniente coronel Tomás Montilla: el segundo el secretario García de Sena y el tercero el edecán Dávila. Estas negociaciones por parte mía tenían por objeto allanar todos los obstáculos; así los resultados fueron evasivos. Las de mis contrarios lejos de procurar disminuir los inconvenientes venían no sólo a aumentarlos, sino a complicarlos para que fuesen eternos. En una palabra mi empeño era inspirar confianza y amistad para obtener el cumplimiento de las órdenes del Gobierno y equipar el ejército, por el contrario los de Cartagena se excedían en esfuerzos para que estas miras se frustrasen enteramente y quedase yo sin ejército, la Nueva Granada sin fuerzas, el enemigo impune y Cartagena en independencia del Gobierno general.
Apenas supe en Honda que el general Castillo dirigía sus armas contra la ciudad de Cartagena, cuando supliqué al Gobierno General que enviase dos comisionados para transigir las disensiones que se habían suscitado. Además me atreví a indicar los que debían ser nombrados: Escogí a los ciudadanos Joseph María del Castillo y Joseph Fernández Madrid el primero hermano, y el segundo primo hermano de aquél general. Esta elección prueba victoriosamente la sinceridad de mi demanda y los deseos cordiales de un acomodo agradable, útil y honroso para Castillo. Este había sido llamado por el Gobierno: había mezclado las armas de su mando en elecciones populares: había sitiado la capital y abandonado la línea de su defensa. En fin había cometido actos de una arbitrariedad militar que no podían menos de ser reprobados y castigados por la suprema autoridad, sin embargo yo pido dos árbitros que debían serle altamente parciales. Al mismo tiempo desde Honda, yo supliqué al Gobierno nombrase otro General que no estuviese, como yo, comprometido por pasiones personales con el jefe del partido opuesto.
Luego que recibí respuesta de estas demandas y que vi que el nombramiento de Comisionado había recaído en la persona del señor Canónigo Marimón, y que no se accedía a mi solicitud en cuanto a mi separación del ejército, volví a instar de nuevo para que se admitiese mi dimisión, y supliqué además al Gobierno a que viniese el mismo Poder Ejecutivo a hacer respetar su autoridad, a cortar las discordias civiles y a observar y dirigir mis operaciones de cerca. Segunda prueba evidente de la rectitud de mis intenciones, y de la pureza de mi amor por la causa común. La contestación fue negativa y ya no tuve más esperanza de ver realizar una transacción que tan imperiosamente reclamaba el bien general de la Nueva Granada.
El comisionado Marimón llega por fin a Mompox: me lisonjea, me persuade que todo seria terminado satisfactoriamente. Se informa a fondo de mis proyectos, de las necesidades del Ejército, de las pérdidas que había sufrido por la demora en aquel mortífero clima, del peligro que corren todas las tropas de morir o desertarse si permanecen allí más tiempo, y parte para Cartagena revestido de amplias facultades y autorizado para ordenar lo justo y conveniente. El resultado de la misión del señor Marimón, fue cual debía ser según su carácter personal y la obstinación de los oponentes de Cartagena.
Mi último comisionado Revenga volvió el día trayendo por respuesta la aceptación de una entrevista entre el General Castillo y yo en el lugar de Sambrano, distancia media para los dos ejércitos. Inmediatamente yo cumplí yendo a su debido tiempo y lugar, y el general Castillo faltó a pretexto de que la presencia del comisionado Marimón hacia nulo todo lo que pudiésemos acordar entre ambos. Yo había hecho ya la mitad del camino: se me había ultrajado de nuevo burlándome. El contagio de deserciones, enfermedades, y de muertes era prodigioso: los gastos del ejército se aumentaban con el aumento de hospitales: las tropas se disminuían rápidamente: la desconfianza y el ultraje que se nos hacía, había ofendido a los jefes y oficiales, el descontento era universal. Nuestros enemigos domésticos se habían quitado la máscara: nos difamaban, nos hostilizaban abiertamente y con un encono mortal. Las órdenes del Gobierno, aunque repetidas y terminantes eran despreciadas e inútiles. El comisionado Marimón primero desatendido y después fascinado y oprimido. El ejército iba a carecer de hombres y de fondos que ya se habían consumido por la mayor parte: no teníamos ni armas ni municiones: no podíamos retroceder hacia Santa Fe por falta de trasportes y más que,. todo de bogas que absolutamente no los había. Era imposible en este estado emprender nada contra Santa Marta: el proyecto de nuestra destrucción era evidentemente probado y permaneciendo en Mompox nuestra ruina era inevitable. El Gobierno no podía pretender que fuésemos víctimas pacientes de una cábala de facciosos. El honor no me permitía sufrirlo, el deber, pues, nos llevó al bajo Magdalena.
Al llegar a Barrancas envié una cuarta diputación a Cartagena para que explicase al Comisionado, al Gobernador y al General mi disposición pacifica: los males que sufría el ejército, y cuantas circunstancias hacían indispensable una cordial y pronta transacción. La respuesta fue igual a las anteriores: todas negativas, todas insultantes.
Marchamos al lugar de Turbaco cuatro leguas distantes de Cartagena con el único objeto de pedir las armas y municiones en cumplimiento de las órdenes del Gobierno. A sólo pedir fuimos a Turbaco porque aproximándonos era fácil entendernos, acortando la distancia ahorrábamos el tiempo que debía emplearse en las comunicaciones escritas, y las verbales no encontraban ya obstáculos. Una quinta misión fue a Cartagena. El teniente coronel Tomás Montilla hermano del comandante de la plaza, se encargó de ella. Su recepción correspondió al carácter de mis contrarios. No se respetó en el comisionado el derecho de gentes: se le hizo fuego: se le insultó hasta tirarle de estacadas, y tratarlo como un proscripto entregado al furor de un populacho desenfrenado. Su comisión era sin embargo de paz, reclamar la obediencia al Gobierno y si no ofrecer yo separarme del ejército y abandonar el país era en substancia el objeto de mi última misión; pero ni mi generoso desprendimiento ni la naturaleza de mis justos reclamos obtuvieron suceso alguno. Jurar exterminarnos, tratarnos de bandidos, no responder el Gobernador, ofender cruelmente al parlamentario y denegarse absolutamente a toda comunicación conmigo, fue el resultado de mi última misión.
En esta desesperada situación ¿qué debía hacer? Yo tomé consejo de mi ejército. Instruí a los jefes de nuestro estado: examinaron los documentos que calificaban nuestra . justicia, nuestro sufrimiento y nuestras necesidades. Ellos reprobaron, pues, la injusticia, la hostilidad y las negativas de Cartagena. Por una Junta de Guerra fue unánimemente decretado el sitio de Cartagena, y el 27 de marzo tomamos posesión de la Popa bajo los fuegos de la artillería del Castillo y encontrando las aguas envenenadas contra el derecho de gentes.
Después de sufrir tranquilamente todos los fuegos de la plaza sin contestarlos nosotros, el 30 del mismo marzo hice una nueva apertura de negociación la cual fue desechada por el señor Comisionado, dando siempre las mismas evasivas contestaciones que anteriormente. Mi réplica fue repetir mi demanda de una entrevista. Esta no se admitió v. se .me ordenó que me retirase a la línea del Magdalena. Luego se siguieron algunos oficios de una parte y otra explicando los motivos que teníamos, yo para solicitar un acomodo, ellos para- eludirlo. Los peligros de la provincia se aumentaban por los ataques que el enemigo común intentaba sobre los puntos que yo había reforzado con algunos destacamentos; en consecuencia, el 8 de abril dije al gobernador de Cartagena y al comisionado que el enemigo obtenía sucesos parciales y que al fin se apoderaría de toda la Provincia. Los convidaba a unir sus fuerzas con las mías para defender el país, porque, de no, sería asolado, las poblaciones saqueadas e incendiadas, sin que mi ejército pereciese sin embargo, porque había tomado medidas previas. No tuve respuesta. Al otro día 9 hice una nueva protesta al comisionado de hacer todos los sacrificios por la concordia prefiriendo desistir de una contienda tan escandalosa a triunfar en ella. Ofrecí además ceder en todo a condición de que nos entendiésemos, fuésemos amigos y nos uniésemos. ¡Quién ha de creerlo! ¡Quién se persuadirá que un desprendimiento semejante se recibiese con frialdad, se evitase una respuesta categórica y el 12 se publicase una proclama la más vilipendiosa de cuantas se han escrito contra bandidos! Todavía se aumentará más la admiración cuando se sepa, que la causa inmediata de esta proclama fue el haber propuesto yo el día 11: 1º. que cesasen las hostilidades. 2° que olvidásemos lo pasado y 3° que fuésemos amigos, añadiendo que esta generosidad no era un efecto forzoso de las circunstancias, sino un sentimiento espontáneo en favor del Estado de Cartagena que debía ser reducido a Soledad, si la anarquía y la guerra continuaban en él. En mi oficio expresaba que ya no exigía nada para mi expedición, y que haría más aun, cuando estuviésemos de acuerdo, dando a entender que me retiraría del país renunciando hasta la empresa contra Santa Marta. La contestación parecería supuesta si no la hubiese publicado Cartagena. Que me retirase con las tropas a Ocaña: que siguiese sin desviarme ni a la derecha ni a la izquierda: que no permaneciese en Mompox ocho días: se me indica el itinerario que debía seguir, se me prescriben los fusiles y las municiones que debía llevar: que separase las tropas venezolanas de las granadinas para que me llevase las primeras y dejase las segundas a las órdenes del teniente coronel Vélez, a quien se ordenaba me hiciese obedecer las órdenes del Comisionado.
Esta respuesta no se me dió hasta el 16. Con la misma fecha se me dice que se mandaban cesar los fuegos. Sin embargo, bajo las banderas blancas de ambos ejércitos los morteros y los cañones no discontinuaban de tirar. ¡Tan horrible violación no se había visto jamás en ningún país del mundo!
Yo volví a convidar para una entrevista el 18 y en ese mismo día, se me señaló el pie del castillo enemigo para que concurriese a él a tratar con el señor Comisionado. Yo indíqué un punto más central y observé además que contra el derecho de gentes se me dirigían los fuegos enemigos: que amaba, pero que no necesitaba la paz: que si el armisticio no se guardaba religiosamente no bajaría a la entrevista. Más repetidos fueron entonces los fuegos y el 22 me escribe el señor Marimón con informe de Castillo, que no había armisticio: que era yo un ignorante en entender por armisticio una suspensión de hostilidades.
Entonces se supo en Cartagena y se me comunicó de oficio la llegada de la expedición del general Morillo a Venezuela, y en consecuencia de esta importante ocurrencia, se me dijo expresamente por Marimón que era indispensable mi separación de la provincia para atender a la defensa de la causa. Yo lejos de desalentarme, ofrecí de nuevo ir a Santa Marta con sólo el ejército de mi mando. El 25 se convidó para una sesión entre mi secretario y el señor Comisionado, la que tuvo por resultado otra conmigo aquella tarde, en la que yo con la mayor franqueza mostré mi único conato de restablecer la armonía a cualesquier precio, excepto hacer retrogradar el ejército a Ocaña por ser imposible a causa de que carecíamos de buques y de bogas para ello. El Comisionado manifestó la candidez de su carácter y buenos sentimientos, y su ninguna autoridad en Cartagena. Ofreció hacer todos los esfuerzos posibles por una cordial reconciliación entre los jefes de la plaza y yo.
Al otro día 26 el general Castillo, el Comandante de la plaza Mariano Montilla, los sacerdotes, los paisanos, los soldados x cuantos hombres eran hábiles para las armas en Cartagena hicieron una salida con el objeto de atacar mis posiciones, o de sitiarnos por lo menos, porque sabían que no teníamos doscientos hombres, y poco más de cien fusiles por estar el resto de nuestras tropas en diferentes expediciones. Como esta acción es el oprobio de las armas americanas no la describo. Me limitaré a decir que es el primer ensayo del general Castillo, y que su resultado correspondió a los talentos y cualidades militares de aquel jefe.
A esta bella correspondencia de mi anhelo por la paz sucedió un profundo silencio y hasta su Artillería lo conservó sin duda avergonzada de la inmortal salida del 26. Por fin el 28 se me participa la ocupación de Barranquilla por el enemigo, común: se me invita para una entrevista con el señor Marimón la cual se efectuó interviniendo en ella el ex-gobernador Gual; quien presentó un proyecto de atacar yo a Santa Marta por mar y el ejército de Cartagena por tierra, el que se discutió y acordó con la previa aprobación del gobierno de Cartagena. Al otro día vino el comandante de la plaza Montilla a tratar conmigo sobre todos los puntos relativos a la ejecución del proyecto.
Mi secretario tuvo diferentes conferencias con el comisionado y el general Castillo, y por fin el mismo Castillo vino a reconciliarse conmigo y a esta reconciliación siguió un convenio de paz y amistad que pareció al principio sincera, sin serlo, como lo probó poco después la experiencia.
Mil pequeños incidentes indicaban distintamente que no había buena fe de parte de Cartagena, sin embargo esperábamos que el inminente peligro, la razón, la justicia y el interés aconsejarían la unión; pero no fue así, un vano temor por una parte, una inmerecida rivalidad por otra, una inconsulta ambición y todas las pasiones excitadas hasta el extremo hicieron que el general Castillo me notificase en términos expresos, que yo y mi ejército debíamos marchar, (proyecto imposible en aquellas circunstancias) por el Valle Dupar a atacar a Santa Marta. Que la expedición marítima no se me permitiría ejecutar, porque se temía que yo me apoderase de la plaza: que en caso de retirada no tendría a donde volver, porque (éstas son sus expresiones) yo sería siempre hostilizado y jamás se me auxiliaría con nada. Así terminó la última sesión tenida al pie de la Popa relativa al plan de operaciones que debíamos adoptar. Yo me determiné, pues, a hacer el último sacrificio por salvar el país de la anarquía y al ejército de todas las privaciones que padecía por el efecto de las pasiones que se habían excitado en Cartagena contra mí. Este sacrificio era el de separarme de mis compañeros de armas y de la Nueva Granada. Para ejecutarlo convoqué una Junta de guerra: le expuse el cuadro fiel de nuestra situación, y la convencí de la necesidad en que estaba yo de sacrificar a la salud del ejército y de la República mi gloria, mis esperanzas, y el honor de volver segunda vez a libertar a mi patria. La Junta consternada accedió poniendo por condición que a ella y al resto de los oficiales del ejército les sería también permitido resignar sus empleos y ausentarse del país. Con este objeto se celebró una acta y se dirigió al señor Comisionado del gobierno general, quien me dió a mí, a todos los jefes riel ejército y a una gran parte de los oficiales, permiso para retirarnos. El general Palacios, por instancia mía quedó encargado del mando en mi ausencia: sacrificio que hizo entonces por complacencia pero muy a su pesar.
Salgo por fin de Cartagena el 9 de mayo y al despedirme de mis soldados les dije: El gobierno general de la Nueva Granada me puso a vuestra cabeza para despedazar las cadenas de nuestros hermanos esclavos en las provincias de Santa Marta, Maracaibo, Coro y Caracas.
Venezolanos, vosotros debíais volver a vuestro país: Granadinos: vosotros debíais volver al vuestro coronados de laureles. Pero aquella dicha y este honor se trocaron en infortunio. Ningún tirano ha sido destruido por vuestras armas: ellas se han manchado con la sangre de nuestros hermanos en dos contiendas diversas en los objetos aunque iguales en el pesar que nos han causado. En Cundinamarca combatimos por unirnos, aquí por auxiliarnos. En ambas partes la gloria nos ha concedido sus favores: en ambas hemos sido generosos. Allí perdonamos a los vencidos y los igualamos a nosotros: acá nos ligamos con los contrarios para marchar juntos a libertarles sus hogares. La fortuna de la campaña estaba aún incierta: vosotros váis a terminarla en los campos enemigos disputándoos el triunfo contra los tiranos. ¡Dichosos vosotros que váis a emplear el resto de vuestros días por la libertad de la Patria! ¡Infeliz de mí que no puedo acompañaros, y voy a morir lejos de Venezuela en climas remotos por que quedéis en paz con vuestros compatriotas.
Granadinos y Venezolanos: de vosotros que habéis sido mis compañeros en tantas vicisitudes y combates, de vosotros me aparto para ir a vivir en la inacción, y a no morir por la patria. Juzgad de mi dolor, y decidid si hago un sacrificio de mi corazón, de mi fortuna, y de mi gloria renunciando el honor de guiaros a la victoria. La salvación del ejército me ha impuesto esta ley: no he vacilado: vuestras existencia y la mía eran aquí incompatibles: preferí la vuestra. Vuestra salud es la mía, la de mis hermanos, la de mis amigos, la de todos en fin porque de vosotros depende la República. Adiós, adiós.
Estos son los sucesos, esta la verdad, compatriotas míos, que justifico con los documentos que aquí veréis. Ellos os darán pruebas irrefragables de la justicia de mis procedimientos, de la pureza de mis intenciones y del constante proyecto de servir a la Nueva Granada, y de libertar a Venezuela. Vosotros seréis bastante imparciales para no condenarme y si lo hiciereis confesaré que no está de mi parte la razón cuando vuestro juicio me es contrario; pero yo estoy tranquilo en mi conciencia: conceptúo que he llenado mi deber: que he procurado el bien: que he huido de la guerra civil: que he sacrificado todo por la paz: que sólo me he defendido: y que si he solicitado armas eran contra los tiranos y no para oprimir la República. Mis enemigos han sido injustos y yo desgraciado.

De este borrador el general Bolívar hizo la carta oficial publicada en el tomo I, página 165 de las Cartas del Libertador, editadas por Vicente Lecuna.

Soldados 28 de enero de 1814

Soldados
28 de enero de 1814
Simón Bolívar,  libertador de Venezuela y general en jefe de sus ejércitos
Soldados:
La suerte ejerce su inconstante imperio sobre el poder y la fortuna; pero no sobre el mérito y la gloria de los hombres heroicas que arrostrando los peligros y la muerte, se cubren de honor aun cuando sucumben, sin marchitar los laureles que les ha concedido la victoria. Soldados: el brillo de vuestras armas no se ha eclipsado aun, y aunque se ha desplomado la República, vosotros sois vencedores y está sin mancha el esplendor de vuestros triunfos. Vuestros compañeros no fueron vencidos; ellos murieron en los desgraciados campos de la Puerta y de Aragua, y allí os dejaron eternos monumentos que os dicen: es más fácil destruir que vencer a soldados de Venezuela; y vosotros que vivís, ¿no los vindicaréis? Sí, vengaremos la sangre americana, volveremos la libertad a la. República, y el infortunio que es la escuela de los héroes, os dará nuevas lecciones de gloria. La constancia, soldados, ha triunfado siempre: que la constancia sea vuestra guía, como lo ha sido hasta el presente la victoria. Yo vuelo a dividir con vosotros los peligros, las privaciones que padecéis por la libertad y la salvación de vuestros conciudadanos que todos están errantes, o gimen esclavos. Acordaos de vuestros padres, hijos, esposas: de vuestros templos, cunas y sepulcros: de vuestros hogares, del Cielo que os vio nacer, del aire que os dio el aliento; de la Patria en fin que os lo ha dado todo; y todo yace anonadado por vuestros tiranos. Acordaos que sois venezolanos, caraqueños, republicanos, y con tan sublimes títulos, ¿cómo podréis vivir sin ser libres?... No, no, Libertadores o muertos será nuestra divisa.
Ocaña, 27 de octubre de 1814. --4°
SIMÓN BOLÍVAR
Es copia,
Pedro Briceño Méndez,

Secretario.

Soldados del ejército vencedor en La Victoria

Soldados del ejército vencedor en La Victoria
Simón Bolívar,  libertador de Venezuela, general en jefe de sus ejércitos y miembro de la orden de libertadores.
Soldados del ejército vencedor en La Victoria:
Vosotros en quienes el amor a la patria, es superior a todos los sentimientos, habéis ganado ayer la palma del triunfo, elevando al último grado de gloria a esta patria privilegiada que ha podido inspirar el heroísmo en vuestras almas impertérritas. Vuestros nombres no irán nunca a perderse en el olvido. Contemplad la gloria que acabáis de adquirir, vosotros, cuya espada terrible ha inundado el campo de La Victoria con la sangre de esos feroces bandidos: sois el instrumento de la Providencia para vengar la virtud sobre la tierra, dar la libertad a vuestros hermanos, y anonadar con ignominia esas numerosas tropas, acaudilladas por el más perverso de los tiranos.
Caraqueños! el sanguinario Boves, intentó llevar hasta vuestras puertas, el crimen y la ruina: a esa inmortal ciudad, la primera que dio el ejemplo de la libertad en el hemisferio de Colombia. Insensato! Los tiranos no pueden acercarse a sus muros invencibles, sin expiar con su impura sangre la audacia de sus delirios.
El general Ribas, sobre quien la adversidad no puede nada, el héroe de Niquitao y los Horcones, será desde hoy titulado El Vencedor aje los Tiranos en La Victoria.
Los que no pueden recoger de sus compatriotas y del mundo la gratitud y la admiración que les deben, el bravo coronel Rivas Dávila, Rom y Picón, serán conservados en los anales de la gloria. Con su sangre compraron el triunfo más brillante: la posteridad recordará sus nobles cenizas. Son más dichosos en vivir en el corazón de sus conciudadanos, que vosotros en medio de ellos.
Volad, vencedores, sobre las huellas de los fugitivos: sobre esas bandas de tártaros, que embriagados de sangre, intentaban aniquilar la América culta, cubrir de polvo los monumentos de la virtud y del genio: pero en vano; porque vosotros habéis salvado la patria.
Cuartel General de Valencia, febrero 13 de 1814, 4° y 2°.

SIMÓN BOLÍVAR.

Simón Bolívar -28 de enero de 1814

Simón Bolívar, libertador de Venezuela, general en jefe de sus ejércitos, y miembro de la orden de los libertadores
28 de enero de 1814
En 7 de diciembre pasado expedí un indulto en favor de los incautos, que engañados por los Europeos, o guiados de sus propias desordenadas pasiones, tomaron las armas juntos, o separadamente contra el sistema de Independencia, y para su presentación prefijé un mes de término; mas ahora, no sólo extiendo el referido indulto y perdón general a los bandidos, y otros individuos Americanos, Españoles y Canarios que por cualquier pretexto hayan hecho armas contra la República, igualmente que a los desertores, sea cual fuere la fecha de deserción, con tal que todos se presenten con sus armas, o sin ellas a sus Jefes o Magistrados, sino también hago ilimitado el dicho perdón, para que en todos tiempos, puedan presentarse los que hayan sido y sean, o se crean delincuentes. Por tanto, mando a todos los Jefes Militares, Civiles y Políticos, que en ninguna manera pasen por las armas, ni Castiguen con dicha pena de muerte, ni menos arbitrariamente a ningún individuo de los que voluntariamente se presentaren, sea cual fuere su origen, estado y condición, apercibidos del cumplimiento de esta disposición, como igualmente lo serán de la librada anteriormente para pasar por las armas ¡irremediablemente a todos los individuos que sean aprehendidos con las armas en la mano, o en conspiración.
Dado en el Cuartel General de Puerto Cabello a 28 de enero de 1814. 4° de la Independencia y 2° de la Guerra a Muerte.
Firmado de mi mano y refrendado por el Secretario de Guerra y Marina.
SIMÓN BOLÍVAR.
Tomás Montilla,
Secretario de Guerra

Valencia, impreso por Víctor Chasseriau, Imprenta del Gobierno.

Manifiesto a las naciones del mundo. sobre la guerra a muerte 24 de febrero de 1814

Manifiesto a las naciones del mundo. sobre la guerra a muerte
24 de febrero de 1814
Al verterse la sangre de los españoles prisioneros en La Guaira, aquella parte del Mundo instruida de nuestros sucesos aplaudirá una medida, que imperiosamente exigían después de algún tiempo la justicia y el interés de casi una mitad del Universo. El cuadro de nuestra situación, dibujado al lado de la historia de los precedentes acontecimientos, dirá a los que no han sabido nuestros sufrimientos y la generosidad que los aumentó, la necesidad de la sentencia que contra su característica humanidad ha pronunciado al fin el Supremo Jefe de la República. No hablemos de los tres siglos de ilegitima usurpación, en que el Gobierno español derramó el oprobio y la calamidad sobre los numerosos pueblos de la pacifica América. En los muros sangrientos de Quito fue donde la España, la primera despedazó los derechos de la naturaleza y de las naciones. Desde aquel momento del año de 1810 en que corrió la sangre de los Quirogas, Salinas, etc., nos armaron con la espada de las represalias para vengar aquellas sobre todos los españoles. El lazo de las gentes estaba. cortado por ellos; y por este solo primer atentado, la culpa de los crímenes y las desgracias que han seguido, debe recaer sobre los primeros infractores.
Los anales de la generosidad conservarán la del gobierno de Caracas en la revolución del 19 de abril de aquel año. En vano un pueblo resentido pide la muerte de los autores de los males públicos: la firme resistencia de aquel los salva. Si expulsa a Emparan, gobernador nacido del seno de una revolución en otro continente: si a los miembros de la Audiencia, Anca, Basadre, García, magistrados españoles detestados por sus maldades, se llena de consideración para sus personas en estos procedimientos, gruesas cantidades de dinero se les suministran para su auxilio. Los nuevos directores de los destinos de un pueblo libre, parecen más bien ocuparse de la suerte de los tiranos, que de asegurar por una energía propia de las circunstancias, la naciente libertad. Indiferentes sobre la trama de los conspiradores, se contentan con dar a algunos un pasaporte, comprando sus propiedades a los que les servían de embarazo para ir a otras regiones a disfrutar de la impunidad. Aunque ligados con los más solemnes juramentos, para no volver contra nosotros sus armas, despreciando tanto la Religión, como la humanidad y el derecho de las gentes, son esos mismos que tomados en la actual guerra han sido castigados por la espada de las leyes que los condenan; y han expiado sus perjurios, traiciones y asesinatos.
Innumerables que fueron elevados a las primeras magistraturas: muchos que fueron los más distinguidos jefes de la República: Llamozas, Pascual Martínez, Martí, Groira, Budía Isidoro Quintero, han sido nuestros perseguidores más encarnizados. Quintero que no había recibido más que honores del pueblo y del gobierno: que obtuvo enviar al país enemigo de Coro cantidades en metálico para sus parientes, no siendo quizás más que un pretexto para auxiliar a aquel gobierno en la irrupción que luego subyugó a Venezuela.
En efecto, espantados nuestros soldados con los fenómenos de la naturaleza en el memorable terremoto de 26 de marzo de 1812: enajenados por la superstición, por la predicación de algunos artificiosos fanáticos, dejaron penetrar en el Occidente la expedición mandada por Monteverde. Envueltos por todas partes en ruinas, veíamos al mismo tiempo el inhumano sacrificio de nuestros más inocentes hermanos. Antoñanzas y Boves entrando a Calabozo y en San Juan de los Morros, asesinan por sus propias manos, casi sin excepción, a los habitantes del primero, apacentadores de ganados; y a los del segundo, cultivadores de la tierra, al anciano que agobiado de años y de males, ignora en su lecho de muerte las revoluciones de los gobiernos: al labrador que no habiendo tomado nunca las armas, no conoce otra autoridad que la del cura a quien venera. Sus troncos divididos de las cabezas, verterán una sangre inmortal para nuestra posteridad. Esta sabrá que el sanguinario Boves y Antoñanzas hacían morder a algunos las bocas de los fusiles para dispararlos en sus gargantas: que otros aún vivos servían para blanco de las punterías, para ensayar sus soldados en tirar lanzazos y sablazos. Dos años han pasado, y se ven aun en las empalizadas de San Juan de los Morros suspensos los esqueletos humanos. Un jefe incauto cree rindiéndose aplacar la saña de los invasores: por una capitulación se lisonjea asegurar la vida, el reposo, las propiedades de los venezolanos. .Apenas a su sombra el tirano logra avasallar unos pueblos donde no recibe sino testimonios de docilidad, cuando despedaza el inviolable y santo contrato que se había elevado entre él y nosotros como una barrera insuperable a su furor. Contrato que ha encadenado el ímpetu de los más bárbaros pueblos, sometiendo la ambición, la codicia y la venganza a promesas reciprocas y solemnes. Para no dejar dudas sobre el crimen, para darle, por decir así, más brillo, confirma sus ofertas por sus proclamas, que más pronto son violadas que publicadas.
Súbitamente se muda Venezuela. Los edificios que resistieron a las convulsiones del terremoto, apenas bastan en Caracas y en otras ciudades para recibir las personas que de todas partes se traen aprisionadas. Las casas se transforman en cárceles, los hombres en presos: el corto número que hay de canarios y españoles: los soldados del déspota, las mujeres y los recién nacidos, son los únicos que se eximen. Los demás o se esconden en las impenetrables selvas, o los sepultan en pestilentes mazmorras, donde un arte criminal no permite entrada ni a la luz, ni al aire: o los amontonan en aquellas mismas habitaciones, en que antes llenaban los deberes de la vida social, encontraban la alegría bajo los auspicios de la inocencia, y gozaban las comodidades adquiridas por sus sudores. Ahora afligidos con grillos, despojados de sus propiedades, acaban por la indigencia, la peste, la sufocación, el sacerdote y el soldado, el ciudadano y el rústico, el rico y el miserable, el septuagenario y el infante aun no llegado a la edad de la razón, Los que habían estado investidos por el pueblo de la majestad soberana, fueron uncidos a cepos en el más público de todos los lugares: los más respetables personajes, atados de pies y manos, puestos sobre bestias de albarda, que despedazaron a algunos contra los riscos, peregrinaban en este estado de unas a otras prisiones. Ancianos y moribundos amarrados duramente, apareados con veinte o treinta, pasaban un día entero sin comida, bebida, ni descanso en trepar por inaccesibles sendas.
La agricultura, la industria, y el movimiento del comercio no se percibían más., en un país muerto bajo la esclavitud. Las máquinas eran inutilizadas, los almacenes pillados; quedaban sólo vestigios de la antigua grandeza; en las ciudades casi desiertas, no se velan más que algunos brutos pastando: 'no se oía sino el llanto de las esposas, los insultos brutales del soldado, los lamentos desmayados de la mujer, del niño, del anciano, que expiran de la hambre.
La virtud, los talentos, la población, las riquezas, el mismo bello sexo, es condenado o padece. Los delitos, la delación, los asesinatos, la brutal venganza y la miseria se aumenta. El mismo jefe que premia a un embustero delator, desprecia o castiga al hombre firme, que se atreve a sostener el lenguaje de la verdad. Los que acaloran sus pasiones, los que adulan su vanidad, los que quieren bañarse en la sangre inocente, forman su consejo y son sus oráculos. Así el sistema de ferocidad crece gradualmente: de las perfidias, del robo y las violencias, se pasa a mayores excesos. Viendo que para su crueldad los hombres mueren lentamente en las prisiones, los llevan ya sobre los suplicios; y aun estos exigiendo demasiado aparato, y no haciendo correr tanta sangre como desean, se destruyen los pueblos enteros: se inventan torturas: se prolongan los últimos dolorosos instantes de los sacrificados, por medios desconocidos hasta ahora de los genios más implacables.
Aragua en el Oriente es el nuevo teatro de las atrocidades: Zuazola es el jefe de los verdugos: hombre detestable, si la especie de iniquidades puede hacerle contar entre nuestros semejantes. Todo cae bajo sus golpes y no han vuelto a encontrarse los que habitaban a Aragua. Jamás se ejecutó carnicería más espantosa. Los niños perecieron sobre el seno de las madres: un mismo puñal dividía sus cuellos: el feto en el vientre irritaba aún a los frenéticos: le destrozaban con más impaciencia que el tigre devora su presa. No sólo acometían a los vivientes: ce podía decir que conspiraban a que no naciesen más a ocupar el mundo.
El feto encerrado en el seno maternal era tan delincuente al juicio del español Zuazola y sus compañeros, como las mujeres, los ancianos y los demás habitantes de Aragua. La localidad de este pueblo en lo interior de los Llanos, muy distante de las capitales, no le hizo tomar parte alguna activa en las innovaciones políticas. Sin embargo, su población fue aniquilada horriblemente. Se recreaban los españoles en considerar los tormentos: los variaban: pero en todo dilataban por el arte más perverso los sufrimientos de la naturaleza. Desollaron a algunos arrojándolos luego a lagos venenosos o infectos: despalmaban las plantas de otros: y en este estado les forzaban a correr sobre un suelo pedregoso: a otros sacaban integras con el cutis las patillas dé la barba: a todos, antes o después de muertos, cortaban las orejas. Algunos catalanes de Cumaná las compraban a precio de dinero para adorno de sus casas: regalarse con su vista: acostumbrar sus esposas e hijos a la rabia de sus sentimientos.
La historia nos habla hablado de las proscripciones que la ambición de los tiranos, el temor o el odio habían dictado: el vil regocijo de otros, contemplando multitud de cadáveres de los que habían hecho morir sus órdenes; pero eran sus enemigos: creían estos los medios seguros de afirmar sus usurpaciones. Romper el vientre que lleva el germen de un nuevo ser: dar martirios inauditos a infantes, a vírgenes estaba sólo reservado a nuestros tiranos. La España únicamente ha desplegado este resorte, y nosotros los funestos ejemplos, que le han hecho conocer.
Las victorias de los héroes de Maturín hacen transportar el sitio de la escena a Espino, Calabozo y Barinas. Cada día eran conducidos a los cadalsos nuestros compatriotas más ilustres. Estos espectáculos nos hubieran presentado todos los días, si las huestes granadinas, vencedoras ya en los campos de Cúcuta y Carache, no hubieran volado a libertarnos.
Ni la constante superioridad de las armas libertadoras, ni el orgullo que inspiró la victoria, ni el recuerdo reciente de tantos ultrajes alteran en los jefes vencedores la generosidad de principios, que tanto nos separa de nuestros enemigos. La clemencia del conquistador accede a la capitulación propuesta por el Gobernador Fierro, cuando era un delirio solicitarla; y si antes nos asombraban las crueldades que cometieron contra el pueblo venezolano, ahora no se concebirá, como las volvieron contra la clase más comprometida de ellos mismos, abandonándola a nuestros resentimientos, y haciendo nula la capitulación que la protegía. Todos los prisioneros españoles quedaron a discreción. Monteverde por sí mismo no dudó expresarlo. Rehusó sancionar las capitulaciones concedidas a Budia y Mármol; y declaró a la faz del mundo, que no tuvieron autoridad para hacerlas. Debían pagar con sus cabezas, la magnanimidad los salvó. Aun más extremados nosotros en la generosidad que ellos en la traición, se propuso al jefe de Puerto Cabello hacerla extensiva a aquella plaza, intimándole en caso de no ceder a la razón y a la necesidad, que serian exterminados todos los individuos pertenecientes a la nación española.
Su denegación no fue bastante a hacernos cumplir las amenazas, y muchos de los que gozaban una plena libertad, correspondieron con pasar a los valles del Tuy y Tácata, al bajo Llano, y al Occidente, donde encendieron esas insurrecciones las más llenas de crímenes, cuyos tristes resultados se harán sentir por muchos años ascendiendo a más de diez mil el número de los que han privado de la existencia desde el mes de setiembre de 1813, en que arribó a nuestras costas la expedición de España.
¡Qué horrorosa devastación, qué carnicería universal, cuyas sedales sangrientas no lavarán los siglos! La execración que seguirá a Yañez y Boves será eterna como los males que han causado. Partidas de bandidos salen a ejecutar la ruina. El hierro mata a los que respiran; el fuego devora los edificios y lo que resiste al hierro. En los caminos se ven tendidos juntos los de ambos sexos: las ciudades exhalan la corrupción de los insepultos. Se observa en todos el progreso del dolor en sus ojos arrancados, en sus cuerpos lanceados, en los que han sido arrastrados a la cola de los caballos. Ningún auxilio de religión les han proporcionado aquellos, que convierten en cenizas los templos del Altísimo y los simulacros sagrados. En Mérida, en Barinas y Caracas apenas hay una ciudad o pueblo que no haya experimentado la desolación. Pero la capital de Barinas, Guanare, Bobare, Barquisimeto, Cojedes, Tinaquillo, Nirgua, Guayos, San Joaquín, Villa de Cura, valles de Barlovento, pueblos más desgraciados: algunos han sido consumidos por las llamas, otros no tienen ya habitantes. Barinas, donde Pus pasa a cuchillo quinientas personas, y hubieran sido setenta y cuatro más, si la pronta entrada de nuestras armas en aquella ciudad, no hubiera quitado el tiempo necesario a los verdugos para llenar su ministerio infernal; Guanare y Araure donde Liendo y Salas, bienhechores de los españoles, son los más maltratados al recibir sus golpes asesinos: Bobare donde trozaron las piernas y los brazos de los prisioneros hechos allí mismo y en Yaritagua y Barquisimeto.
A tantos motivos de indignación se añadió el descubrimiento de una conspiración de los prisioneros de La Guaira, después de nuestra derrota del 10 de noviembre de 1813 en Barquisimeto, conspiración justificada plenamente, aun con pruebas reales halladas en las armas que nos ocultaban, en las limaduras de los cerrojos de las prisiones, y de los grillos de los que los tenían. Un perdón concedido prescindiendo de la vindicta pública, se empleó como el noble medio de disuadirlos para siempre de sus intentos, confundía su delirante audacia, con la severidad descargada sobre diez de los principales corifeos.
Desde el primer asedio de Puerto Cabello los españoles exponen inevitablemente a nuestros fuegos a los prisioneros de los pontones, esas antiguas víctimas, del engaño cerca de dos años arrastrando las cadenas o feneciendo por la falta de alimento o por fatigas penosísimas. Nuestra venganza es promover un canje a favor de sus prisioneros, proposición seis o siete veces hecha por nosotros, y otras tantas repulsada, no obstante que las últimas significaban la resolución de terminar la vida de los prisioneros, si no aceptaban conforme a los usos de la guerra.
Aquella abominación se repitió en estos días: era preciso usar ya de las represalias; y por haber colocado de igual suerte a los prisioneros españoles, cuatro de los infelices que oprimían fueron al punto fusilados. Ellos mismos nos instruyeron de sus nombres, de Pellín, Osorio, Pulido, Pointet. Un suplicio ha puesto limites a sus largos sufrimientos y sus cenizas descansan ya de las agonías en que gimieron.
Se reiteraron las proposiciones de canje, fueron igualmente desechadas. Casi todos los parlamentarios, que sobre la fe ofrecida por ellos mismos fueron los conductores, el venerable Presbítero García de Ortigoza entre ellos, han sido detenidos, violentamente encarcelados, algunos azotados y destinados a los trabajos públicos. ¿Qué raza de Monstruos serán los españoles, cuya sed de sangre no exceptúa a sus mismos cómplices? No hay especie de atentado, no hay violación, no hay alevosía que no hayan cometido por todas partes para empeñarnos sin duda a tomar las represalias sobre sus compatriotas aprisionados. Más ha podido nuestra paciencia que sus provocaciones, hasta que la seguridad pública vacilante ha exigido sacrificarlos para afianzarla.
De acuerdo los prisioneros de Guaira con Boves, Yáñez, y Rosete, las combinaciones de la sedición habrían preponderado, si la Providencia no hubiera puesto en nuestras manos la luz que nos ha guiado en las tinieblas del crimen. Yáñez, por Barinas, Boves por la Villa de Cura, Rosete por Ocumare nos acometen. El complot de los prisioneros se revela entonces contra el Gobierno y uniéndose al convencimiento de él, los clamores más vehementes que nunca del pueblo, se dispuso su decapitación. Al mismo tiempo Rosete, llevando a efecto por su parte la liga celebrada, da horrible fin a los hijos de Ocumare. Unos son mutilados sin diferencia de sexo, ni edad: tres en el templo y sobre los altares: trescientos troncos de nuestros hermanos están esparcidos en las calles y cercanías del pequeño pueblo: en las ventanas y en las puertas clavan aquellas partes de sus cuerpos que el pudor prohíbe nombrar. Esta. noticia hace volar nuestras armas en defensa de la humanidad, cuando Rosete distante de Caracas solo el tránsito de siete horas, se aproximaba con la confianza, de que hubieran verificado su rompimiento los que ya habían sido ejecutados; pero el infame huyendo tan cobardemente como era cruel, nos abandona hasta sus papeles. Vemos ratificada en ellos la conspiración de los prisioneros españoles. Por sus planes, sorprendiendo las guardias que los vigilaban, y apoderándose del puerto, debían por allí cooperar a la disolución de nuestras fuerzas. La suerte del pueblo de Ocumare, iba a ser la de todos los pueblos de Venezuela. Algunos pocos a quienes hubieran conservado, quizá para su servicio, debían ser marcados en el rostro con una P para su perpetua afrenta.
Después que, la luz de la verdad nos hizo entrar en el secreto de sus maquinaciones, abrigarlos por más tiempo en nuestro seno, era abrigar las víboras, que nos soplaban su aliento emponzoñado: era asociarse a sus crímenes: era dejar subsistir sus tramas: era aventurar manifiestamente el destino de la República, cuya pérdida anterior la causó la sublevación de los prisioneros españoles en el castillo de Puerto Cabello, que dominándole el primero de julio de 1812, hicieron sucumbir en el instante el resto de Venezuela. La justicia y la humanidad debían triunfar de sus negros proyectos. Yáñez, fue descuartizado en Ospino en el ardor del combate: Boves fue vencido en La Victoria: las cuadrillas de Rosete disipadas en Ocumare, y los prisioneros castigados con la última pena. Las fuerzas que se distraían en la custodia de éstos, han podido con seguridad salir al campo a batir al enemigo.
Mucho tiempo habló en vano por ellos la generosidad: mucho tiempo. el Gobierno se hizo sordo a las voces del pueblo: se preparaba aun a deportarlos para hacerles gozar en otras regiones de libertad. Una serie continuada de atentados se habían disimulado. por nuestra parte: proposiciones de canjes se hicieron para salvarlos. Hemos tenido que arrepentirnos de tanta indulgencia: los que nos debían la vida han urdido contra la nuestra. Nuevos crímenes, nuevas perfidias han producido en los días de la libertad alrededor y en medio de nosotros, males más grandes que los anteriores.
Los prisioneros españoles han sido pasados por las armas, cuando su impunidad esforzaba el encono de sus compañeros; cuando sus conspiraciones en el centro mismo de los calabozos, apenas desbaratadas, cuando resucitadas, nos han impuesto la dura medida a que nos había autorizado, mucho tiempo ha, el derecho de las represalias. Para contener el torrente de las devastaciones, para estancar esa inundación de sangre humana, de que la autoridad suprema es responsable ante la divina, ha dado un ejemplo que escarmiente a los demás, apoyados hasta ahora en que la benignidad, que había sido el escudo de aquellos, defendería a ellos mismos.
¿Cuál ha sido el blanco de tantas traiciones, crueldades, conspiraciones, perfidias, trasgresiones repetidas de las leyes, de los pactos, del derecho de las naciones, y de esa devastación de Venezuela, que nunca la pluma podrá escribir? No aspiran a establecer un imperio: es su objeto arruinarlo todo. La tiranía misma para que pueda existir, está obligada a conservar. Las plantaciones, los ganados, las obras de arte, las preciosidades del lujo, la opulencia de las ciudades son el incentivo de los conquistadores. Los españoles no son ni estos conquistadores: son las bandas de tártaros que quieren borrar los rasgos de civilización, echar por tierra con su hacha salvaje los monumentos de las artes, sofocar la industria, las mismas materias de primera necesidad. Su deseo no es 'más que una perseverancia de crueldad, un instinto de maleficencia que les hace ejercer su barbaridad contra si mismos. ;Ved pues, venezolanos, las ventajas que os brindan esos jefes, que veíais aun antes de la revolución como a facinerosos. Vosotros incautos que seguís sus banderas! Reflexionad sobre el premio que vais a recibir: ser envueltos en un exterminio absoluto. Cuando el germen de las generaciones estuviera anonadado: cuando las ciudades fueran escombros, estuviera aniquilada la misma naturaleza; entonces dejando a Venezuela para guarida de los animales, satisfechas las miras de los españoles, irían a esas otras regiones de la rica América a consumar la destrucción del Nuevo Mundo. El origen de esta evidente empresa se desenvuelve en Venezuela, México y Buenos Aires para cubrir al fin los puntos intermedios. ¡Pueblos de la América! leed en los acontecimientos de esta guerra las intenciones españolas: meditad sobre el destino que se os prepara. Para no desaparecer, decidid que partido os queda. ¡Naciones de la tierra! que no queréis ciertamente que sea extinguida una mitad del mundo: conoced a nuestros enemigos: vais a inferir la inevitable alternativa de que ellos o nosotros han de ser inmolados. Seréis justas: un corto número de advenedizos no debe prevalecer sobre millones, y millones de hombres civilizados. Vosotros aplaudis ya nuestra última indispensable sentencia, y el sufragio del universo es lo que más la justifica.
Cuartel General de San Mateo, Febrero 24 de 1814, 4° y 2°.

Antonio Muñoz Tébar.

Ciudadanos de Cundinamarca! 17 de diciembre de 1814

Ciudadanos de Cundinamarca!
17 de diciembre de 1814
Simón Bolívar, general en jefe del ejército de la unión
Ciudadanos de Cundinamarca!
La guerra os ha traído la paz, de que carecíais desde que la discordia civil desgarra vuestro seno, por brazos que debían enlazarse, para estrechar vuestra unión fraternal, y elevar el naciente edificio de vuestra libertad. Sí, la guerra os ha reunido, y os ha vuelto a formar la gran familia, que descarriada, dispersa y encontrada, presentaba al mundo un cuadro espantoso de escándalo y fratricidio.
Granadinos: aunque la guerra es el compendio de todos los males, la tiranía es el compendio de todas las guerras. Así los sacrificios que acabamos de consagrar a la obtención de la paz, son muy inferiores a los que debemos a la adquisición de la libertad, que es la única paz sólida y estable para corazones republicanos, que no ven en el reposo de la esclavitud sino un verdadero estado de muerte. Vosotros parecíais tranquilos y estabais agitados por los furores de la discordia: no sentíais el ruido de las armas, pero sufríais los tormentos de una cruel división, que os privaba de la gloria de hacer esfuerzos simultáneos y acordes, que os habrían puesto en posesión del triunfo de vuestros tiranos, si no hubiesen sido impotentes, porque eran parciales. Armas que debían emplearse contra el común enemigo; gobiernos que debían dirigirse a un objeto sólo: hombres que cooperaban por caminos opuestos; todo presentaba el aspecto de un cuerpo cuyos miembros desprendidos de la cabeza y despedazándose entre si, se chocaban por reunirse.
Cuando no nos quedaba otro partido de salud, combatimos, mas siempre ofreciendo la paz; exponiendo nuestros pechos, mas bien que disparando nuestras armas, ;contienda singular en que el invasor sufría las heridas que la resistencia de su-contrario le forzaba a abrir! Nuestro objeto era desarmarlo y no rendirlo; el prisionero era nuestro amigo, los hogares de nuestros enemigos eran asilos inviolables; y el soldado veía con respeto y ternura como a su padre, esposa o hijo, al anciano, a la virgen y al infante.
Reducidos los sitiados a la última extremidad, y obtinados en perecer por el prestigio de un error involuntario, entonces les presenté la paz, la unión; les ofrecí el honor, la vida y la fortuna; les abro mis brazos, y mis soldados, derramando lágrimas cordiales por la sangre vertida de las heridas de sus armas, son sus defensores. Se lamentan de una victoria que les ha hecho triunfar de los hermanos de sus libertadores. Reciben con horror aplausos dignos de su valor, bien que fatales a los hijos de la América: en fin, ellos deploran la suerte que les ha hecho vencer a sus amigos. Pero su pesar se alivia al ver parecer la oliva de paz, que ofrece la concordia entre los ciudadanos, la abundancia en los campos, el orden en las ciudades, y el imperio de las leyes en toda la república.
Compañeros y amigos: que una espesa tiniebla encierre para siempre los monumentos de una guerra que será nuestro oprobio en las generaciones futuras, si la fama trasmite a nuestros descendientes, que los que nacieron en el hemisferio de Colombia han vuelto sus arenas contra si mismos, y han dado la muerte a hombres que consagrando su vida a la libertad, han sido los destructores de los tiranos de la Nueva Granada y Venezuela. Olvidemos que un momento hemos podido ser enemigos: olvidemos que nuestras manos están teñidas de nuestra propia sangre: olvidemos. que nuestro furor nos ha hecho clavar el puñal en el corazón dé la Patria.
Cuartel General Libertador en Santa Fe, diciembre 17 de 1814.

SIMÓN BOLÍVAR

sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío

 /sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío: Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos...