Discursos y proclamas
A los pueblos de Venezuela!
24 de octubre de 1818
Simón Bolívar, jefe supremo de la república de
Venezuela, capitán general de sus ejércitos y de los de la Nueva Granada
A los pueblos de Venezuela!
Venezolanos!
El Congreso de Venezuela debe fijar la suerte
de la República
combatida y errante tantos años. Nuestras heridas van a curarse al abrigo de
una representación legítima.
No es por una vana ostentación, ni por hacer
mi apología que os hablo de mí: yo os he servido, y os debo cuenta de mi
conducta.
Cuando las convulsiones de la naturaleza
sepultaron al pueblo de Venezuela en el más profundo abatimiento. el general
Monteverde hizo entrar en la nada nuestra naciente República. Yo que más temía
la tiranía que la muerte, abandoné las playas de Venezuela, y fui a buscar la
guerra que se hacia a los tiranos en la Nueva Granada , como
el único alivio a los dolores de mi corazón. El Cielo oyó mis votos y gemidos,
y el Gobierno de Cartagena puso a mis órdenes cuatrocientos soldados que en
pocos días libertaron el Magdalena y la mayor parte de la provincia de Santa
Marta. En seguida marché a Cúcuta, y allí la victoria se decidió por nuestras
armas. Venezuela me vio parecer en su territorio coronado con los favores de la
fortuna.
El Congreso de la Nueva Granada me
concedió el permiso de rescatar a mi patria. Muy pronto tuve la dicha de
restablecer las autoridades constituidas, en la primera época de la República , en las
provincias de Mérída, Trujillo y Barinas. La capital. de Caracas recibió en `su
seno a los bravos granadinos; pero Puerto Cabello cubierto por sus muros, llamó
luego mi atención por su resistencia y apenas me lió tiempo para tomar medidas
que salvasen del desorden el dilatado país que habíamos arrancado a los tiranos
de España.
La expedición de Salomón hizo concebir a los
realistas nuevas esperanzas, y aunque batido en Bárbula y las Trincheras,
infundió tal aliento a nuestros enemigos, que casi simultáneamente se
sublevaron los Llanos y el Occidente de Venezuela. Las batallas de Mosquitero y
de Araure nos volvieron el Occidente y los Llanos. Entonces volé desde el campo
de batalla a la capital, hice renuncia del poder supremo, y di cuenta al pueblo
el 2 de enero de 1814, de los sucesos de la campaña y de mi administración
militar y civil. El pueblo en masa sólo respondió con una voz unánime de
aprobación, confiriéndome nuevamente el poder dictatorial que ya ejercía.
Nuevos reveses me llamaron a la campaña; y después de la lucha más sangrienta,
volví del campo de Carabobo a convocar los representantes del pueblo que
constituyesen el Gobierno de la
República.
El desastre de la Puerta sepultó en el caos
nuestra afligida patria, y nada pudo entonces parar los rayos que la cólera del
Cielo fulminaba contra ella.
Yo marché a la Nueva Granada : dí
cuenta al Congreso granadino del éxito de mi comisión: premió mis servicios,
aunque infructuosos, confiándome un nuevo ejército de granadinos y venezolanos.
Cartagena fué el sepulcro de este ejército que debía dar la vida a Venezuela.
Yo lo abandoné todo por la salud de la patria: voluntariamente adopté un
destierro que pudo ser saludable a la Nueva Granada , como también a Venezuela. La Providencia ya había
decretado la ruina de estas desgraciadas regiones, y les mandó a Morillo con un
ejército exterminador.
Yo busqué asilo en una isla extranjera y fui a
Jamaica solo, sin recursos y casi sin esperanzas. Perdida Venezuela y la Nueva Granada ,
todavía me atreví a pensar en expulsar a sus tiranos. La isla de Haití me
recibió con hospitalidad: el magnánimo presidente Petión me prestó su protección; y bajo sus auspicios formé una
expedición de trescientos hombres, comparables en valor, patriotismo y virtud,
a los compañeros de Leonidas. Casi todos han muerto ya; pero el ejército
exterminador también ha muerto. Trescientos patriotas vinieron a destruir diez
mil tiranos, y lo han conseguido.
Al llegar a Margarita una asamblea general me
nombró Jefe Supremo de la nación: mi ánimo fué convocar allí el Congreso; pocos
meses después lo convoqué en efecto: los sucesos de la guerra no permitieron,
sin embargo, este anhelado acto de la voluntad nacional.
Libre Guayana, y libre la mayor parte de
Venezuela, nada nos impide ahora devolver al pueblo sus derechos soberanos.
Venezolanos! Nuestras armas han destruido los
obstáculos que oponía la tiranía a nuestra, emancipación. Y yo, a nombre del
ejército libertador, os pongo en posesión del goce de vuestros imprescriptibles
derechos. Nuestros soldados han combatido por salvar a sus hermanos, esposas,
padres e hijos; mas no han combatido por sujetarlos. El ejército de Venezuela
sólo os impone la condición de que conservéis intacto el depósito sagrado de la
libertad; yo os impongo otra no menos justa y necesaria al cumplimiento de esta
preciosa condición: elegid por magistrados a los más virtuosos de vuestros
conciudadanos y olvidad, si podéis, en vuestras elecciones, a los que os han
libertado. Por mi parte yo renuncio para siempre la autoridad que me habéis
conferido, y no admitiré jamás ninguna que no sea la simple militar, mientras
dure la infausta guerra de Venezuela. El primer día de paz, será el último de
mi mando.
Venezolanos! No echéis la vista sobre los
sucesos pasados, sino para horrorizares de los escollos que os han destrozado:
apartad vuestros ojos de los monumentos dolorosos que os recuerdan vuestras
crueles pérdidas: pensad sólo en lo que vais a hacer; y penetraos bien de que
sois todos venezolanos, hijos de una misma Patria, miembros de una misma
sociedad, y ciudadanos de una misma República. El clamor de Venezuela es
libertad y paz: nuestras armas conquistarán la paz. y vuestra sabiduría nos
dará la libertad.
Cuartel General de Angostura, a 22 de octubre
de 1818. - 8°
SIMÓN BOLÍVAR.
Correo del Orinoco, número 14, 24 de octubre
de 1818.
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