Cuartel general de Puerto Cabello



Desde el momento mismo que en el Cuartel general de Trujillo autoricé con mi firma la proclama de quince de junio último, quedó sancionado todo su contenido como ley fundamental de la República de Venezuela, o reconquista del poder tirano que usurpaba su libertad.
Por ella manifesté entre otras cosas por una parte, que yo y el ejército de mis hermanos que tenían la gloria de mandar, éramos enviados a destruir los españoles, proteger los americanos, y restablecer los Gobiernos que formaban la confederación de Venezuela, rompiendo para ello las cadenas de la servidumbre, que agobiaban sus pueblos. Y por otra, dirigiéndome a los americanos que el error o la seducción había-extraviado de la senda de la justicia, les hice entender que yo y sus demás hermanos les perdonaban sinceramente, y lamentaban sus descarríos, en la íntima persuasión de que no podían ser culpables, y que sólo la ceguedad, e ignorancia en que los habían tenido hasta entonces los autores de sus culpas, pudieron inducirles a ellas. Que no temiesen la espada que venía a vengarlos, y a cortar los lazos ignominiosos con que los ligaban a su suerte los verdugos. Que tendrían una inmunidad absoluta en su honor, vida, y propiedades. Que el solo titulo de americano era su garantía y salvaguardia. Y en fin que esta amnistía se extendía hasta los mismos traidores, que más recientemente hubiesen cometido actos de felonía; y que sería tan religiosamente cumplida, que ninguna razón, causa o pretexto bastaría para quebrantar esta oferta, por grandes y extraordinarios que fuesen los motivos que se diesen para excitar la adversión.
Todo ha sido cumplido tan exactamente como lo exigía mi palabra, y el honor del ejército comprometido, y el carácter de ley fundamental promulgada, impresa y circulada; de manera que no habrá un americano siquiera, que con verdad se queje de su infracción, a pesar de los repetidos clamores que contra muchos se han hecho, por sus torpes y enormes crímenes contra sus hermanos, su patria y posteridad. Reposaba tranquilo, y lleno de la mayor confianza en la gloriosa lucha contra los últimos restos de nuestros comunes enemigos, cuando en el campo de batalla que forma el sitio a que se ven reducidos en una pequeña parte de la población de Puerto Cabello he sido informado que algunos de aquellos mismos americanos que con tanta generosidad ha tratado el ejército libertador, olvidando sus crímenes, se esfuerzan en subvertir el orden, formando conventiculos, y protegiendo conmociones populares al favor que les dispensa la buena fe y sinceridad con que creyéndoles capaces de gratitud y reconocimiento, se dejaron las cosas en el mismo estado que estaban.
Semejante conducta ha herido dolorosamente mi corazón, y lo que es más la gloria de Venezuela, por la que no he dudado y el ejército de la Unión hacer los. últimos sacrificios. Notorio es esto; pero más notorio será el horror y oprobio que cubrirá a estos infames y viles desnaturalizados hijos que posponen el bien y felicidad general, a la baja adulación de sus primeros opresores.
Teman pues el castigo y escarmiento que sufrirán con la última severidad. Hasta aquí he cumplido yo, y mi victorioso ejército, la ley que voluntariamente nos impusimos en obsequio de ellos; por consiguiente toda ciudad, villa, o lugar en que se hayan tremolado nuestras banderas, y esté bajo la dominación del ejército libertador, serán tratados sus habitantes como dignos ciudadanos de estos estados, si cumpliesen como son obligados con el sagrado deber que les impuso naturaleza, y prescribe el interés de una sociedad civil; pero han de estar perfectamente convencidos, que todo el que faltase a estos incuestionables principios, y directa o indirectamente contribuyese a turbar el orden, paz y tranquilidad pública, será castigado con la pena ordinaria de muerte, sin que le favorezca el sagrado de la Ley cumplida ya en todas sus partes; pero con la diferencia que para aquellos que antes han sido traidores a su patria y a sus conciudadanos, y reincidiesen en ello, bastarán sospechas vehementes para ser ejecutados. Lo tendrán así entendido todas las justicias civiles y militares; a cuyo fin mando que la presente se publique, imprima y circule para que llegue a noticia de todos.
Dada en el cuartel general de Puerto Cabello y refrendada del infrascrito secretario de Estado, y del despacho de gracia y justicia, a 6 de setiembre de 1813, 3º. de la Independencia, y 1º.  de la Guerra a Muerte.
SIMÓN BOLÍVAR.
Rafael D. Mérida.

Mantecal, 26 de mayo de 1819.


Mantecal, 26 de mayo de 1819.
A la ciudadana Juana Bolivar.
Querida Juanica:
Recibí tu carta, aunque muy atrasada: me alegro infinito te halles sin novedad, y te diviertas en todas las ocasiones que se presenten.
Al señor Zea le digo que te dé lo que necesites, y así puedes recurrir a él. Nosotros marchamos ahora mismo para Barinas, y creo tendrá muy buen resultado nuestra marcha. Nada puedo decir más, pues estoy montando a caballo, sino que cuentes con el hermano que más te quiere y desea verte tranquila. A Benigna mil cosas, que me alegro siga buena.
BOLIVAR

Cartas Angostura, 28 de diciembre de 1817.



Cartas

Angostura, 28 de diciembre de 1817.
Al ciudadano teniente coronel José María Zamora.
El valor y distinguida conducta de Vd. en la desgraciada jornada de la Hogaza, me han colmado de satisfacción, al ver confirmado con este nuevo ejemplo de intrepidez el concepto que había Vd. merecido del gobierno, por su patriotismo e infatigable constancia. Antes de ahora he dado a Vd. un testimonio del aprecio y consideración a que se ha hecho acreedor, librándole el despacho de miembro de la orden de los Libertadores, recompensa muy digna de los servicios y virtudes de Vd. Supongo que reunida la brigada del señor general Zaraza estará pronta para ejecutar la orden que, en esta misma fecha, le libro para reunirnos en el puerto de Cabruta. Yo marcho mañana con más de cuatro mil hombres y espero que a mi llegada estará allí esa brigada con todos los caballos y transportes que antes he pedido al señor general Zaraza. Vd., por su parte, cooperará a que se ejecuten las órdenes, que con esta fecha libro, exacta y estrictamente.
Dios guarde a Vd. muchos años.
Simón Bolívar 

SIMÓN BOLÍVAR: ENSAYO DE UNA INTERPRETACIÓN BIOGRÁFICA A TRAVÉS DE SUS DOCUMENTOS Tomás Polanco Alcántara



SIMÓN BOLÍVAR: ENSAYO DE UNA
INTERPRETACIÓN BIOGRÁFICA A
TRAVÉS DE SUS DOCUMENTOS
Tomás Polanco Alcántara

¿Qué pasó en esa estada de Bolívar en México? Se conoce muy bien que el Virrey lo
era en México, en ese tiempo, Don Miguel José de Azanza (9).
No existe información documental acerca de lo sucedido durante la visita. Habría
solamente que presumir que el joven ha debido de ser atendido, en forma decente, por
el señor Oidor Aguirre (10)y es poco probable que un extranjero, de apenas 16 años,
haya causado especial sensación en una Corte Virreinal como lo era la de México.
El Oidor Aguirre tenía en ese tiempo 47 años. Era nativo de Calahorra y pertenecía a
familia de tradicional servicio a la Real Casa Española. Miembros de esa familia fueron
altos funcionarios y personajes con nobleza conocida. Uno de los tíos del Oidor recibió el
título de Conde de Tepa(11), otro fue el ya mencionado Obispo de Caracas.
El Oidor Aguirre estaba graduado de Doctor en Teología por la Universidad de Alcalá.
Fue nombrado, en 1783, Oidor de la Audiencia de Guadalajara y en 1792 pasado a la
Audiencia de México. Aguirre debió tener las relaciones sociales posibles a un Oidor.
Murió en México en 1810. Ejercía entonces el cargo de Regente de la Audiencia
después de haber pasado por serias peripecias políticas causadas por su lealtad no
vacilante a la Corona y que, desde luego, contrataba con el movimiento de
independencia(12).
El joven, según la carta a su tío, iba recomendado a don Pedro Miguel de Echezurría por
Don Juan Esteban de Echezurría, quien era "compañero de este señor" y "siendo el
conducto el Obispo". Dicho señor, Pedro Miguel de Echezurría, cubrió los gastos del
viaje a México, que fueron de "cuatrocientos pesos más o menos". Bolívar pide a su tío
que los pague directamente al señor Echezurría de México o por medio del señor
Echezurría de Caracas(13). Este último caballero era persona de importancia en la
ciudad de Caracas, tanto que el 1 de enero de 1809 fue elegido Alcalde de segundo voto
(14).
La misma carta nos lleva a conocer otros aspectos de interés. Uno es el de los
sentimientos de afecto y amistad que entonces tenía el viajero. Envía "expresiones" a
sus hermanos y especialmente a Juan Vicente "que ya lo estoy esperando". El vocablo
"expresiones" está usado correctamente en el sentido castellano de "saludo" que es lo
que significa cuando la palabra "expresión" se maneja en plural. La referencia a Juan
Vicente indica que, al menos para esa fecha, el proyecto de viaje también lo abarcaba.
Tales "expresiones" o saludos eran extensivos a "todos a quien yo estimo" y en especial
a su amigo Manuel Matos.
¿Quién era Manuel Matos? Sabemos que el 8 de diciembre de 1808 un joven llamado
Manuel Matos obtuvo el premio otorgado por el señor Rector de la Universidad a los
alumnos de la clase de "mínimos" por el mejor trabajo sobre el uso del pronombre y de
sus atributos, evidente señal de su aplicación al trabajo intelectual (15). Ese joven, por
razón de edad, no pudo ser el mismo Manuel Matos que en 1808 figuró entre quienes
llevaron a cabo actividades subversivas contra el Gobernador y Capitán General (16).
Años más tarde, en medio de la ferocidad de la guerra, Manuel Matos aparece como
Coronel patriota, el 6 de abril de 1818, en carta al Prócer Gral. Manuel Cedeño, en plena
"campaña del centro" y en activa colaboración con su amigo Simón Bolívar (17).
Otras circunstancias de la carta permiten precisar algunos detalles adicionales.
Como "era preciso pasar" por La Habana, el viaje tenía que continuar apenas llegasen
noticias del cese del bloqueo de ese puerto. Al conocerse que así había sucedido, el
regreso de Bolívar desde México a Veracruz debió de haber sido precipitado o al menos
muy rápido: "Hoy a las once de la mañana llegué de México y nos vamos a la tarde para
España".
La rapidez de la partida hizo pensar a Bolívar en la necesidad de advertir a su tío que no
había tenido posibilidad de ser más explícito: "ha sido el tiempo muy corto para hacerme más largo" y que tal circunstancia lo obligó a cierto desorden. Además menciona: "estoy fatigado del movimiento del coche en que acabo de llegar...", "se me ocurren todas especies de un golpe" y por tales razones "usted no extrañe la mala letra" pues, "por ser muy a la ligera", "la he puesto muy mala".
"El rumbo a España partía de Cuba, a través del canal de Bahama, nordesteando entre
los cabos de Virginia y las Bermudas hasta cerca del paralelo 38, para recobrar los
fuertes vientos septentrionales y luego continuaba en dirección Este hacia las Azores"
(18).
Fuente: SIMÓN BOLÍVAR: ENSAYO DE UNA
INTERPRETACIÓN BIOGRÁFICA A
TRAVÉS DE SUS DOCUMENTOS
Tomás Polanco Alcántara

Discurso sobre el gobierno de Monteverde A los Americanos.



Discurso sobre el gobierno de Monteverde
A los Americanos.
Estos documentos os presentan ¡oh americanos! el tratado solemne que tan repetidas veces protestó Monteverde cumplir con religiosa exactitud: tratado que jamás solicitaron los defensores de la patria, pues en número de siete mil hombres, suspiraban sólo por atacar al enemigo, desde el cuartel de La Victoria; en cuya plaza acababan de derrotarle, después de tres triunfos anteriores en Guaica; y que tuvieron sin embargo, que rendir desesperadamente sus armas, sacrificándose a la disposición de su general Miranda; quien .obrando por una vergonzosa cobardía, más bien que por la escasez que padecía la ciudad de Caracas, estando interceptadas las provisiones que debía extraer de lo interior de la provincia, propuso la capitulación.
Al verla concluida en los términos que ella contiene ¿quién no hubiera esperado la paz, el bien de aquellos habitantes; en fin, el olvido de todo lo pasado, tantas veces prometido? Pero ¡oh perfidia! apenas se ve Monteverde posesionado de las plazas de Caracas y La Guaira, cuando varia absolutamente la escena. Comienza la violencia del nuevo Gobierno: multitud de ciudadanos respetables son conducidos vilipendiosamente ante el tirano: se les pone en cepos, se les traslada luego encadenados a las estrechas bóvedas de La Guaira y de Puerto Cabello; se renuevan los horrores que en este propio país ejecutaron sus feroces y ávidos conquistadores. Se dan órdenes para traer de toda la provincia cuantas personas ricas o de alguna distinción se encontrasen, no sólo de la clase de blancos, sino aún de la de pardos: se les persigue con numerosas patrullas, y se les aprehende con el más enconado furor. Cerca de cuatrocientos presos gimen en las bóvedas y pontones: doblados grillos oprimen a los más de ellos: ni la tierna infancia, ni la vejez de algunos, ni la constitución naturalmente débil de otros, ni las enfermedades que han contraído todos en aquellos angustiados e infectos calabozos, han podido alcanzar ningún alivio. En La Guaira han perecido ya el doctor Lorenzo Méndez, el cirujano José María Gallegos, el capitán de ingenieros José Benis; y posteriormente se ha sabido que también han muerto el .profesor de medicina doctor José Luis Cabrera, el doctor Juan Germán Roscio, Guillermo Pergrón; y quedan para expirar el canónigo Madariaga y otros muchos. En Puerto Cabello ha fallecido el canónigo doctor Mendoza, y se hallan en la misma extremidad el doctor Francisco Espejo y el marqués de Bocónó, que ha sido conducido gravemente enfermo en una hamaca, desde Barinas. Los bienes de todas estas víctimas, y aún los de otros ciudadanos que no están presos, ni fueron comprendidos en el territorio ocupado antes de la capitulación, han sido confiscados; y se van distribuyendo entre los auxiliares de Monteverde. La consternación es general y las gentes desoladas, errando por los campos, en la miseria, apenas pueden sobrellevar una cansada vida.
He aquí ioh americanos!. los hechos más auténticos, más evidentes de nuestra buena fe, en dar ascenso a las promesas falaces de nuestros contrarios; y al mismo tiempo la prueba más irrefragable de la monstruosa conducta que usan con nosotros.
Ved cual es el carácter de vuestros enemigos. Lo que podéis esperar de su amistad, cuando a la faz del mundo y bajo la fe de los tratados, violan abiertamente no sólo las estipulaciones que ellos mismos hacen, sino el sagrado derecho de gentes.
Sus depredaciones en la patriótica y desdichada ciudad de Caracas, os patentizan el descarado vilipendio con que tratan a los hijos de Colombia; y el escarnio que recae sobre nosotros al sucumbir bajo sus manos sanguinarias. El menosprecio, el tormento y la muerte son los dones que nos presentan, al someternos a su dominio. Miran a sus hermanos como viles esclavos; y como víctimas a sus vencidos. ¿Qué esperanzas nos restan de salud?, La guerra, la guerra sola puede salvarnos por la senda del honor.
No haya otro objeto que el exterminio de los tiranos, que sedientos de sangre y de oro, invaden nuestras pacificas y felices regiones, talándolas, incendiándolas, pillando al paisano indefenso, asesinando al defensor de la patria, y usurpando todos los derechos de la naturaleza y de los hombres. Estos caníbales que vienen huyendo del yugo de sus conquistadores, pretenden ponernos las mismas cadenas que ellos arrastran en su país, con el temor de unos tránsfugas, la rabia de unos perros, y la avaricia desenfrenada de su abominable nación. Vencidos, escarnecidos en Europa, por sus vecinos, vienen a saciar su venganza contra los inocentes habitantes de este hemisferio, que no tienen otro delito que el de conducirse por los principios de la humanidad, siguiendo la vía de la justicia, en la recuperación de su libertad e independencia.
Pues no, americanos, no seamos más tiempo el ludibrio de esos miserables, que sólo son superiores a nosotros en maldad, en tanto que no nos exceden en valor; pues nuestra indulgencia es sola la que hace toda su fuerza. Si ellos nos parecen grandes, es porque estamos prosternados.
Cerremos para siempre la puerta a la conciliación y a la armonía: que ya no se oiga otra voz, que la de la indignación. Venguemos tres siglos de ignominia, que nuestra criminal bondad ha prolongado; y sobre todo, venguemos condignamente los asesinatos, robos y violencias que los vándalos de España están cometiendo en la desastrada e ilustre Caracas.
¿Pero podrá existir un americano, que merezca este glorioso nombre, que no prorrumpa en un grito de muerte contra todo español, al contemplar el sacrificio de tantas víctimas inmoladas en toda la extensión de Venezuela? no, no, no.
Cartagena, 2 de noviembre de 1812. Segundo de la independencia.
SIMÓN BOLÍVAR.

Fanny Du Villars (París, 1804).



Fanny Du Villars
(París, 1804).
Querida señora y amiga:
Si queréis imponeros de mi suerte, lo que me parece justo, es preciso escribirme. De este modo me veré forzado a responderos, cuyo trabajo me será agradable. Yo digo trabajo, porque todo lo que me obliga a pensar en mí aunque sea diez minutos, me fatiga la cabeza, obligándome a dejar la pluma o la conversación para tomar el aire en la ventana. ¿Me obligareis a deciros lo suficiente para satisfaceros respecto al pobre chico Bolívar de Bilbao, tan modesto, tan estudioso, tan económico, manifestándoos la diferencia que existe con el Bolívar de la calle de Vivienne, murmurador, perezoso y pródigo? ¡Ah Teresa mujer imprudente, a la que no obstante no puedo negar nada, porque ella ha llorado conmigo en los días de duelo! ¿Porqué queréis imponeros de este secreto?... Cuando os impongáis del enigma, ya no creeréis en la virtud.
Oh! y cuán espantoso es no creer en la virtud... ¿Quién me ha metamorfoseado?. .. ¡Ay! Una sola palabra, palabra mágica que el sabio Rodríguez no debía haber pronunciado jamás.
Escuchad, pues pretendéis saberlo:
Recordareis lo triste que me hallaba cuando os abandoné para reunirme con el señor Rodríguez en Viena. Yo esperaba mucho de la sociedad de mi amigo, del compañero de mi infancia, del confidente de todos mis goces y penas, del Mentor, cuyos consejos y consuelos han tenido siempre para mí tanto imperio. ¡Ay! en estas circunstancias, fue estéril su amistad. El señor Rodríguez sólo amaba las ciencias. Mis lágrimas lo afectaron, porque él me quería sinceramente, pero él no las comprende. Yo lo hallo ocupado en un gabinete de física y química que tenía un señor alemán, y en el cual debían demostrarse públicamente estas ciencias por el señor Rodríguez. Apenas le veo yo una hora al día. Cuando me reúno a él, me dice de prisa: mi amigo, diviértete, reúnete con los jóvenes de tu edad, vete al espectáculo, en fin; es preciso distraerte y este es el solo medio que hay para que te cures. Yo comprendo entonces que le falta alguna cosa a este hombre, el más sabio, el más virtuoso, y sin que haya duda el más extraordinario que se puede encontrar. Yo caigo bien pronto en un estado de consunción y los médicos declararon que iba a morir. Era lo que yo deseaba. Una noche que estaba muy malo, me despierta Rodríguez con mi médico: los dos hablaban en alemán. Yo no comprendía una palabra de lo que ellos decían; pero en su acento, en su fisonomía, conocía que su conversación era muy animada. El médico después de haberme examinado bien se marchó. Tenía todo mi conocimiento y aunque muy débil podía sostener todavía una conversación. Rodríguez vino a sentarse cerca de mí: me habló con esta bondad afectuosa que me ha manifestado siempre en las circunstancias más graves de mi vida, me reconviene con dulzura y me hace conocer que es una locura el abandonarme y quererme morir en la mitad del camino. Me hizo comprender que existía en la vida de un hombre otra cosa que el amor, y que podía ser muy feliz dedicándome a la ciencia o entregándome a la ambición: sabéis con qué encanto persuasivo habla este hombre: aunque.diga los sofismas más absurdos cree uno que tiene razón. Me persuade, como lo hace siempre que quiere. Viéndome entonces un poco mejor, me deja, pero al día siguiente me repite iguales exhortaciones. La noche siguiente, exaltándose la imaginación con todo lo que yo podría hacer, sea por las ciencias, sea por la libertad de los pueblos le dije: sí, sin duda, yo siento que podría lanzarme en las brillantes carreras que me presentáis pero era preciso que fuese rico... sin medios de ejecución no se alcanza nada; y lejos de ser rico soy pobre y estoy enfermo y abatido. ¡Ah! Rodríguez, prefiero morir... Le di la mano para suplicarle que me dejara morir tranquilo. Se vio en la fisonomía de Rodríguez una revolución súbita: queda un instante incierto, como un hombre que vacila acerca del partido que debe tomar. En este instante levanta los ojos y las manos hacia el cielo, exclamando con una voz inspirada: ¡está salvo! Se acerca a mí, toma mis manos, las aprieta con las suyas que tiemblan y están bañadas en sudor y enseguida me dice con un acento sumamente afectuoso: ¿Mi amigo, si tú fueras rico, consentirías en vivir? ¡Di!... ¡Respóndeme!... Quedé irresoluto, no sabía lo que esto significaba. Respondo: Sí. ¡Ah! exclama él, nosotros estamos salvos... ¿el oro sirve pues para alguna cosa? Pues bien, ¡Simón Bolívar, sois rico! ¡Tenéis actualmente cuatro millones!!... No os pintaré querida Teresa la impresión que me hicieron estas palabras ¡tenéis actualmente cuatro millones! Tan extensa y difusa como es nuestra lengua española, es, como todas las otras impotente para explicar semejantes emociones. Los hombres las prueban pocas veces: sus palabras corresponden a las sensaciones ordinarias de este mundo; las que yo sentía eran sobrehumanas; estoy admirado de que mi organización las haya podido resistir.
Me detengo: la memoria que yo acabo de evocar me abruma. ¡Oh cuán lejos están las riquezas de dar los goces que ellas hacen esperar! ... Estoy bañado en sudor y más fatigado que nunca después de mis largas marchas con Rodríguez. Me voy a bañar. Os veré después de comer para ir al teatro francés. Os pongo esta condición que no me preguntareis nada relativo a esta carta, comprometiéndome a continuarla después del espectáculo.
Rodríguez no me había engañado: yo tenía realmente cuatro millones. Este hombre caprichoso, sin orden en sus propios negocios, que se endrogaba con todo el mundo, sin pagar a nadie, hallándose muchas veces reducido a carecer de las cosas más necesarias, este hombre ha cuidado la fortuna que mi padre me ha dejado con tan buen resultado como integridad, pues la ha aumentado en un tercio. Sólo ha gastado en mi persona ocho mil francos durante los ocho años que yo he estado bajo su tutela. Ciertamente él ha debido cuidarla mucho. A decir verdad la manera como me hacía viajar era muy económica, él no ha pagado más deudas que las que contraje con mis sastres, pues la que es relativa a mi instrucción es muy pequeña respecto a que él era mi maestro universal.
Rodríguez pensaba hacer nacer en mí la pasión a las conquistas intelectuales, a fin de hacerme su esclavo. Espantado del imperio que tomó sobre mí mi primer amor y de los dolorosos sentimientos que me condujeron a la puerta de la tumba, se lisonjeaba de que se desarrollaría mi antigua dedicación a las ciencias, pues tenía medios para hacer descubrimientos, siendo la celebridad la sola idea de mi pensamientos. ¡Ay! el sabio Rodríguez se engaña: me juzga por él mismo. Yo llego a los veinte y un años, y no podía ocultarme por más tiempo mi fortuna; pero me lo habría hecho conocer gradualmente y de eso estoy seguro, si las circunstancias no le hubiesen obligado a hacérmela conocer de una vez. Yo no había deseado las riquezas: ellas se me presentan sin buscarlas, no estando preparado para resistir a su seducción. Yo me abandono enteramente a ellas. Nosotros somos los juguetes de la fortuna; a esta grande divinidad del Universo, la sola que yo reconozco es a quien es preciso atribuir nuestros vicios y nuestras virtudes. Si ella no hubiese puesto un inmenso caudal en mi camino, servidor celoso de las ciencias, entusiasta de la libertad, la gloria hubiese sido mi solo culto, el único objeto de mi vida. Los placeres me han cautivado, pero no largo tiempo. La embriaguez ha sido corta, pues se ha hallado muy cerca el fastidio. Pretendéis que yo me inclino menos a los placeres que al fausto, convengo en ello; porque, me parece, el fausto tiene un falso aire de gloria.
Rodríguez no aprobaba el uso que yo hacía de mi fortuna: le parecía que era mejor gastarla en instrumentos de física y en experimentos químicos; así es que no cesa de vituperar los gastos que él llama necedades frívolas. Desde entonces, me atreveré a confesarlo... Desde entonces sus reconvenciones me molestaban y me obligaron abandonar a Viena para libertarme de ellas. Me dirigí a Londres, donde gasté ciento cincuenta mil francos en tres meses. Me fui después a Madrid donde sostuve un tren de un príncipe. Hice lo mismo en Lisboa, en fin, por todas partes ostento el mayor lujo y prodigo el oro a la simple apariencia de los placeres.
Fastidiado de las grandes ciudades que he visitado vuelvo a París con la esperanza de hallar lo que no he encontrado en ninguna parte, un género de vida que me convenía; pero Teresa, yo no soy un hombre como todos los demás y París no es el lugar que puede poner término a la vaga incertidumbre de que estoy atormentado. Sólo hace tres semanas que he llegado aquí y ya estoy aburrido.
Ve aquí cara amiga todo lo que tenía que deciros del tiempo pasado; el presente, no existe para mí, es un vacío completo donde no puede nacer un solo deseo que deje alguna huella grabada en mi memoria. Será el desierto de mi vida... Apenas tengo un ligero capricho lo satisfago al instante y lo que yo creo un deseo, cuando lo poseo sólo es un objeto de disgusto. ¿Los continuos cambiamientos que son el fruto de la casualidad, reanimarán acaso mi vida? Lo ignoro; pero si no sucede esto volveré a caer en el estado de consunción de que me había sacado Rodríguez al anunciarme mis cuatro millones. Sin embargo, no creáis que me rompa la cabeza en malas conjeturas sobre el porvenir. Unicamente los locos se ocupan de estas quiméricas combinaciones. Sólo se pueden someter al cálculo las cosas cuyos datos son conocidos; entonces el juicio, como en las matemáticas, puede formarse de una manera exacta.
¿Qué pensáis de mí? Responded con franqueza (Yo pienso que hay pocos hombres que sean incorregibles); y como es siempre útil el conocerse, y saber lo que se puede esperar de sí, yo me creeré feliz cuando la casualidad me presente un amigo que me sirva de espejo.
Adiós, yo iré a comer mañana con Vos.
Simón Bolívar

sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío

 /sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío: Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos...