Soldados 28 de enero de 1814

Soldados
28 de enero de 1814
Simón Bolívar,  libertador de Venezuela y general en jefe de sus ejércitos
Soldados:
La suerte ejerce su inconstante imperio sobre el poder y la fortuna; pero no sobre el mérito y la gloria de los hombres heroicas que arrostrando los peligros y la muerte, se cubren de honor aun cuando sucumben, sin marchitar los laureles que les ha concedido la victoria. Soldados: el brillo de vuestras armas no se ha eclipsado aun, y aunque se ha desplomado la República, vosotros sois vencedores y está sin mancha el esplendor de vuestros triunfos. Vuestros compañeros no fueron vencidos; ellos murieron en los desgraciados campos de la Puerta y de Aragua, y allí os dejaron eternos monumentos que os dicen: es más fácil destruir que vencer a soldados de Venezuela; y vosotros que vivís, ¿no los vindicaréis? Sí, vengaremos la sangre americana, volveremos la libertad a la. República, y el infortunio que es la escuela de los héroes, os dará nuevas lecciones de gloria. La constancia, soldados, ha triunfado siempre: que la constancia sea vuestra guía, como lo ha sido hasta el presente la victoria. Yo vuelo a dividir con vosotros los peligros, las privaciones que padecéis por la libertad y la salvación de vuestros conciudadanos que todos están errantes, o gimen esclavos. Acordaos de vuestros padres, hijos, esposas: de vuestros templos, cunas y sepulcros: de vuestros hogares, del Cielo que os vio nacer, del aire que os dio el aliento; de la Patria en fin que os lo ha dado todo; y todo yace anonadado por vuestros tiranos. Acordaos que sois venezolanos, caraqueños, republicanos, y con tan sublimes títulos, ¿cómo podréis vivir sin ser libres?... No, no, Libertadores o muertos será nuestra divisa.
Ocaña, 27 de octubre de 1814. --4°
SIMÓN BOLÍVAR
Es copia,
Pedro Briceño Méndez,

Secretario.

Soldados del ejército vencedor en La Victoria

Soldados del ejército vencedor en La Victoria
Simón Bolívar,  libertador de Venezuela, general en jefe de sus ejércitos y miembro de la orden de libertadores.
Soldados del ejército vencedor en La Victoria:
Vosotros en quienes el amor a la patria, es superior a todos los sentimientos, habéis ganado ayer la palma del triunfo, elevando al último grado de gloria a esta patria privilegiada que ha podido inspirar el heroísmo en vuestras almas impertérritas. Vuestros nombres no irán nunca a perderse en el olvido. Contemplad la gloria que acabáis de adquirir, vosotros, cuya espada terrible ha inundado el campo de La Victoria con la sangre de esos feroces bandidos: sois el instrumento de la Providencia para vengar la virtud sobre la tierra, dar la libertad a vuestros hermanos, y anonadar con ignominia esas numerosas tropas, acaudilladas por el más perverso de los tiranos.
Caraqueños! el sanguinario Boves, intentó llevar hasta vuestras puertas, el crimen y la ruina: a esa inmortal ciudad, la primera que dio el ejemplo de la libertad en el hemisferio de Colombia. Insensato! Los tiranos no pueden acercarse a sus muros invencibles, sin expiar con su impura sangre la audacia de sus delirios.
El general Ribas, sobre quien la adversidad no puede nada, el héroe de Niquitao y los Horcones, será desde hoy titulado El Vencedor aje los Tiranos en La Victoria.
Los que no pueden recoger de sus compatriotas y del mundo la gratitud y la admiración que les deben, el bravo coronel Rivas Dávila, Rom y Picón, serán conservados en los anales de la gloria. Con su sangre compraron el triunfo más brillante: la posteridad recordará sus nobles cenizas. Son más dichosos en vivir en el corazón de sus conciudadanos, que vosotros en medio de ellos.
Volad, vencedores, sobre las huellas de los fugitivos: sobre esas bandas de tártaros, que embriagados de sangre, intentaban aniquilar la América culta, cubrir de polvo los monumentos de la virtud y del genio: pero en vano; porque vosotros habéis salvado la patria.
Cuartel General de Valencia, febrero 13 de 1814, 4° y 2°.

SIMÓN BOLÍVAR.

Simón Bolívar -28 de enero de 1814

Simón Bolívar, libertador de Venezuela, general en jefe de sus ejércitos, y miembro de la orden de los libertadores
28 de enero de 1814
En 7 de diciembre pasado expedí un indulto en favor de los incautos, que engañados por los Europeos, o guiados de sus propias desordenadas pasiones, tomaron las armas juntos, o separadamente contra el sistema de Independencia, y para su presentación prefijé un mes de término; mas ahora, no sólo extiendo el referido indulto y perdón general a los bandidos, y otros individuos Americanos, Españoles y Canarios que por cualquier pretexto hayan hecho armas contra la República, igualmente que a los desertores, sea cual fuere la fecha de deserción, con tal que todos se presenten con sus armas, o sin ellas a sus Jefes o Magistrados, sino también hago ilimitado el dicho perdón, para que en todos tiempos, puedan presentarse los que hayan sido y sean, o se crean delincuentes. Por tanto, mando a todos los Jefes Militares, Civiles y Políticos, que en ninguna manera pasen por las armas, ni Castiguen con dicha pena de muerte, ni menos arbitrariamente a ningún individuo de los que voluntariamente se presentaren, sea cual fuere su origen, estado y condición, apercibidos del cumplimiento de esta disposición, como igualmente lo serán de la librada anteriormente para pasar por las armas ¡irremediablemente a todos los individuos que sean aprehendidos con las armas en la mano, o en conspiración.
Dado en el Cuartel General de Puerto Cabello a 28 de enero de 1814. 4° de la Independencia y 2° de la Guerra a Muerte.
Firmado de mi mano y refrendado por el Secretario de Guerra y Marina.
SIMÓN BOLÍVAR.
Tomás Montilla,
Secretario de Guerra

Valencia, impreso por Víctor Chasseriau, Imprenta del Gobierno.

Manifiesto a las naciones del mundo. sobre la guerra a muerte 24 de febrero de 1814

Manifiesto a las naciones del mundo. sobre la guerra a muerte
24 de febrero de 1814
Al verterse la sangre de los españoles prisioneros en La Guaira, aquella parte del Mundo instruida de nuestros sucesos aplaudirá una medida, que imperiosamente exigían después de algún tiempo la justicia y el interés de casi una mitad del Universo. El cuadro de nuestra situación, dibujado al lado de la historia de los precedentes acontecimientos, dirá a los que no han sabido nuestros sufrimientos y la generosidad que los aumentó, la necesidad de la sentencia que contra su característica humanidad ha pronunciado al fin el Supremo Jefe de la República. No hablemos de los tres siglos de ilegitima usurpación, en que el Gobierno español derramó el oprobio y la calamidad sobre los numerosos pueblos de la pacifica América. En los muros sangrientos de Quito fue donde la España, la primera despedazó los derechos de la naturaleza y de las naciones. Desde aquel momento del año de 1810 en que corrió la sangre de los Quirogas, Salinas, etc., nos armaron con la espada de las represalias para vengar aquellas sobre todos los españoles. El lazo de las gentes estaba. cortado por ellos; y por este solo primer atentado, la culpa de los crímenes y las desgracias que han seguido, debe recaer sobre los primeros infractores.
Los anales de la generosidad conservarán la del gobierno de Caracas en la revolución del 19 de abril de aquel año. En vano un pueblo resentido pide la muerte de los autores de los males públicos: la firme resistencia de aquel los salva. Si expulsa a Emparan, gobernador nacido del seno de una revolución en otro continente: si a los miembros de la Audiencia, Anca, Basadre, García, magistrados españoles detestados por sus maldades, se llena de consideración para sus personas en estos procedimientos, gruesas cantidades de dinero se les suministran para su auxilio. Los nuevos directores de los destinos de un pueblo libre, parecen más bien ocuparse de la suerte de los tiranos, que de asegurar por una energía propia de las circunstancias, la naciente libertad. Indiferentes sobre la trama de los conspiradores, se contentan con dar a algunos un pasaporte, comprando sus propiedades a los que les servían de embarazo para ir a otras regiones a disfrutar de la impunidad. Aunque ligados con los más solemnes juramentos, para no volver contra nosotros sus armas, despreciando tanto la Religión, como la humanidad y el derecho de las gentes, son esos mismos que tomados en la actual guerra han sido castigados por la espada de las leyes que los condenan; y han expiado sus perjurios, traiciones y asesinatos.
Innumerables que fueron elevados a las primeras magistraturas: muchos que fueron los más distinguidos jefes de la República: Llamozas, Pascual Martínez, Martí, Groira, Budía Isidoro Quintero, han sido nuestros perseguidores más encarnizados. Quintero que no había recibido más que honores del pueblo y del gobierno: que obtuvo enviar al país enemigo de Coro cantidades en metálico para sus parientes, no siendo quizás más que un pretexto para auxiliar a aquel gobierno en la irrupción que luego subyugó a Venezuela.
En efecto, espantados nuestros soldados con los fenómenos de la naturaleza en el memorable terremoto de 26 de marzo de 1812: enajenados por la superstición, por la predicación de algunos artificiosos fanáticos, dejaron penetrar en el Occidente la expedición mandada por Monteverde. Envueltos por todas partes en ruinas, veíamos al mismo tiempo el inhumano sacrificio de nuestros más inocentes hermanos. Antoñanzas y Boves entrando a Calabozo y en San Juan de los Morros, asesinan por sus propias manos, casi sin excepción, a los habitantes del primero, apacentadores de ganados; y a los del segundo, cultivadores de la tierra, al anciano que agobiado de años y de males, ignora en su lecho de muerte las revoluciones de los gobiernos: al labrador que no habiendo tomado nunca las armas, no conoce otra autoridad que la del cura a quien venera. Sus troncos divididos de las cabezas, verterán una sangre inmortal para nuestra posteridad. Esta sabrá que el sanguinario Boves y Antoñanzas hacían morder a algunos las bocas de los fusiles para dispararlos en sus gargantas: que otros aún vivos servían para blanco de las punterías, para ensayar sus soldados en tirar lanzazos y sablazos. Dos años han pasado, y se ven aun en las empalizadas de San Juan de los Morros suspensos los esqueletos humanos. Un jefe incauto cree rindiéndose aplacar la saña de los invasores: por una capitulación se lisonjea asegurar la vida, el reposo, las propiedades de los venezolanos. .Apenas a su sombra el tirano logra avasallar unos pueblos donde no recibe sino testimonios de docilidad, cuando despedaza el inviolable y santo contrato que se había elevado entre él y nosotros como una barrera insuperable a su furor. Contrato que ha encadenado el ímpetu de los más bárbaros pueblos, sometiendo la ambición, la codicia y la venganza a promesas reciprocas y solemnes. Para no dejar dudas sobre el crimen, para darle, por decir así, más brillo, confirma sus ofertas por sus proclamas, que más pronto son violadas que publicadas.
Súbitamente se muda Venezuela. Los edificios que resistieron a las convulsiones del terremoto, apenas bastan en Caracas y en otras ciudades para recibir las personas que de todas partes se traen aprisionadas. Las casas se transforman en cárceles, los hombres en presos: el corto número que hay de canarios y españoles: los soldados del déspota, las mujeres y los recién nacidos, son los únicos que se eximen. Los demás o se esconden en las impenetrables selvas, o los sepultan en pestilentes mazmorras, donde un arte criminal no permite entrada ni a la luz, ni al aire: o los amontonan en aquellas mismas habitaciones, en que antes llenaban los deberes de la vida social, encontraban la alegría bajo los auspicios de la inocencia, y gozaban las comodidades adquiridas por sus sudores. Ahora afligidos con grillos, despojados de sus propiedades, acaban por la indigencia, la peste, la sufocación, el sacerdote y el soldado, el ciudadano y el rústico, el rico y el miserable, el septuagenario y el infante aun no llegado a la edad de la razón, Los que habían estado investidos por el pueblo de la majestad soberana, fueron uncidos a cepos en el más público de todos los lugares: los más respetables personajes, atados de pies y manos, puestos sobre bestias de albarda, que despedazaron a algunos contra los riscos, peregrinaban en este estado de unas a otras prisiones. Ancianos y moribundos amarrados duramente, apareados con veinte o treinta, pasaban un día entero sin comida, bebida, ni descanso en trepar por inaccesibles sendas.
La agricultura, la industria, y el movimiento del comercio no se percibían más., en un país muerto bajo la esclavitud. Las máquinas eran inutilizadas, los almacenes pillados; quedaban sólo vestigios de la antigua grandeza; en las ciudades casi desiertas, no se velan más que algunos brutos pastando: 'no se oía sino el llanto de las esposas, los insultos brutales del soldado, los lamentos desmayados de la mujer, del niño, del anciano, que expiran de la hambre.
La virtud, los talentos, la población, las riquezas, el mismo bello sexo, es condenado o padece. Los delitos, la delación, los asesinatos, la brutal venganza y la miseria se aumenta. El mismo jefe que premia a un embustero delator, desprecia o castiga al hombre firme, que se atreve a sostener el lenguaje de la verdad. Los que acaloran sus pasiones, los que adulan su vanidad, los que quieren bañarse en la sangre inocente, forman su consejo y son sus oráculos. Así el sistema de ferocidad crece gradualmente: de las perfidias, del robo y las violencias, se pasa a mayores excesos. Viendo que para su crueldad los hombres mueren lentamente en las prisiones, los llevan ya sobre los suplicios; y aun estos exigiendo demasiado aparato, y no haciendo correr tanta sangre como desean, se destruyen los pueblos enteros: se inventan torturas: se prolongan los últimos dolorosos instantes de los sacrificados, por medios desconocidos hasta ahora de los genios más implacables.
Aragua en el Oriente es el nuevo teatro de las atrocidades: Zuazola es el jefe de los verdugos: hombre detestable, si la especie de iniquidades puede hacerle contar entre nuestros semejantes. Todo cae bajo sus golpes y no han vuelto a encontrarse los que habitaban a Aragua. Jamás se ejecutó carnicería más espantosa. Los niños perecieron sobre el seno de las madres: un mismo puñal dividía sus cuellos: el feto en el vientre irritaba aún a los frenéticos: le destrozaban con más impaciencia que el tigre devora su presa. No sólo acometían a los vivientes: ce podía decir que conspiraban a que no naciesen más a ocupar el mundo.
El feto encerrado en el seno maternal era tan delincuente al juicio del español Zuazola y sus compañeros, como las mujeres, los ancianos y los demás habitantes de Aragua. La localidad de este pueblo en lo interior de los Llanos, muy distante de las capitales, no le hizo tomar parte alguna activa en las innovaciones políticas. Sin embargo, su población fue aniquilada horriblemente. Se recreaban los españoles en considerar los tormentos: los variaban: pero en todo dilataban por el arte más perverso los sufrimientos de la naturaleza. Desollaron a algunos arrojándolos luego a lagos venenosos o infectos: despalmaban las plantas de otros: y en este estado les forzaban a correr sobre un suelo pedregoso: a otros sacaban integras con el cutis las patillas dé la barba: a todos, antes o después de muertos, cortaban las orejas. Algunos catalanes de Cumaná las compraban a precio de dinero para adorno de sus casas: regalarse con su vista: acostumbrar sus esposas e hijos a la rabia de sus sentimientos.
La historia nos habla hablado de las proscripciones que la ambición de los tiranos, el temor o el odio habían dictado: el vil regocijo de otros, contemplando multitud de cadáveres de los que habían hecho morir sus órdenes; pero eran sus enemigos: creían estos los medios seguros de afirmar sus usurpaciones. Romper el vientre que lleva el germen de un nuevo ser: dar martirios inauditos a infantes, a vírgenes estaba sólo reservado a nuestros tiranos. La España únicamente ha desplegado este resorte, y nosotros los funestos ejemplos, que le han hecho conocer.
Las victorias de los héroes de Maturín hacen transportar el sitio de la escena a Espino, Calabozo y Barinas. Cada día eran conducidos a los cadalsos nuestros compatriotas más ilustres. Estos espectáculos nos hubieran presentado todos los días, si las huestes granadinas, vencedoras ya en los campos de Cúcuta y Carache, no hubieran volado a libertarnos.
Ni la constante superioridad de las armas libertadoras, ni el orgullo que inspiró la victoria, ni el recuerdo reciente de tantos ultrajes alteran en los jefes vencedores la generosidad de principios, que tanto nos separa de nuestros enemigos. La clemencia del conquistador accede a la capitulación propuesta por el Gobernador Fierro, cuando era un delirio solicitarla; y si antes nos asombraban las crueldades que cometieron contra el pueblo venezolano, ahora no se concebirá, como las volvieron contra la clase más comprometida de ellos mismos, abandonándola a nuestros resentimientos, y haciendo nula la capitulación que la protegía. Todos los prisioneros españoles quedaron a discreción. Monteverde por sí mismo no dudó expresarlo. Rehusó sancionar las capitulaciones concedidas a Budia y Mármol; y declaró a la faz del mundo, que no tuvieron autoridad para hacerlas. Debían pagar con sus cabezas, la magnanimidad los salvó. Aun más extremados nosotros en la generosidad que ellos en la traición, se propuso al jefe de Puerto Cabello hacerla extensiva a aquella plaza, intimándole en caso de no ceder a la razón y a la necesidad, que serian exterminados todos los individuos pertenecientes a la nación española.
Su denegación no fue bastante a hacernos cumplir las amenazas, y muchos de los que gozaban una plena libertad, correspondieron con pasar a los valles del Tuy y Tácata, al bajo Llano, y al Occidente, donde encendieron esas insurrecciones las más llenas de crímenes, cuyos tristes resultados se harán sentir por muchos años ascendiendo a más de diez mil el número de los que han privado de la existencia desde el mes de setiembre de 1813, en que arribó a nuestras costas la expedición de España.
¡Qué horrorosa devastación, qué carnicería universal, cuyas sedales sangrientas no lavarán los siglos! La execración que seguirá a Yañez y Boves será eterna como los males que han causado. Partidas de bandidos salen a ejecutar la ruina. El hierro mata a los que respiran; el fuego devora los edificios y lo que resiste al hierro. En los caminos se ven tendidos juntos los de ambos sexos: las ciudades exhalan la corrupción de los insepultos. Se observa en todos el progreso del dolor en sus ojos arrancados, en sus cuerpos lanceados, en los que han sido arrastrados a la cola de los caballos. Ningún auxilio de religión les han proporcionado aquellos, que convierten en cenizas los templos del Altísimo y los simulacros sagrados. En Mérida, en Barinas y Caracas apenas hay una ciudad o pueblo que no haya experimentado la desolación. Pero la capital de Barinas, Guanare, Bobare, Barquisimeto, Cojedes, Tinaquillo, Nirgua, Guayos, San Joaquín, Villa de Cura, valles de Barlovento, pueblos más desgraciados: algunos han sido consumidos por las llamas, otros no tienen ya habitantes. Barinas, donde Pus pasa a cuchillo quinientas personas, y hubieran sido setenta y cuatro más, si la pronta entrada de nuestras armas en aquella ciudad, no hubiera quitado el tiempo necesario a los verdugos para llenar su ministerio infernal; Guanare y Araure donde Liendo y Salas, bienhechores de los españoles, son los más maltratados al recibir sus golpes asesinos: Bobare donde trozaron las piernas y los brazos de los prisioneros hechos allí mismo y en Yaritagua y Barquisimeto.
A tantos motivos de indignación se añadió el descubrimiento de una conspiración de los prisioneros de La Guaira, después de nuestra derrota del 10 de noviembre de 1813 en Barquisimeto, conspiración justificada plenamente, aun con pruebas reales halladas en las armas que nos ocultaban, en las limaduras de los cerrojos de las prisiones, y de los grillos de los que los tenían. Un perdón concedido prescindiendo de la vindicta pública, se empleó como el noble medio de disuadirlos para siempre de sus intentos, confundía su delirante audacia, con la severidad descargada sobre diez de los principales corifeos.
Desde el primer asedio de Puerto Cabello los españoles exponen inevitablemente a nuestros fuegos a los prisioneros de los pontones, esas antiguas víctimas, del engaño cerca de dos años arrastrando las cadenas o feneciendo por la falta de alimento o por fatigas penosísimas. Nuestra venganza es promover un canje a favor de sus prisioneros, proposición seis o siete veces hecha por nosotros, y otras tantas repulsada, no obstante que las últimas significaban la resolución de terminar la vida de los prisioneros, si no aceptaban conforme a los usos de la guerra.
Aquella abominación se repitió en estos días: era preciso usar ya de las represalias; y por haber colocado de igual suerte a los prisioneros españoles, cuatro de los infelices que oprimían fueron al punto fusilados. Ellos mismos nos instruyeron de sus nombres, de Pellín, Osorio, Pulido, Pointet. Un suplicio ha puesto limites a sus largos sufrimientos y sus cenizas descansan ya de las agonías en que gimieron.
Se reiteraron las proposiciones de canje, fueron igualmente desechadas. Casi todos los parlamentarios, que sobre la fe ofrecida por ellos mismos fueron los conductores, el venerable Presbítero García de Ortigoza entre ellos, han sido detenidos, violentamente encarcelados, algunos azotados y destinados a los trabajos públicos. ¿Qué raza de Monstruos serán los españoles, cuya sed de sangre no exceptúa a sus mismos cómplices? No hay especie de atentado, no hay violación, no hay alevosía que no hayan cometido por todas partes para empeñarnos sin duda a tomar las represalias sobre sus compatriotas aprisionados. Más ha podido nuestra paciencia que sus provocaciones, hasta que la seguridad pública vacilante ha exigido sacrificarlos para afianzarla.
De acuerdo los prisioneros de Guaira con Boves, Yáñez, y Rosete, las combinaciones de la sedición habrían preponderado, si la Providencia no hubiera puesto en nuestras manos la luz que nos ha guiado en las tinieblas del crimen. Yáñez, por Barinas, Boves por la Villa de Cura, Rosete por Ocumare nos acometen. El complot de los prisioneros se revela entonces contra el Gobierno y uniéndose al convencimiento de él, los clamores más vehementes que nunca del pueblo, se dispuso su decapitación. Al mismo tiempo Rosete, llevando a efecto por su parte la liga celebrada, da horrible fin a los hijos de Ocumare. Unos son mutilados sin diferencia de sexo, ni edad: tres en el templo y sobre los altares: trescientos troncos de nuestros hermanos están esparcidos en las calles y cercanías del pequeño pueblo: en las ventanas y en las puertas clavan aquellas partes de sus cuerpos que el pudor prohíbe nombrar. Esta. noticia hace volar nuestras armas en defensa de la humanidad, cuando Rosete distante de Caracas solo el tránsito de siete horas, se aproximaba con la confianza, de que hubieran verificado su rompimiento los que ya habían sido ejecutados; pero el infame huyendo tan cobardemente como era cruel, nos abandona hasta sus papeles. Vemos ratificada en ellos la conspiración de los prisioneros españoles. Por sus planes, sorprendiendo las guardias que los vigilaban, y apoderándose del puerto, debían por allí cooperar a la disolución de nuestras fuerzas. La suerte del pueblo de Ocumare, iba a ser la de todos los pueblos de Venezuela. Algunos pocos a quienes hubieran conservado, quizá para su servicio, debían ser marcados en el rostro con una P para su perpetua afrenta.
Después que, la luz de la verdad nos hizo entrar en el secreto de sus maquinaciones, abrigarlos por más tiempo en nuestro seno, era abrigar las víboras, que nos soplaban su aliento emponzoñado: era asociarse a sus crímenes: era dejar subsistir sus tramas: era aventurar manifiestamente el destino de la República, cuya pérdida anterior la causó la sublevación de los prisioneros españoles en el castillo de Puerto Cabello, que dominándole el primero de julio de 1812, hicieron sucumbir en el instante el resto de Venezuela. La justicia y la humanidad debían triunfar de sus negros proyectos. Yáñez, fue descuartizado en Ospino en el ardor del combate: Boves fue vencido en La Victoria: las cuadrillas de Rosete disipadas en Ocumare, y los prisioneros castigados con la última pena. Las fuerzas que se distraían en la custodia de éstos, han podido con seguridad salir al campo a batir al enemigo.
Mucho tiempo habló en vano por ellos la generosidad: mucho tiempo. el Gobierno se hizo sordo a las voces del pueblo: se preparaba aun a deportarlos para hacerles gozar en otras regiones de libertad. Una serie continuada de atentados se habían disimulado. por nuestra parte: proposiciones de canjes se hicieron para salvarlos. Hemos tenido que arrepentirnos de tanta indulgencia: los que nos debían la vida han urdido contra la nuestra. Nuevos crímenes, nuevas perfidias han producido en los días de la libertad alrededor y en medio de nosotros, males más grandes que los anteriores.
Los prisioneros españoles han sido pasados por las armas, cuando su impunidad esforzaba el encono de sus compañeros; cuando sus conspiraciones en el centro mismo de los calabozos, apenas desbaratadas, cuando resucitadas, nos han impuesto la dura medida a que nos había autorizado, mucho tiempo ha, el derecho de las represalias. Para contener el torrente de las devastaciones, para estancar esa inundación de sangre humana, de que la autoridad suprema es responsable ante la divina, ha dado un ejemplo que escarmiente a los demás, apoyados hasta ahora en que la benignidad, que había sido el escudo de aquellos, defendería a ellos mismos.
¿Cuál ha sido el blanco de tantas traiciones, crueldades, conspiraciones, perfidias, trasgresiones repetidas de las leyes, de los pactos, del derecho de las naciones, y de esa devastación de Venezuela, que nunca la pluma podrá escribir? No aspiran a establecer un imperio: es su objeto arruinarlo todo. La tiranía misma para que pueda existir, está obligada a conservar. Las plantaciones, los ganados, las obras de arte, las preciosidades del lujo, la opulencia de las ciudades son el incentivo de los conquistadores. Los españoles no son ni estos conquistadores: son las bandas de tártaros que quieren borrar los rasgos de civilización, echar por tierra con su hacha salvaje los monumentos de las artes, sofocar la industria, las mismas materias de primera necesidad. Su deseo no es 'más que una perseverancia de crueldad, un instinto de maleficencia que les hace ejercer su barbaridad contra si mismos. ;Ved pues, venezolanos, las ventajas que os brindan esos jefes, que veíais aun antes de la revolución como a facinerosos. Vosotros incautos que seguís sus banderas! Reflexionad sobre el premio que vais a recibir: ser envueltos en un exterminio absoluto. Cuando el germen de las generaciones estuviera anonadado: cuando las ciudades fueran escombros, estuviera aniquilada la misma naturaleza; entonces dejando a Venezuela para guarida de los animales, satisfechas las miras de los españoles, irían a esas otras regiones de la rica América a consumar la destrucción del Nuevo Mundo. El origen de esta evidente empresa se desenvuelve en Venezuela, México y Buenos Aires para cubrir al fin los puntos intermedios. ¡Pueblos de la América! leed en los acontecimientos de esta guerra las intenciones españolas: meditad sobre el destino que se os prepara. Para no desaparecer, decidid que partido os queda. ¡Naciones de la tierra! que no queréis ciertamente que sea extinguida una mitad del mundo: conoced a nuestros enemigos: vais a inferir la inevitable alternativa de que ellos o nosotros han de ser inmolados. Seréis justas: un corto número de advenedizos no debe prevalecer sobre millones, y millones de hombres civilizados. Vosotros aplaudis ya nuestra última indispensable sentencia, y el sufragio del universo es lo que más la justifica.
Cuartel General de San Mateo, Febrero 24 de 1814, 4° y 2°.

Antonio Muñoz Tébar.

Ciudadanos de Cundinamarca! 17 de diciembre de 1814

Ciudadanos de Cundinamarca!
17 de diciembre de 1814
Simón Bolívar, general en jefe del ejército de la unión
Ciudadanos de Cundinamarca!
La guerra os ha traído la paz, de que carecíais desde que la discordia civil desgarra vuestro seno, por brazos que debían enlazarse, para estrechar vuestra unión fraternal, y elevar el naciente edificio de vuestra libertad. Sí, la guerra os ha reunido, y os ha vuelto a formar la gran familia, que descarriada, dispersa y encontrada, presentaba al mundo un cuadro espantoso de escándalo y fratricidio.
Granadinos: aunque la guerra es el compendio de todos los males, la tiranía es el compendio de todas las guerras. Así los sacrificios que acabamos de consagrar a la obtención de la paz, son muy inferiores a los que debemos a la adquisición de la libertad, que es la única paz sólida y estable para corazones republicanos, que no ven en el reposo de la esclavitud sino un verdadero estado de muerte. Vosotros parecíais tranquilos y estabais agitados por los furores de la discordia: no sentíais el ruido de las armas, pero sufríais los tormentos de una cruel división, que os privaba de la gloria de hacer esfuerzos simultáneos y acordes, que os habrían puesto en posesión del triunfo de vuestros tiranos, si no hubiesen sido impotentes, porque eran parciales. Armas que debían emplearse contra el común enemigo; gobiernos que debían dirigirse a un objeto sólo: hombres que cooperaban por caminos opuestos; todo presentaba el aspecto de un cuerpo cuyos miembros desprendidos de la cabeza y despedazándose entre si, se chocaban por reunirse.
Cuando no nos quedaba otro partido de salud, combatimos, mas siempre ofreciendo la paz; exponiendo nuestros pechos, mas bien que disparando nuestras armas, ;contienda singular en que el invasor sufría las heridas que la resistencia de su-contrario le forzaba a abrir! Nuestro objeto era desarmarlo y no rendirlo; el prisionero era nuestro amigo, los hogares de nuestros enemigos eran asilos inviolables; y el soldado veía con respeto y ternura como a su padre, esposa o hijo, al anciano, a la virgen y al infante.
Reducidos los sitiados a la última extremidad, y obtinados en perecer por el prestigio de un error involuntario, entonces les presenté la paz, la unión; les ofrecí el honor, la vida y la fortuna; les abro mis brazos, y mis soldados, derramando lágrimas cordiales por la sangre vertida de las heridas de sus armas, son sus defensores. Se lamentan de una victoria que les ha hecho triunfar de los hermanos de sus libertadores. Reciben con horror aplausos dignos de su valor, bien que fatales a los hijos de la América: en fin, ellos deploran la suerte que les ha hecho vencer a sus amigos. Pero su pesar se alivia al ver parecer la oliva de paz, que ofrece la concordia entre los ciudadanos, la abundancia en los campos, el orden en las ciudades, y el imperio de las leyes en toda la república.
Compañeros y amigos: que una espesa tiniebla encierre para siempre los monumentos de una guerra que será nuestro oprobio en las generaciones futuras, si la fama trasmite a nuestros descendientes, que los que nacieron en el hemisferio de Colombia han vuelto sus arenas contra si mismos, y han dado la muerte a hombres que consagrando su vida a la libertad, han sido los destructores de los tiranos de la Nueva Granada y Venezuela. Olvidemos que un momento hemos podido ser enemigos: olvidemos que nuestras manos están teñidas de nuestra propia sangre: olvidemos. que nuestro furor nos ha hecho clavar el puñal en el corazón dé la Patria.
Cuartel General Libertador en Santa Fe, diciembre 17 de 1814.

SIMÓN BOLÍVAR

Cartas Al general Santander (Lima, 17 de agosto de 1826).

Cartas
Al general Santander
(Lima, 17 de agosto de 1826).
A s. El general F. de P. Santander.
Mi querido general:
Vd. se sorprenderá al saber que aun no he partido para Colombia, como debía hacerlo en estos días y como lo anuncié a Vd. en mi última carta. Estando ya en los momentos de marcharme han ocurrido tales cosas en esta capital que me han obligado a detenerme en ella, ya por motivos de gratitud, ya por interés político. Digo gratitud, porque este pueblo ha hecho demostraciones de sentimiento cual no he visto en ninguna otra parte: todas las corporaciones, todos los gremios, los barrios, los eclesiásticos, los nobles y últimamente las señoras, me han instado, me han rogado con lágrimas en los ojos para que no los abandonase en estas críticas circunstancias, y, sin embargo, yo a todo me resistía, porque el interés de Colombia era superior a todo otro. Digo ahora político porque estos señores de Lima, viendo que nada me reducía a permanecer, han tenido la buena inspiración de reunirse en colegio electoral y adoptar unánimemente la constitución boliviana, proclamándome presidente, como lo verá Vd. en la adjunta acta, lo cual podrá Vd. hacer correr en toda la república. Este último acontecimiento me ha detenido, porque él es de tal importancia para este país y promete tales esperanzas en orden a la federación de que he hablado antes, que sería una falta abandonarlas cuando hay una certeza de que la constitución boliviana se adoptará en todo el Perú y se logrará también la federación, puesto que aquella parte que parecía oponer mayores dificultades la desea espontánea y unánimemente. Desde luego que no me parece difícil el que esta constitución boliviana se adopte en Colombia ahora que Bolivia y el Perú la tienen y ahora que Colombia está en estado de recibir aquellas mejoras y seguridades que demanda su actual posición. Por estas razones, a la verdad poderosas, yo me he determinado a dilatar todavía mi marcha a Colombia sin renunciar a ella, porque de todos modos tengo que presentarme allí en todo el resto de este año. Entre tanto me ocuparé en arreglar como mejor se pueda este país para que quede tranquilo y seguro; aguardaré al general Santa Cruz que naturalmente será el vicepresidente y daré tiempo a que en Colombia se preparen los espíritus a recibir la constitución boliviana, único remedio que yo puedo presentarles, como se los he dicho ya por medio de O'Leary, Guzmán y Demarquet que han marchado a Colombia.

Aunque arriba digo que dilataré mi marcha, esta dilación no pasará de quince días que es todo el tiempo que yo puedo dar. Entre tanto hemos pensado que no debemos usar de la palabra federación, sino unión, la cual formarán los tres estados de Bolivia, Perú y Colombia bajo de un solo pacto y casi todo igual.    

 

Cartas AL general Santander A bordo del Estimbot, 15 de diciembre de 1826.

Cartas
AL general Santander
A bordo del Estimbot, 15 de diciembre de 1826.
A s. El general F. de P. Santander.
Mi querido general:
Al llegar anoche a este bote recibí cartas del general Briceño hasta el 27 del pasado. Por ésta sabemos que Carabaño tuvo la temeridad de hacer atacar el castillo con el batallón Occidente cuya mitad se pasó al ejecutar el movimiento. No obstante, dicen que murió un ayudante de caballería y, en fin, ya ha corrido sangre. La guerra en Puerto Cabello parece que ha comenzado con buen suceso, mas no ha sucedido en Cumaná. Bermúdez ha tenido que abandonar a Cumaná, y se ha retirado a Barcelona, bien sea por falta de fuerzas o por exceso de patriotismo. Lo cierto del caso es que allí también ha corrido sangre, y más aun, el coronel Machado, que se halló en todas las refriegas del Oriente, me ha dado detalles muy largos sobre todo y por sus noticias sé que los colores ya querían combatirse. El aspecto de las cosas en el Oriente y en todo Venezuela es tal, que sólo mi patriotismo, sólo mi consagración a esta patria podrían comprometerme a una nueva guerra más cruel y más sangrienta de cuantas hemos visto: guerra que durará cuando menos dos o tres años.
Desde que recibí la noticia del movimiento de Puerto Cabello no he titubeado ya en el partido que debía tomar, y ya he dado muchas órdenes para reunir un cuerpo de ejército en Trujillo, como antes he dicho a Vd. Estoy persuadido que la fuerza y el temor deben de ser ya los elementos que debemos emplear. Como Vd. sabe Salom ha ido a buscar los batallones Junín y Vargas para llevarlos a Trujillo donde los recibiré yo. Ahora he determinado mandar a buscar el batallón Callao que se halla en Cartagena, para que vaya a reforzar a Briceño a Puerto Cabello, que me pide refuerzos. "La Ceres" y el escuadrón de Granaderos deben de estar ya en el mar, y si no, repita Vd. la orden para que vaya a Puerto Cabello, que yo haré otro tanto desde Maracaibo. El batallón Paya y el escuadrón de Húsares que están en Bogotá, pueden bajar a Maracaibo a guarnecerlo, porque yo voy a sacar de allí el batallón Boyacá y el escuadrón de Dragones para emplearlos en esta campaña: el batallón Boyacá deberá llevar toda su fuerza y "Paya", que deba venir a reemplazarlo a Maracaibo, ha de traer 600 plazas, por lo menos. Para hacer la guarnición de la capital puede Vd. mandar venir el batallón que se halla en Popayán y de este modo se acercan más fuerzas al Norte. Todas estas operaciones no podrán marchar adelante si no hay dinero. Yo insisto en que volando se manden al general Fortoul los cincuenta mil pesos que pedí desde Cúcuta, y a mi cuartel general todo el que se pueda. De pronto doscientos mil pesos, por lo menos. Para estos envíos tómense los caudales de los réditos que están reunidos ya. De nada nos servirá pagar uno ni dos dividendos, si después se han de perder dividendos y capital. Los señores ingleses que tengan paciencia, porque perdiéndose el país también se perderán sus millones.
Hoy continúo a Maracaibo. Por las noticias que tengo de allí parece que está tranquilo, a pesar de que no han dejado de haber sus grititos por federación y después sabe Dios lo que pedirán. Se me olvidaba decir a Vd. que el escuadrón de Dragones que estaban en la ciudad fue preciso echarlos a Sinamaica, porque eran algo peligrositos y, sin embargo, este es uno de los cuerpos que voy a emplear.
Persuádase Vd., mi querido general, todo está perdido para siempre si no obramos con actividad. La guerra del Oriente va a ser muy cruel y durará tres y cuatro años. Sucederá lo mismo que cuando combatíamos los españoles: hoy serán derrotados y mañana se presentarán más fuertes. Por todo lo que yo sé del Oriente, la guerra que se va a hacer allí va a ser muy cruel, muy desastrosa; en ella están empleados los más viles canallas que tiene la tierra; los hombres más perversos que se conocen, hombres que la harán caer en manos de la gente sólo por maldad y venganza. Repito que esta lucha va a durar muchos años. Vd. sabe que yo pocas veces me engaño: conozco mucho a los hombres y las cosas.
En esta campaña lo menos que van a emplearse serán 2.000 hombres veteranos, fuera de milicias y tres o cuatro buques de guerra. Por lo mismo, es preciso que Vd. me haga continuas remesas de dinero para atender a tanto gasto.
De Maracaibo escribiré a Vd. Ya parte la embarcación que lleva esta carta y yo también.
Soy de Vd. de todo corazón.
BOLÍVAR

P. D. - La guerra del Oriente la hacen gentes de color puro y, por lo mismo, no hay duda de su objeto. Lo que quiero decir con respecto a los 2.000 hombres y buques que se van a emplear es que de la Nueva Granada salen estas fuerzas; que, por lo por lo mismo, su mantención debe venir de allá, que se ve libre de esta fuerza consumidora. Vale.

sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío

 /sin fecha General Simón Bolívar Muy señor mío: Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Sólo por la gracia de encontrarnos...