Correspondencia
Al general Sucre
Caracas, 28 de febrero de 1827.
A s. E. El gran mariscal de ayacucho, Antonio
José de Sucre.
Mi querido general:
Contesto en una sola carta las apreciables de
Vd. del 12 de setiembre hasta el 12 de octubre que he recibido a un tiempo por
el correo de ayer, junto con las copias y papeles públicos relativos a Bolivia
y a los últimos acontecimientos que han tenido lugar en la provincia de Tarija.
En el correo pasado dije a Vd. lo que pensaba con respecto a esa ocurrencia; y
ahora nada tengo que añadir a lo que antes indiqué. Es tan inmensa la distancia
que nos separa que no puedo dar mis opiniones con seguridad sin exponerme a
aventurarlas y a comprometer la política de ese estado. Vd. se halla colocado a
su cabeza y tiene bastante conocimiento en los negocios públicos para saber lo
que más conviene. Cuando yo me acerque, entonces será otra cosa; pero en el
entretanto déjese Vd. guiar por su buen genio que hasta ahora no lo ha
abandonado; y sea Vd. el mortal dichoso que haga la felicidad de un pueblo que
lleva el nombre de su amigo. Diráse que yo he libertado el Nuevo Mundo, pero no
se dirá que yo haya perfeccionado la estabilidad y la dicha de ninguna de las
naciones que lo componen. Vd., mi querido amigo, es más feliz que yo. Esto me
conduce naturalmente a hablar a Vd. sobre la presidencia de Bolivia.
Con cuánto gusto he sabido que Vd. ha obtenido
todos los votos de los colegios electorales; y aunque hubieron dos en contra,
esto mismo prueba que las elecciones se han hecho en plena y absoluta libertad.
Con todo, dos votos nada pesan en contra de la mayoría. Vd. me dice que
aceptaba el nombramiento hasta el año 28. Mi silencio en esta parte indica mi deseo.
En otra ocasión hablaré a Vd. sobre este importante asunto, pues para ello
tiempo tenemos.
El general Córdoba me ha escrito, y yo apruebo
mucho el que Vd. lo haya detenido. La adjunta carta que le escribo, tenga Vd.
la bondad de remitírsela, cerrándola antes. En ella verá Vd. lo que digo con
respecto a la expedición a La
Habana. Ayer ha venido el paquete de enero y no nos ha sacado
de las dudas en que nos puso el pasado con respecto a la guerra entre España y
Portugal. Las tropas partieron de las costas británicas, pero aun no se ha
sabido su llegada a Lisboa, sino en parte, y, por lo mismo, se ignoraba el
resultado de esta operación, de la cual depende, en mi concepto, la suerte de la Península. Es
natural creer que esta ceda a las instancias de la Inglaterra que, como
más fuerte, impondrá sus condiciones; y algunos opinan que la del
reconocimiento de nuestra independencia será la primera. De uno u otro
resultado, yo espero sacar un buen partido para Colombia y puede hacerse
extensivo a los demás estados. Explicaré mi pensamiento: si la guerra tiene
lugar mi objeto es mandar una expedición a La Habana , que nos dará la ventaja de descargarnos
de los gastos que nos causen en este país las tropas que lo guarnecen y darles
abundancia por miseria, gloria por ocio. Si no tiene lugar la guerra, entonces
pienso licenciar todos los cuerpos y dejarlos en cuadros. Sólo de este modo
podríamos medio marchar adelante, porque es tal la miseria que da compasión.
Por el último correo de Bogotá, he sabido que
allí se reunían los diputados al congreso de esta legislatura. No dudo que se
instalará; pero no puedo asegurar el bien que hará en circunstancias, a la
verdad, bien delicadas. Yo he hecho la renuncia que incluyo, para que Vd. la
haga correr en todas direcciones.
Creo que los oficiales, según la ley del poder
ejecutivo, no necesitan de licencia para casarse. Esto lo digo en contestación
de lo que Vd. me participa sobre los matrimonios de Salgar, Molina, Geraldino,
etc., que apruebo. Felicítelos Vd. en mi nombre. Tenga Vd. la bondad de saludar
a Infante, Olañeta y demás amigos.
Cumaná está ya muy tranquila; allí se porta
Mariño muy bien. Yo veo con el interés de mi corazón a la patria del amigo a
quien más amo.
BOLÍVAR.
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